"Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro"
2.ª Pedro 1:19

martes, 27 de julio de 2010

Joshua Harris – Amor, Pureza, Confianza ( 3 DVD muy Recomendado para Jóvenes)

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En la actualidad muchos adolescentes y jóvenes se sienten deprimidos y frustrados porque no tienen pareja... Estos audios, basados en el libro de Joshua Harris "Le dije adiós a las citas amorosas", tratarán con los asuntos que promueven al amor verdadero y una sexualidad sana acordes a los principios bíblicos.. Es por ello que serán un valiosísimo material para maestros, padres, consejeros, médicos, educadores interesados en promover el bienestar de la juventud y de las familias.. pues en nuestros días, no podemos ignorar que hay una urgente necesidad de enseñar a los jóvenes el valor de la pureza y el carácter para lograr un amor autentico y una pareja estable... y los principios Biblicos son el fundamento para todo ésto.
Veamos lo que se incluye en éste material:


DVD 1: El Amor

Se hablará de como practicar el amor de la forma en que Dios lo define: con sinceridad y sin egoísmo.
Existen tres cosas que nos dice la Biblia sobre el verdadero amor. La primera es que el verdadero amor entrega su vida por el otro. Juan 15.13 dice que no existe más grande amor que el que entrega su vida por sus amigos. La segunda cosa que la Biblia nos dice es que el verdadero amor es sincero. Romanos 12.8 dice que el amor debe ser sincero... Interpretando a éste versículo de de otro modo, diríamos así... "Ama desde el centro de tu ser, no finjas."
Y la tercer cosa que nos dice la Biblia sobre el verdadero amor: Es revelado en Jesús muriendo por nosotros en la cruz... San Juan 3.16 dice: Jesucristo entregó su vida por nosotros. Nuestro deseo por el amor seguro y verdadero no será conocido por una novia o esposa, sólo puede ser conocido por medio de Dios.

Enlaces de descarga:

http://www.easy-share.com/1909129290/Joshua Harris - Amor part1.rar

http://www.easy-share.com/1909129292/Joshua Harris - Amor part2.rar

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DVD 2: La Pureza

Los seres humanos no podemos vivir sin experimentar el amor... y si no somos capaces de vivir por las normas del amor verdadero... la alternativa será un amor irresponsable, promiscuo, y luego atenerse a las consecuencias, que no nos va a conducir a un buen final y con respecto a ésto las sagradas escrituras nos dicen en Gálatas 6:7-8: «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.»


Aquí serán tres los aspectos importantes que se tocarán... Y el primero será el que trata de la belleza y lo sagrado de los planes de Dios para el sexo en el matrimonio. La segunda cosa importante será la de vivir un estilo de vida de pureza motivada por el reconocimiento de la santidad de Dios y su odio por todo el pecado.
Y la tercera parte será la de vivir una vida de pureza que involucra nuestra responsabilidad hacia otras personas.

Enlaces de descarga:

http://www.easy-share.com/1909129297/Joshua Harris - Pureza part1.rar

http://www.easy-share.com/1909129291/Joshua Harris - Pureza part2.rar

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DVD 3: La Confianza

De una forma inspiradora y humorística se hablará de como poner la esperanza
en Dios y esperar su tiempo para el romance.
Y con respecto a ésto hay tres cosas que se verán, primero las caracteristicas
de a una persona que tiene confianza en Dios... y algunas de éstas son:
una persona que confía en Dios aprovechando el tiempo... la del contentamiento en Dios y en toda circunstancia... y una primordial, la de confíanza en Dios, haciendo de El su fuente de esperanza y refugio. Salmo 91:2 dice: “Esto declaro al Señor, Él solo es mi refugio, mi lugar seguro. Él es mi Dios y yo confío en Él”.

Enlaces de descarga:

http://www.easy-share.com/1909129295/Joshua Harris - Confianza part1.rar

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martes, 20 de julio de 2010

Cómo ayudar a las personas a salir de la homosexualidad


Hace unos días atrás, leía un artículo con una historia que me enterneció… Según se cuenta allí, Frank Worthen, había salido de un estilo de vida homosexual a los 44 años, cuando volvió a consagrar su vida a Jesucristo... ahora es el fundador de Love in Action (Amor en Acción), uno de los ministerios de ex homosexuales más grandes del mundo… además es el fundador y actual director de New Hope Minstries (Ministerios de nueva esperanza) en San Rafael, California, y ha escrito varios libros sobre cómo salir de la homosexualidad... Ahora, como lo verán luego, su vida estuvo llena de contrariedades.... fuerzas y artimañas del mundo y de aquel q lo maneja, lo impulsaban y cada vez más a aun estilo de vida homosexual… y ni hablar del ambiente “cristiano” q lo rodeaba… Pero un día el poder, la misericordia y amor de Dios lo encontró, cambiando todas sus circunstancias en todo lo opuesto... siendo ahora, su vida y su ministerio para la honra y gloria de Él… Es que Dios, es un gran especialista en cambios… y de ésto sabía David… pues dijo en el salmo 84:46..
“Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, Cuando la lluvia llena los estanques.”
Esta es una valiosa enseñanza que no debemos olvidar… Si Dios ha permitido a satanás actuar en nuestra vida… y hemos pasado por muchas experiencias de lucha, dolor y lágrimas… Dios a su tiempo, mediante la fé y el arrepentimiento (ingredientes esenciales), sabrá enviarnos la lluvia… la cual Él la dará y hasta rebosar… convirtiéndose aquel poso de dolor en una fuente a la cual otros vengan y beban!
Y con respecto a ésto, nuestro mismo Dios dice en Jeremías…
“Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca...”



Les dejo ahora, el testimonio de Frank Worthen, que se halla junto a todo un artículo con valiosísimas enseñanzas sobre el tema.


Tuve el trasfondo familiar de la mayoría de los homosexuales: un padre ausente, una madre controladora. Cuando estaba presente mi padre, no había paz sino sólo caos. Crecí atemorizado y aislado. A los 13 años, mi padre murió y perdí la oportunidad de llegar a conocerlo alguna vez.

Mi pastor asumió el papel de padre, y era todo lo que mi padre no había sido. Tomó un gran interés en mi vida, me abrazaba y daba indicaciones para que la iglesia nos ayudara financieramente.

Un día, cuando estaba por cumplir catorce años, mi pastor me llamó a su oficina y me dijo: "Frank, tú eres homosexual." Nunca había oído esta palabra, ya que había crecido en un pequeño pueblo rural, pero estaba seguro que no era algo bueno. Cuando me explicó lo que era la homosexualidad, tuve la sensación desagradable de que tenía razón, que me había leído correctamente. Pero luego siguió diciendo que mi homosexualidad era un regalo de Dios, que él mismo era homosexual y que muchos de los pastores de nuestra denominación también eran homosexuales. Yo sabía que era diferente, pero ciertamente no quería ser diferente, y esta no era una buena noticia. Pedí a Dios que me cambiara, pero seguía sintiendo atracción por otros hombres. Mi única esperanza era que simplemente estaba demorado en desarrollar un interés en el sexo opuesto y que ese cambio pronto ocurriría.

A los 18 años, me enamoré de una chica, y estaba alborozado pensando que mi homosexualidad había desaparecido. Por fin había madurado hacia la heterosexualidad. Después de una relación de un año, llevé a mi amiga a un restaurante fino y le pedí que se casara conmigo. Su respuesta fue: "Hay sólo dos cosas que puedo amar: los caballos y otras mujeres." A esta altura, sabía que no estaba solo en mi lucha contra la homosexualidad, pero nunca había pensado que las mujeres también podían ser homosexuales. Ella se fue, y nunca la volví a ver.

Volví a mi pastor y me consoló diciéndome: "¿Por qué no me escuchas? Te he dicho vez tras vez que eres homosexual. Tú no estabas enamorado de esa mujer, sino del hombre dentro de esa mujer. Tienes que enfrentar el hecho de que eres homosexual." Ese día, a los 19 años, ingresé en un estilo de vida homosexual. Pasé veinticinco años como un homosexual activo en San Francisco. He participado de gran parte de la historia del movimiento gay.

A los 44 años pensaba en suicidarme y quería salir de donde estaba, pero nunca había visto a nadie dejar el estilo de vida homosexual, excepto por muerte. Todos decían: "una vez gay, siempre gay." Así que me sentía tan miserable que di un salto de fe desesperado: volví a la fe de mi juventud. Me daba cuenta que no me había ayudado cuando era joven, pero no tenía otra opción fuera del suicidio. Tenía sólo la fe más pequeña de que ocurriría algo pero, para mi sorpresa, esa migaja de fe fue suficiente para obrar un cambio milagroso. Ya han pasado 23 años de ayudar a personas a escapar del estilo de vida homosexual. He estado casado por 11 años, y jamás volvería a la miseria y a las mentiras de estilo de vida gay. Cada día doy gracias por mi nueva vida. Hay más felicidad ahora en un día de mi vida que en los veinticinco años que pasé en un estilo de vida de traición y engaño.

Todos los homosexuales pueden cambiar
El primer tema que quisiera abordar es que no hay nadie, aun cuando haya tenido una operación de cambio de sexo o haya vivido travestido durante años, que no pueda cambiar. El cambio está disponible para toda persona que esté luchando con la homosexualidad. No hay clases especiales de invertidos o pervertidos. Toda persona motivada puede cambiar. La edad puede ser un factor en la motivación. En oposición a los aparentes hallazgos de Lawrence Hatterer (Changing Homosexuality in the Male - Cómo cambiar la homosexualidad en el varón), he encontrado que la persona mayor está más motivada hacia el cambio, porque ha visto todos los aspectos del estilo de vida y ya no tiene ningún misterio para él. Para cuando llegan a los 40 años, muchos ya están dispuestos a cambiar, ya que están completamente desilusionados con ese estilo de vida.

La motivación
Bueno, pero uno podría decir: "Ahí está el truco. El homosexual que no está motivado no puede cambiar, así que no todos los homosexuales pueden cambiar." Déjeme recordarle que la persona que no está motivada no puede lograr nada, sea que esté aprendiendo a usar una computadora o a conducir un camión. Hay homosexuales no motivados, en un gran porcentaje, pero esto no significa que si encuentran la motivación no pueden cambiar.

La tarea de la comunidad psicológica es infundir esperanza. Esta es una de las premisas más básicas de la consejería. Si el consejero o el terapeuta no ofrece esperanza, ¿dónde encontrará el aconsejado esperanza? El campo de la psicología está diciendo a la persona que está luchando con la homosexualidad, en su mayor parte, que el cambio es imposible e innecesario. La mayoría de las iglesias más importantes está de acuerdo con la comunidad psicológica. Sin esperanza el pueblo perece.

La fe
Curiosamente, la comunidad psicológica ha pasado por alto una de las herramientas más poderosas que están a su disposición, es decir, la fe. La humanidad fue creada para adorar. Si el hombre no quiere adorar a Dios, entonces el hombre adorará al hombre. ¿Puede sorprendernos que los gays suelen llamar a un hombre fornido "un dios griego"? Una mirada a la historia pasada mostrará que hasta hace poco la adoración del Creador era un tema central en la vida diaria del hombre. La fe y la adoración son los mayores factores de motivación que puedan encontrarse. ¿Cómo ayudar al aconsejado si uno trabaja sólo con el cuerpo y el alma, pero ignora el espíritu?

La gente se maravilla del éxito de Alcohólicos Anónimos. ¿Cuál es su tema central? La fe en un "poder superior." Para los cristianos, este poder superior es Jesucristo. A menudo me preguntan cuál es el método que uso. Sí, en cierta medida, hay un programa estructurado, o método, pero no es esta estructura lo que causa el cambio; es la fe lo que cambia vidas.

El cambio es sumamente difícil
Nada de esto quiere decir que porque uno tenga una fe y un programa estructurado sea fácil dejar el estilo de vida homosexual. Puede ser uno de los ajustes más difíciles que se le pueda pedir a una persona. Hay una cantidad de creencias erróneas o mentiras que deben ser cuestionadas. La principal es que el cambio es imposible. Si hay una cosa que penetra esta creencia instalada es que, si bien hay muchas cosas imposibles para el hombre, no hay nada imposible para Dios.

A muchos les gustaría continuar sus contactos con el mundo gay. A menos que se haga un corte completo, el cambio se verá impedido. Esta renuencia a romper con amigos, a mudarse del sector gay, tal vez renunciar a un trabajo y dejar atrás ropa y otros artículos relacionados con el estilo de vida gay impide que ocurra el cambio, y lo viejo continúa reforzándose mientras que lo nuevo no tiene una oportunidad para desarrollarse.

El primer paso: Una decisión decisiva
Como hemos dicho, la motivación para el cambio es algo difícil de encontrar. En general, las penurias del estilo de vida homosexual no producirán una motivación para el cambio suficiente, aun cuando haya habido un gran sufrimiento. Un deseo de conformar a los patrones de la sociedad y de que la gente tenga un buen concepto de uno no producirá la suficiente motivación para llevar a la persona a través de los sacudones del proceso de cambio. Sólo una fe interior profunda en Dios es lo suficientemente fuerte como para producir la motivación para tomar una decisión decisiva que se mantendrá durante los tiempos de tentación y de burla de otros homosexuales.

Cómo resolver los temas primarios y secundarios
La persona homosexual acude a usted porque ha fracasado sus intentos de encontrar paz y felicidad. Viene porque está en dolor. Suele venir porque los temas secundarios se han vuelto abrumadores y ya no puede funcionar. Ha llegado a odiarse a él y todo lo que es su vida. Sin embargo, su preocupación sólo está relacionada con el producto o los síntomas de su estilo de vida anormal, y no tiene ningún conocimiento de las causas que son la raíz de su problema.

Si usted se ocupa de los problemas que él presenta, tal vez él se retire feliz temporalmente, pero su alivio no durará. ¿Cuáles son algunos de los problemas que puede presentar? El rechazo, un amante que se ha ido, que alguien significativo ha descubierto su naturaleza homosexual y ha roto la relación con él, o puede tener una adicción al alcohol o a la droga, que usa para escapar de las aflicciones de su estilo de vida. Puede haberse vuelto irresponsable, abandonando sus responsabilidades, como pagar la renta, cumplir con los pagos de la tarjeta de crédito, mantener vivas sus amistades, puede sentirse culpable por defraudar a sus padres y amigos, y puede haber una cantidad de problemas difíciles que le han provocado infelicidad. Pero ninguno de esto son su problema raíz y, a menos que sean enfrentados, seguirá la dificultad.

Los temas primarios que los consejeros rara vez abordan son aquellos temas de largo plazo que no pueden ser resueltos rápidamente. Estos son los temas que dieron lugar a la homosexualidad en primer lugar: la falta de afirmación, la falta de un sentido de pertenencia, el abuso sexual, los efectos de la rotulación, la injusticia, el sentido de víctima y el temor.

La familia inmediata del aconsejado puede ser no existente, disfuncional u hostil. Las mismas personas que tendrían que haberle brindado la afirmación que necesitaba para madurar hacia una persona heterosexual, en cambio le han quitado estos ingredientes primarios para una vida sana. Ha intentado encontrar estas cosas en un estilo de vida homosexual, pero los resultados fueron similares, ya que no hay ningún rechazo mayor que de homosexual a homosexual. No conozco ningún reemplazo de la familia mejor que la iglesia. Un grupo de iglesia bien informado puede brindar la cosas que le ha faltado desde la primera infancia: la afirmación, el sentido de pertenencia, la preocupación por su sentido de víctima, la libertad de sus sentimientos de culpa, y el amor y la aceptación generales. El consejero sabio se dará cuenta que el consejo solo es inadecuado, que tiene que haber un grupo afirmador fuera de la sesión de consejería que pueda brindar lo que no puede ofrecer el consejero.

Cómo llenan la brecha los ministerios de ex homosexuales
Debido a que la iglesia puede ser menos de lo que debería ser, los ministerios de ex homosexuales llenan la brecha, y preparan el camino para el ingreso a la iglesia. Algunos ministerios, como New Hope, tienen programas de residencia de un año. Aquí se cubren las necesidades de afirmación y un sentido de pertenencia. Hay ahora alrededor de 200 ministerios de ex homosexuales. Sólo unos pocos, sin embargo, ofrecen un programa residencial, pero sigue siendo el programa más eficaz para el cambio.

Un largo viaje
La persona homosexual que busca ayuda se estará embarcando en un largo viaje. No estamos hablando de semanas o meses, sino años. Dado que cada uno avanza a su propia velocidad, es difícil proyectar el tiempo para que tenga lugar el cambio. Las duraciones mínimas que he visto son tres años, y el máximo puede ser toda la vida. Depende mucho de la disposición para tomar decisiones duras y mantener la decisión inicial de cambiar. Cada fracaso aleja la victoria más hacia el futuro. No debe perder de vista su objetivo.

Después de abandonar la actividad sexual, muchos personas que luchan contra la homosexualidad avanzan hacia el próximo paso, que consiste en desarrollar relaciones emocionalmente dependientes. De hecho, muchas iglesias principales que desaprueban de los actos homosexuales alientan este tipo de relaciones, pero por más necesario que sea este paso, sigue siendo poco sano y debe ser solucionado. A menudo nos referimos a estas relaciones como vampirismo emocional. Estas relaciones chupan la sangre de la persona que siente la necesidad de ministrar al que lucha con la homosexualidad. Lamentablemente, algunos consejeros cristianos aún se aferran a la creencia de que una sola persona puede suplir todas las necesidades de la persona que está luchando, y esto simplemente no es así. Es prepararse para la desilusión y el fracaso. Es una carga demasiado pesada para que lleve una persona y da como resultado expectativas irreales. La persona que está luchando necesita al menos tres o cuatro personas que estén dispuestas a ser amigas y ofrecer su ayuda. Estas relaciones dependientes son poco sanas para el luchador y el cuidador.

¿Es posible la heterosexualidad?
Sí, hay algo más allá de la homosexualidad célibe. Las atracciones del mismo sexo se desvanecen y surgen atracciones opuestas como resultado de un corte total con el antiguo estilo de vida. Es de vital importancia que el aconsejado sostenga la creencia de que el cambio es posible. Proverbios 23:7 dice: "cual es su pensamiento en su corazón, tal es él." Este es un proverbio sabio. Somos hoy donde nuestros pensamientos de ayer nos han traído. Quien pueda ver el proceso de cambio como una aventura llena de emoción y desafío verá cómo el cambio se desarrolla a una velocidad consistente. Quien aún crea que el cambio puede ser imposible, no verá el cambio que desea.

Por cierto, nadie debería considerar la idea del matrimonio hasta que haya ocurrido una sanidad suficiente. Nunca sugeriría un matrimonio para ninguna persona que no haya estado al menos tres años en celibato total. Debido a que el proceso de cambio es un proceso largo, puede haber momentos de desilusión profunda, cuando los viejos deseos y fantasías vuelven. A menudo el cambio es un proceso del tipo de tres pasos hacia adelante y dos hacia atrás. El consejero debe dejar lugar para momentos de fracaso y ver el proceso global. ¿Ocurren los fracasos con una separación cada vez mayor? A pesar los fracasos, ¿sigue habiendo señales de progreso? ¿Se enfrentan los fracasos con sentimientos de culpa y de desesperación? ¿Está creciendo la persona a través de sus fracasos?

Soy pastor de una iglesia pequeña, y veo a muchos hombres normales que tienen miedo del matrimonio y el compromiso, así que es de esperar que un ex homosexual pueda tener el doble de temor del matrimonio y del desempeño sexual en el matrimonio. No debemos convertir al matrimonio en el objetivo último para cada ex homosexual. Sí, nos encanta cuando nuestros hombres se casan y crían una familia, y es sano y bueno, pero el éxito también puede ser una vida responsable y satisfactoria. No debemos asumir que si una persona es soltera, no ha habido un cambio. Debemos estar conscientes de que el matrimonio solo no es ninguna señal de cambio.

Una nueva vida
Todas las personas homosexuales pueden disfrutar de una nueva vida. Nadie queda excluido de comenzar un nuevo estilo de vida, sano y saludable. Casi nadie lo puede hacer por su cuenta, y se requiere la ayuda de otros a lo largo del camino. Encuentro que aquellos cuya fe es débil o inexistente generalmente no lo logran. Quienes tienen una fe interior fuerte tienen la fuerza motivadora para conducirlos a través de años de dificultad hacia una nueva existencia maravillosa que nunca pensaron que sería posible.

Traducción: Alejandro Field


Este articulo fué extraído de la página: Leadership U (Base de Recursos y Periódico En Línea)

sábado, 17 de julio de 2010

El concepto de Autoestima y las Escrituras - Dave Hunt

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Extractos del libro Más allá de la Seducción
— Editorial Portavoz — Grand Rapids, Michigan
www.portavoz.com
Traducción del inglés:
Santiago Escuain


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Ideas similares a estas están siendo impulsadas por líderes cristianos que arguyen que la meta primaria del evangelio ha de ser suplir «la más profunda necesidad de cada persona —su hambre de autoestima, de propia valía, y de dignidad personal».[1] Pero muchos otros están igualmente convencidos de que la verdadera hambre del hombre es de Dios, y que lo que está en juego es la gloria de Dios, y no la dignidad y la propia valía del hombre.
Hay ciertamente un deseo legítimo que Dios ha puesto dentro de todas las personas para encontrar propósito y significado de su existencia. El error del humanismo y de la psicología estriba en buscar en el yo aquello que sólo Dios puede proveer. «Conozco, oh Jehová,» dijo Jeremías, «que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos» (Jeremías 10:23). Agustín dijo: «Oh Dios, Tú nos has hecho para ti mismo, y no tenemos reposo hasta que lo hallamos en ti.» El yoísta intenta encontrar este reposo no confiando en Dios sino en aquella autoconfianza que procede de una propia imagen positiva. Pascal habló del vacío en forma de Dios en nuestro interior que sólo Dios podría llenar. Pero en la actualidad este vacío interior es explicado como una falta de propia valía y carencia de autoestima; se ofrecen soluciones yoístas que no dan satisfacción a la sed espiritual por el mismo Dios.

Estamos de vuelta a un error principal que ya hemos tratado de una forma algo diferente: estamos viendo a Dios, de hecho, como poco más que un medio de propia realización y contemplando todo lo que Él ha hecho, incluyendo la cruz de Cristo, primariamente desde una perspectiva egoísta de qué es lo que nosotros conseguimos de ello. Es la misma antigua rebelión, pero ahora justificada por las teorías de la psicología. Al apartar la atención de Dios y dirigirla al hombre, el evangelio yoísta echa a un lado la gracia, que no puede tener parte alguna en la autoestima y propia valía. Como ha observado Jay Adams:

Muchos proponentes del movimiento de la propia valía están destruyendo la preciosa doctrina de la gracia para apoyar una teoría humanista y no cristiana....[2]



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Los redimidos no deberían pensar acerca de sí mismos, sino sólo acerca de agradar y glorificar a su Redentor. En el cielo, toda la atención nuestra se centrará en nuestro Señor, ninguna sobre nosotros. Ni querremos ninguna atención, porque volvernos a nosotros mismos destruiría el cielo. Es cierto que estaremos allí con cuerpos glorificados y que recibiremos coronas y recompensas y que oiremos de boca del Señor: «Bien, buen siervo y fiel ... entra en el gozo de tu Señor» (Mateo 25:21). Pero, ¿nos dará esto acaso una propia imagen positiva, un sentido de propia valía y de autoestima, y nos hará sentirnos cómodos con nosotros mismos? C. S. Lewis responde a esto:
El niño al que se le dan unas palmadas en la espalda por haber hecho bien la lección, la mujer a la que su amante le alaba su belleza, el alma salvada a la que Cristo le dice: «Bien hecho», se complacen, y deberían complacerse.

Porque ahí la complacencia reside no en lo que tú eres, sino en el hecho de que has agradado a alguien a quien querías (y querías de manera muy justa) agradar.

El problema comienza cuando pasas de pensar: «Le he agradado; todo está bien,» a pensar, «¡Qué excelente persona soy yo por haberlo hecho así!» [3]

Lo que Lewis está diciendo ha sido el consenso general de la iglesia desde su inicio. La teología de la autoestima ha llegado sólo en los últimos tiempos a la escena y está intentando de manera desesperada demostrar que de hecho es «la fe que ha sido una vez dada a los santos». Aprendemos mucho de la doctrina establecida de la iglesia en base de himnos que han resistido el paso del tiempo. Consideremos estas palabras, que fueron inspiradas por las cartas de Samuel Rutherford y escritas por Anne Ross Cousin hace unos cien años, y observaremos no sólo lo enfrentadas que están a la nueva teología centrada en el yo, sino cuánto mejores son:

No contempla la novia su vestido,
Sino el rostro de su Amado;
No miraré yo a la gloria,
Sino a mi Rey de Gracia lleno:
No a la corona que otorga Él,
Sino a Su horadada mano.
El Cordero es toda la gloria
En la tierra de Emanuel. [4]

¡Aquí no hay pensamiento alguno acerca del yo! Difícilmente podría uno decir que debido a que Cristo sea «toda la gloria» que por ello mismo hemos perdido algo, al no «sentirnos cómodos acerca de nosotros mismos.» Un hombre que estaba verdaderamente lleno del amor, de la paz y del gozo de su Señor, Samuel Rutherford murió en 1661 repitiendo triunfante estas palabras: «¡Toda la gloria en la tierra de Emanuel! ¡Toda la gloria!» Podemos estar bien seguros de que Rutherford no estaba pensando en sí mismo, sino en su Señor.



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El intento de bautizar la psicología humanista para introducirla en la cristiandad va en contra de todo el tenor de la Escritura. No hay ni un héroe o heroína de la fe en toda la Biblia a quien se pueda señalar como ejemplo de una persona que mantuviese una propia imagen positiva o que sufriese debido a la carencia de cualquiera de los propulares yoísmos actuales. Y la promoción del «yoísmo» está tan ausente de los escritos de los santos a lo largo de toda la historia como lo está de la Biblia misma. Entre sus muchas «propias afirmaciones» el gran apóstol Pablo se designó como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15), un «mísero hombre» (Romanos 7:24) y «menos que el más pequeño de los santos» (Efesios 3:8).
Pablo apremió a los Filipenses (y con ellos también a nosotros) a que pensasen «con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Filipenses 2:3). Advirtió a los creyentes en Roma con estas palabras: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener» (Romanos 12:3). En ninguna parte de la Biblia se nos advierte a que no pensemos más humildemente de lo que debiéramos, pero debería haber muchas de estas Escrituras si nuestro problema fuese la falta de autoestima. Evidentemente, no es este nuestro problema; sí que ciertamente lo es el orgullo. C. S. Lewis reconoció que lejos de carecer de autoestima y de amor propio, su problema era precisamente el contrario:

¿Pienso bien en mí mismo, opino que soy un buen chico? Bueno, me temo que así es a veces (y estos son, indudablemente, mis peores momentos)....

Doy un paso más. En mis momentos más clarividentes no sólo no pienso que soy una buena persona, sino que sé que soy verdaderamente horrible. Puedo contemplar con horror y asco algunas de las cosas que he hecho.[5]

Esta sinceridad permite que uno se abra a la perspectiva bíblica del yo. Cuando Dan Denk la aplicó en su actividad de consejería, el efecto fue liberador. «Comencé a examinar a fondo la psicología del mí-ismo», cuenta Denk, «cuando daba orientación como pastor y más adelante como maestro en una universidad cristiana. Doug vino a hablar un día conmigo (como lo había hecho muchas veces antes). Se sentía otra vez deprimido, abrumado por sus propias faltas. En anteriores ocasiones había tratado de ayudarle a mejorar su concepto de sí mismo. Esto funcionaba por un poco de tiempo —y luego volvía a hundirse en la depresión.» Denk prosigue diciendo:

Esta vez me llamó la atención lo absorto que Doug estaba en sí mismo. No necesitaba centrar más la atención en sí mismo.

«Doug,» le dije, «no creo que tu problema sea que tengas un pobre concepto de ti mismo. Creo que en realidad eres bien orgulloso. La razón de que te sientas inadecuado y miserable en ocasiones se debe a que lo eres ... lo mismo que todos nosotros. ¿Por qué no aceptas lo que eres y sigues adelante con tu vida? Olvídate de ti mismo por un tiempo e interésate en otras personas y en sus preocupaciones.»

La expresión del rostro de Doug cambió de la sorpresa al horror, a la incredulidad ... y luego se relajó en una sonrisa. Nunca había oído un consejo así. Desde luego, no esperaba que iba a oírlo de mis labios. Pero, al seguir hablando, sus ojos comenzaron a iluminarse, y le sobrevino una nueva libertad —libertad de la esclavitud del ensimismamiento en el yo, la libertad que viene de contemplarse uno a sí mismo con sinceridad por primera vez.[6]

No yo, mas Cristo

La cuestión a la que hacemos frente es mucho más grande que los pros o los contras de las teorías psicológicas yoístas. Si nos tomásemos en serio a Jesús, la diferencia entre Su mandamiento que Sus discípulos han de negar el yo y la promoción del nuevo evangelio del amor propio, de la autoaceptación y de la propia estima podrían significar la diferencia entre el cielo y el infierno (Mateo 16:24, 25). Evidentemente, hacemos frente a una cuestión de la mayor importancia. Es asombroso darse cuenta de que la psicología ha influenciado a la iglesia hasta tal punto que un tema principal en la iglesia es ahora la honra del yo. Dave Wilkerson observa:

Ve a cualquier librería y cuenta el número de libros que tratan de los dolores humanos —como la depresión, el temor, el rechazo, el divorcio y nuevo matrimonio, la soledad, etc. Asiste a cualquier seminario o campaña evangelística y obtendrás muchos conocimientos acerca de como hacer frente al dolor y angustia personales.

Pero, ¡cuán poco se escribe o enseña acerca de compartir los padecimientos de Jesucristo, el Señor! [7]

Georgi Vins, tanto tiempo preso de los soviéticos hasta aquel histórico intercambio que lo trajo a Occidente, nos reta con la elección que él y otros cristianos soviéticos hicieron en 1962 en obediencia a Cristo: «Por todo el país, los creyentes estaban tomando postura contra la apostasía. La perturbadora condición espiritual de nuestras iglesias nos llevó a examinar nuestras propias vidas.» El arrepentimiento trajo una decisión a basar «todas las cuestiones de vida y de fe» a partir de entonces únicamente «en base de la autoridad absoluta de la Biblia».[8] Aquello fue el origen de un avivamiento que prosigue hasta el día de hoy. Aunque ha sufrido mucha persecución y está encarcelado ahora, observemos el gozo y la victoria en esta declaración de Gennady Kryuchkov, presidente de las iglesias bautistas no registradas en la URSS:

Lo dejamos todo atrás y salimos de en medio de ellos, sin poseer nada más que nuestra fe y las promesas de Dios, y entramos en la abundancia de la bendición de Dios.

Que el Señor continúe Su poderosa obra entre nosotros hasta que Él venga, que nuestro cántico de alabanza a Él, comenzado en este valle de lágrimas, pueda proseguir por toda la eternidad en Su Reino celestial.[9]

Es bien evidente que no es el yo lo que está en juego —ni su estima ni su amor, ni su valía ni su aceptación— sino sólo Cristo. Si queremos permanecer fieles a nuestro Señor, entonces debemos comenzar a practicar un cristianismo puramente bíblico. Y este cristianismo lo encontramos descrito en las cartas que el apóstol Pablo escribió desde la cárcel en su época. Se expresa también en las cartas procedentes de las cárceles escritas por muchos del pueblo de Dios sufriendo incluso ahora en campos de trabajo comunistas por todo el mundo. Consideremos esta, de Vladimir Kosteniuk, un predicador de 57 años de una iglesia no registrada en Ucrania, sirviendo su segundo período en el Gulag y amenazado con una extensión de la sentencia:

Es el deseo de mi corazón que el Señor me haga instrumento de Su paz, para que donde hay odio, yo pueda sembrar amor; donde hay duda, fe; donde haya desesperanza, esperanza; donde haya dolor, gozo; que en todo Él conceda que mi vida sea un buen ejemplo....

Mis amados, hay tanto que querría deciros en esta carta.... ¡Lo más que quiero es estar siempre listo para la venida de mi Salvador! Estoy tan agradecido al Señor que Él me esté llevando por este camino y que Él no me dejará de Sus manos.

Cuando contemplamos el camino que anduvieron Cristo y Sus seguidores, nuestras dificultades parecen pequeñas e insignificantes. Porque lo más importante en la vida de un cristiano es esto: ¿Qué llevaremos con nosotros cuando estemos delante de Dios? ¿Qué tendremos para poner a Sus pies?[10]



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¿Cuál es la base de todos estos yoísmos?

...

Un psicólogo cristiano destacado cita el Salmo 139 y sugiere que «la maravillosa pauta de crecimiento, plenitud y desarrollo» que «Dios introdujo en nuestros genes ... es la base última de la autoestima».[11] Ciertamente, el ingenio revelado en el código genético debería llevarme a postrarme y adorar ante la sabiduría y el poder de Dios, pero, ¿autoestima? Ver las maravillas del poder creador de Dios en mis genes no es más causa de autoexaltación que ver el poder creador de Dios en los genes en general o en una puesta de sol o en una hermosa flor —yo no he tenido nada que ver con la creación de ninguna de estas cosas.
La maravillada contemplación de las hermosuras y maravillas de la creación no potencia mi autoestima ni me hace sentir cómodo acerca de mí mismo, sino que me mueve a adorar al Creador. «Los cielos cuentan la gloria de Dios,» no mi gloria. Si lo que Dios ha hecho al crear el universo es para Su gloria, ¿no ha de ser también para Su gloria lo que Él ha hecho en mí y por mí como nueva creación en Cristo? Habría de ser evidente que la autoestima no juega papel alguno en el gran designio de Dios ni respecto a mí, ni respecto al resto de la creación.

Incluso si yo estuviese mejor dotado física o mentalmente que ninguna otra persona en el mundo, esto, según Pablo, no sería una base para jactarme: «Porque, ¿quién te distingue?», preguntó él. La respuesta es, evidentemente, Dios, aunque no debo achacarle a Él los defectos que haya heredado de mis antepasados pecadores. Pero en cuanto a sus talentos y oportunidades, y acerca de cualquier cosa buena que se manifestase en su vida (y en particular en su apostolado), Pablo declaró: «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1 Corintios 15:10). ¡Aquí no hay base alguna para la autoestima! Y prosigue diciendo: «¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7). La himnología de la iglesia nos dice cuál ha sido el consenso. Esta estrofa fue escrita por James M. Gray hace unos cien años:

Nada poseo que no haya recibido;
La gracia ha dado desde que he creído.
La jactancia excluida, el orgullo yo abato;
Solo un pecador soy por la gracia salvo.
Esta es mi historia: a Dios toda la gloria,
Solo un pecador soy por la gracia salvo.

Nadie sino pecadores salvados entrarán en el cielo. Y este glorioso hecho jamás será olvidado. Cristo llevará eternamente las marcas del Calvario. Las cicatrices de lo que Él sufrió por nuestros peeados jamás serán quitadas.

¿Osaremos pensar que jamás podremos borrar de nuestras memorias el hecho de que somos pecadores salvos por la gracia? ¿Quién querría olvidar la deuda que tenemos contraída con Aquel que nos ha redimido? El trono de Dios será para siempre conocido también como el trono del Cordero (Apocalipsis 22:3). Nuestro glorificado Señor y Salvador se mostrará en Su cuerpo de resurrección por toda la eternidad como el Cordero inmolado, y nuestro cántico será para siempre: «¡Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre!» El Salvador crucificado y resucitado que lleva las marcas del Calvario será la gloria del cielo. Lloyd-Jones lo ha expresado bien:

El orgullo es siempre la causa de nuestros problemas, y nada hay que tanto daño le haga al orgullo del hombre como la cruz de Cristo.

¿Y cómo lo hace esto la cruz de Cristo? ¿Qué ha sucedido que haya habido la necesidad de una cruz? Se debe a que somos unos fracasados, debido a que somos pecadores, debido a que estamos perdidos.[12]

El cristiano no es una buena persona. Es un vil miserable que ha sido salvado por la gracia de Dios. [13] ....

Perversión de las virtudes

El Espíritu Santo revela la sórdida realidad a fin de ayudarnos a ver la misma soberbia en nuestros propios corazones que lo cierto es que la soberbia es el pecado dominante de la raza humana. Y a pesar de ello, los líderes cristianos insisten en que tanto la Cristiandad como el mundo secular están acosados por una epidemia de «un deficiente concepto del yo», ¡y para la que el remedio preciso es la promoción de un alto nivel de autoestima!

Se trata de un enfoque humanista. Después de observar que el orgullo «procede directamente del Infierno», C. S. Lewis señala cuál extrechamente se relaciona con el respeto a uno mismo, o autoestima y al sentido de la propia dignidad:

El orgullo puede a menudo emplearse para aplastar los vicios más simples. De hecho, los profesores apelan frecuentemente al propio respeto de un muchacho para hacer que se comporte de una manera decente; muchos han vencido a la cobardía, o los apetitos carnales, o el mal genio, aprendiendo a pensar que son cosas por debajo de su dignidad: es decir, por el Orgullo.

El diablo ... se siente perfectamente feliz de ver que te vuelves casto y valiente y templado, siempre y cuando, con todo ello, establezca sobre ti la Dictadura de la Soberbia ...[14]

Incluso el amor, la bondad y todas las demás virtudes han sido pervertidas por el egocentrismo que nació en Edén. El joven sentado en el auto y que le dice apasionadamente a la joven que le acompaña: «¡Te amo!», puede que no se dé cuenta de que lo que realmente quiere decir es «Me amo a mí mismo, y a ti te deseo.» Y la muchacha puede que descubra esta verdad demasiado tarde. Quizá ninguno de los dos se dará nunca cuenta de por qué el ideal que los dos buscan parece siempre escapárseles por entre los dedos. Como W. H. Mallock dijo de los primeros Fabianos hace más de cien años, las modernas influencias han destruido la fe que habían tenido, y sus «corazones están anhelando dolidos el Dios en el que ya no creen»[15] y que insensatamente han sustituido con el ídolo «Yo».

Muchos maridos o mujeres han encontrado que su cónyuge ya no era «atractivo» y han ardido de pasión por alguna otra persona, convencidos en el calor de su egoísta concupiscencia que la felicidad no podía encontrarse de otra manera que librándose del primero para tener lo segundo. Es la misma seducción a la que sucumbió Eva.

Una nueva visión de la felicidad

Los egoístas deseos carnales nos privan de la felicidad misma que buscamos. La pasión tras nuestra voluntad nos ciega al hecho de que la verdadera dicha se encuentra sólo en hacer la voluntad de Dios. La «dicha» que esperaba encontrar un adúltero o una persona que se haya divorciado de su cónyuge para casarse con otra persona queda finalmente destruida por la culpa que conlleva haber pisoteado el honor y el compromiso y el verdadero amor. ¿Cómo puede uno ser feliz, por mucha riqueza que se haya adquirido o por mucho placer que se haya gozado (sexual o de cualquier otro tipo), sabiendo que él o ella lo ha robado de otra persona y se ha burlado de Dios? Un «gozo» así se transformará finalmente en una «boca ... llena de cascajo» (Proverbios 20:17) y será sustituido por un remordimiento eterno en todos los que no hayan hallado arrepentimiento y perdón en Cristo.

Que cedamos o no a la la tentación depende mucho de nuestra perspectiva. Estas concupiscencias son llamadas «deseos engañosos» (Efesios 4:22) y «codicias necias y dañosas» (1 Timoteo 6:9) porque nos seducen con placeres breves e involucrando desobediencia a Dios, y con ello llevan a largo plazo al sufrimiento. Aquellos que se concentran en sí mismos piensan en los mandamientos de Dios en términos de placeres que les son negados. Pero los que han negado el yo encuentran un placer verdadero y duradero en la obediencia. Hay un gozo que proviene de agradar a Dios que está tan más allá de todo placer de este mundo, que en relación con él la tentación pierde todo poder.

La nueva teología nos niega este camino de victoria. Su gozo es un gozo totalmente egoísta. El deseo de agradar a Dios difícilmente puede ser nuestra sincera motivación si no hay la negación del yo. Uno no puede negarse a sí mismo y al mismo tiempo amar, estimar y aceptar el yo. En cambio, del nuevo «evangelio positivo» se nos dice que «es la senda de Dios a la dignidad humana».[16] Poner al hombre en el centro trastorna todo fuera de su sitio. Cosa asombrosa, la propia negación se torna en propia realización:

¿Hemos de creer que la propia negación significa la negación del placer, deseo, realización y prosperidad personales? Durante demasiado tiempo los líderes religiosos han sugerido esto con resultados trágicos....

Estas actitudes son peligrosas distorsiones y falsas interpretaciones destructivas de versículos esparcidos de la Biblia burda y erróneamente leídos por lectores de la Biblia de pensamiento negativo que proyectan su propia imagen negativa sobre las páginas de la Sagrada Escritura....

Por negación de uno mismo, Cristo no significa el rechazo de aquella emoción positiva que llamamos autoestima —el gozo de experimentar mi propia valía....[17]

El «gozo de experimentar mi propia valía» es un mísero sucedáneo del gozo mucho mayor de conocer que Dios me ama a pesar de lo indigno que soy. La experiencia del amor redentor y eterno de Cristo —la maravillosa intimidad de conocerle— está mucho más allá de cualquier gozo que jamás podría proceder de la estimación de mí mismo. En verdad, quedar lleno de Cristo implica quedar vaciado del yo.


http://www.sedin.org/propesp/masseduc.htm

AUTOESTIMA - W. J. Prost, M.D.

Prefacio
La cuestión de la «autoestima» es un tema de gran actualidad en el mundo en nuestros días, especialmente en América del Norte y en Occidente en general. Hace menos de veinte años, este tema apenas si se mencionaba. Ahora se nos bombardea con esté término por todas partes, e incluso se da a niños muy pequeños cursos de autoestima en las escuelas. Se supone que la carencia de la misma es la razón subyacente a casi cada mal humano, y se supone que la restauración de la autoestima es la curación para casi cada falta.

Hace un tiempo, mientras esperaba ser visitado, tomé un ejemplar de la revista Selecciones de la sala de recepción. Me llamó la atención un artículo titulado «Palabras que hacen milagros», y querría citar dos párrafos de aquel artículo.

Cada uno de nosotros tenemos una imagen mental de nosotros mismos, la propia imagen. Para que la vida sea razonablemente satisfactoria, esta propia imagen ha de ser tal que podamos convivir con ella, que nos pueda gustar. Cuando nos sentimos orgullosos de nuestra propia imagen, nos sentimos confiados y libres para ser nosotros mismos. Funcionamos de una manera óptima. Cuando nos avergonzamos de nuestra propia imagen, tratamos de ocultarla en lugar de expresarla. Nos volvemos hostiles y difíciles para la convivencia.

Es un milagro lo que le sucede a una persona a la que le ha subido su autoestima. De repente le gustan más los demás. Es más amable y cooperador con los que le rodean. La alabanza es el pulimento que ayuda a mantener su propia imagen brillante y resplandeciente.

Esta cita representa la manera actual de pensar en el mundo, y también entre muchos cristianos. Aunque en esas palabras hay ideas que son muy ciertas, también hay cosas erróneas.

Una parte del problema para afrontar esta cuestión reside en que hasta ahora no hay un verdadero acuerdo acerca de cuál es el significado de la «autoestima». Se han propuesto varias definiciones, pero incluso en círculos educados no hay un acuerdo general. Es evidente que este término significa cosas distintas para distintas personas.

Como sucede con todas las cuestiones morales y espirituales, los cristianos deben apartarse de la sabiduría humana, y escudriñar la Palabra de Dios. Pedro nos dice que «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder» [el de Dios] (2 Pedro 1:3). Pablo dijo a los corintios que «la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios» (1 Corintios 3:19). Con la ayuda del Señor querría acudir a la Palabra de Dios, donde encontramos la respuesta a todo lo que atañe a nuestro andar como cristianos en este mundo. La sabiduría del hombre no puede añadir nada a la Palabra de Dios.

Esta cuestión es difícil, y soy bien consciente de mi falta de una comprensión total del tema. El hombre es un ser complejo, y algunas de las consideraciones relativas a este tema tienen que ser experimentadas más que plenamente explicadas. Asimismo, 1 Corintios 13:12 nos dice: «Ahora vemos por espejo, oscuramente», y aquí la palabra «oscuramente» comunica el concepto de algo que es enigmático. En tanto que la Palabra de Dios nos da una perfecta luz para cada paso de nuestra senda, no siempre da satisfacción a nuestra curiosidad ni da respuesta a todas nuestras preguntas. Recordemos esto cuando encontremos aspectos de este tema que puedan estar más allá de nuestra comprensión.

Hay muchos temas que la Palabra de Dios nos presenta que están más allá de la comprensión humana. La mente del hombre puede solamente llegar hasta cierto punto, y luego nos damos cuenta de que estamos en el ámbito de lo infinito. Generalmente, esas cuestiones se componen de dos verdades que deben mantenerse en equilibrio, y que sin embargo la mente humana no puede conciliarlas de una manera plena. Creo que la dignidad humana en la creación y la depravación humana como resultado de la caída son dos de esas verdades. El hombre natural intenta reducir esas verdades a un nivel que podamos comprender, y con ello siempre cae en un error de un lado o del otro. Es triste tener que admitir que caen en ello incluso verdaderos creyentes, al tratar de imponer una estructura de factura humana sobre una verdad que Dios nos ha dado en Su Palabra. La respuesta correcta que debemos dar es adorar con humildad a Aquel que ha querido revelarnos tales cosas, dándonos cuenta de que nuestras mentes finitas no pueden abarcar lo infinito en su totalidad. Podemos apreciar esas verdades, y equilibrarlas en nuestras vidas, pero sólo en tanto que caminemos en comunión con Aquel que nos las ha querido revelar.

Para dar una cierta estructura al tema que vamos a tratar, querría considerar al hombre en tres posiciones o estados. Primero, el hombre en la creación antes de la caída; segundo, el hombre como criatura caída; y tercero, el hombre en Cristo. Según vayamos avanzando se desarrollarán otras consideraciones en relación con esas tres posiciones.


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El hombre en la creación
En Génesis 1 tenemos la maravillosa historia de la creación, que culmina con la creación del hombre en el día sexto. El versículo 26 dice: «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.» La palabra «imagen» tiene aquí el sentido de representante, de modo que el hombre debía ser el representante de Dios sobre la tierra. «Semejanza» comporta el sentido de parecido moral, en que el hombre estaba en relación directa con Dios y que tenía unos afectos en relación con el resto de la creación que eran consonantes con el hecho de ser la cabeza de la misma.

Al final del día sexto, leemos: «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera» (Génesis 1:31). En este contexto, debemos reconocer en el hombre a la obra de Dios, y el hecho de que Dios lo pronuncia como «bueno en gran manera». La elevación del hombre por encima del resto de la creación es sumamente pronunciada, y le fueron dadas unas cualidades que le hacían especialmente idóneo para una posición tan exaltada en la creación de Dios. En tanto que a causa de la caída el hombre ha perdido gran parte de la «semejanza» de Dios, sigue siendo el representante de Dios en la tierra. Sigue habiendo una dignidad inherente al hombre por su posición en la creación, incluso tras haber caído.

Parte de la dignidad y posición del hombre como cabeza de la creación incluye las diversas capacidades que Dios le ha dado, y que no han sido concedidas a la creación inferior. Una persona, por ejemplo, puede tener una enorme capacidad matemática. Es indudable que esto ha sido dado por Dios, y que estaría presente incluso si el hombre no hubiera pecado. Otro puede tener capacidad para la música, o quizá una gran destreza manual, cosas éstas que el hombre habría poseído sin la caída. Es apropiado y justo que se dé reconocimiento a esas cualidades, tanto por parte de la misma persona que las posee como por los demás. En este sentido, el término «autoestima» no es malo, pero quizá sería mejor el término «propia imagen» o «propia valoración». Decir que soy indigno con respecto a lo que Dios me ha hecho, o depreciar las cualidades que he recibido de parte de Dios, es encontrar falta en la obra de Dios, y viene a ser una acusación contra Él.

De nuevo, esto pone en evidencia la dificultad del término «autoestima», porque no significa lo mismo para todos. Me parece que se trata de un término deficiente, porque hace que nuestros pensamientos se centren en nosotros mismos. Como veremos más adelante, Dios quiere que volvamos nuestros pensamientos a un Objeto fuera de nosotros mismos: el Señor Jesucristo. Pero, si se usa el término en relación con el hombre en su creación, puede suceder que no comunique un sentido totalmente desacertado.

Pablo pensaba en algo parecido al escribir a los filipenses, cuando dijo: «No mirando cada uno por lo suyo propio [sus propias cualidades], sino cada cual también por lo de los otros [las cualidades de los demás]» (Filipenses 2:4). Solemos ser muy conscientes de nuestras propias cualidades, y a la vez muy propensos a no reconocer las que puedan poseer los demás. Por otra parte, los hay que no se dan cuenta ni siquiera de las propias cualidades con las que Dios les ha dotado.

En Mateo 25:14-30 encontramos la parábola de los talentos. Pone ante nosotros la soberanía de Dios al dar diferentes capacidades a diferentes personas. (En la parábola de las minas en Lucas 19 encontramos el equilibrio a esto, donde se nos presenta la responsabilidad del hombre.) En tanto que los talentos pueden incluir dones espirituales, creo que también nos presentan nuestras capacidades naturales con las que nos ha dotado Dios, y por cuyo uso cada uno será considerado responsable. Apocalipsis 4:11 dice: «Señor ... tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.» Por esa causa fuimos creados y recibimos las capacidades que poseemos. El hombre con sólo un talento representa claramente a un alma que fue a una eternidad de perdición, pero Dios le consideró responsable por no usar para provecho aquello que le había sido encomendado. No había usado su energía y capacidad en la voluntad de Dios.

Resumiendo, vemos entonces que Dios ha creado al hombre para Su agrado, y que le ha dado una dignidad como cabeza de la creación. Asimismo, Él nos ha dado unas capacidades específicas, que no tenían nada que ver con la caída, y que somos responsables de reconocer y usar para Él. En este sentido, debemos tener de nosotros mismos la imagen que Dios tiene de nosotros. No hacerlo es menospreciar al mismo Dios y tener pensamientos erróneos acerca de Dios. Usar el término «autoestima» para describir esto no es algo totalmente erróneo, pero sugiero que hay un mejor lenguaje que podemos utilizar para comunicar este pensamiento. Esto nos lleva a la siguiente consideración.




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Amor y comprensión
Todos hemos sido creados con unas ciertas capacidades que hemos recibido de Dios, y con una necesidad básica de amor y comprensión. Sin embargo, la mayoría de nosotros conocemos o hemos oído hablar de personas a quienes se ha dicho, quizá desde su más tierna infancia, que no valían para nada, que nunca podrían hacer nada bien, que no tenían nada que ofrecer. Esto sucede con frecuencia en el mundo en general, y, triste es decirlo, también con frecuencia entre los creyentes. Esta clase de actitud es claramente contraria a la Palabra de Dios, como hemos visto. Sabemos que las vidas de tales personas a menudo acaban de manera desastrosa, a no ser que se ponga remedio al mal.

En 1 Juan leemos: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor» (1 Juan 4:7, 8). La necesidad de ser amado y comprendido forma parte de cada uno de nosotros. Cuando una persona no recibe amor y comprensión, se suscitan dificultades en su vida. Algunas veces, esas dificultades se vuelven abrumadoras, de modo que la necesidad de amor llega a ser más importante que la vida misma.

En verano de 1980, una mujer llamada Judith Bucknell fue asesinada en Miami. Su asesinato hubiera podido llegar a ser un dato más de una larga estadística excepto por su diario. Aparentemente, era joven, atractiva y llena de éxitos, pero su diario se levanta como un monumento a la terrible soledad que experimentaba. «¿Quién va a amar a Judith Bucknell? óescribía ellaó. Me siento tan vieja. No amada. No deseada. Abandonada. Utilizada. Quiero llorar y dormir para siempre.» Su apariencia externa era de felicidad; gozaba de un buen trabajo, de vestidos elegantes, y una hermosa vivienda: todos los accesorios de «una buena vida». Pero escribía: «Me encuentro sola, y quiero compartir algo con alguien.» El dolor de su corazón no podía quedar satisfecho con cosas materiales ni con relaciones superficiales, porque estaban ausentes el verdadero amor y la verdadera comprensión.

Sin duda alguna, este es el pensamiento que se expresa en el Salmo 63:3, donde se dice: «Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.» El salmista había aprendido que la misericordia, la inclinación favorable hacia uno, era más importante para él que la vida, y la había encontrado en el mismo Señor. Si reducimos la mayor parte de nuestros problemas a un común denominador, es probable que los ingredientes ausentes sean el amor y la comprensión. A veces se identifica la autoestima con la necesidad de ser amado y comprendido, pero de nuevo el término es deficiente. El término «propia imagen» es más preciso, pero también tiende a llevarnos a pensar en nosotros mismos.

Un joven, al crecer, debe darse cuenta de que Dios le ha dado capacidades que no estaban relacionadas con la caída. Por ejemplo, quizá un niño exhibe una capacidad con sus manos, y puede trabajar bien con herramientas. Unos padres sabios y amantes observarán esto, y alentarán esta capacidad. Quizá le comprarán herramientas y le facilitarán un medio donde pueda desarrollar sus capacidades. Elogiarán sus esfuerzos, incluso si inicialmente sus trabajos son algo burdos. Otro niño puede mostrar dotes para la música; unos buenos padres reconocerán esto y lo alentarán con unos medios adecuados. Todo esto es bueno y legítimo, y se encuentra en la Palabra de Dios.

Proverbios 22:6 dice: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.» Para llevar esto a cabo, debemos reconocer que cada niño es diferente, y que no podemos tratarlos de manera idéntica. Esto involucra conocer «al niño» y reconocer el tenor de «su camino». Los padres deberían amar a todos sus hijos por igual, pero tratarlos como si fuesen iguales es un error, y es contrario a la sabiduría de la Palabra de Dios.

Los elogios forman una parte importante de este aliento, y a menudo nos olvidamos de la gran importancia que tienen para un niño. He conocido a padres que nunca elogiaban a sus hijos por miedo a que se volvieran orgullosos. Debemos recordar que los niños pequeños, como Samuel, pueden no conocer aun al Señor. Ellos contemplan el mundo con los ojos de aquellos que más significan para ellos, generalmente sus padres, y a veces otros adultos como parientes cercanos o maestros. La mayoría de nosotros podemos recordar cuán grande ha sido la influencia que han tenido estas personas sobre nosotros durante nuestros años formativos.

Así, podemos ver que todos hemos sido creados con una necesidad básica de amor y comprensión, y que es justo que se dé provisión de lo uno y de lo otro en cualquier esfera donde hay influencia y autoridad. Allí donde están ausentes el amor y la comprensión, hay siempre dificultades, y a menudo calamidades.

Algunos preguntarán de inmediato: «¿Y qué sucede con aquellos que no reciben este ingrediente tan importante en sus vidas? ¿Están acaso abocados a las dificultades y a las calamidades a las que hemos hecho referencia?» Antes de responder a esta pregunta, debemos considerar al hombre como una criatura caída.




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El hombre como criatura caída
Hemos visto que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, desconocedor del mal, y que Dios pudo declarar el producto de Su obra como «bueno en gran manera». Sin embargo, este hermoso estado de cosas persistió sólo por un tiempo muy breve, y el hombre introdujo el pecado en este mundo al transgredir la única prohibición que Dios le había puesto. El pecado se introdujo en la creación de Dios y estropeó todo lo que Él había hecho. Toda la creación ha padecido como resultado de la caída del hombre, su cabeza, pero el hombre, como ser más exaltado, ha sentido quizá el efecto de la misma más que el resto de la creación.

Es importante que cada uno de nosotros se dé cuenta de que hemos nacido en este mundo con naturalezas pecaminosas y caídas como resultado de la introducción del pecado en este mundo. David se refería a este hecho cuando dijo: «En pecado me concibió mi madre» (Salmo 51:5). También leemos en Romanos 5:12: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.»

¿Qué relación tiene esta solemne verdad de la caída del hombre con nuestro tema? En el siglo pasado, un joven acudió a un cristiano mayor que había andado con el Señor durante muchos años. El joven le preguntó si tendría un consejo para un joven que estaba justo comenzando en la vida cristiana. Su respuesta fue breve y al punto, porque le dijo: «Aprende bien cinco palabras: ìLa carne para nada aprovechaî.» Esta cita, de Juan 6:63, presenta de manera muy sucinta una verdad de importancia capital. El pecado, habiendo entrado en este mundo, ha afectado a cada parte y parcela de nuestro ser.

Este efecto del pecado en todas las facetas de nuestras vidas se ilustra con lo que le sucedió a un hermano en Cristo que gestiona una vaquería y que tenía una excelente manada de vacas. Compraba su pienso a una gran compañía que también fabricaba pesticidas. Una vez algo del pesticida se mezcló en fábrica con el pienso, y esta mezcla la vendieron en una bolsa sencillamente etiquetada como pienso para ganado. Era un potente veneno, y el resultado fue que toda su manada de vacas tuvo que ser sacrificada y enterrada. Lo más perturbador fue que no hubo suficiente con librarse del pienso envenenado. Había afectado a la descendencia de las vacas que no habían muerto y había contaminado el granero y muchas cosas en el granero. Apenas si había algo que no hubiera quedado afectado por aquel tóxico, y se precisó de mucho tiempo para normalizar las cosas. El pecado en este mundo es algo parecido. No es algo que afecte aisladamente a algunas cosas, como quizá nos gustaría pensar. No, sino que ha afectado a todo, a cada parcela de nuestro ser.

Sabemos que todos hemos pecado y que tenemos una naturaleza pecaminosa, pero, ¿nos damos cuenta de que el pecado ha llegado a cada parte de nosotros, como personas individuales naturales?

Muchos de vosotros sois conscientes de que hay diferentes tipos de personalidad, y que de una manera general todos podemos encuadrarnos en uno de esos diferentes tipos (o en una combinación de ellos). Por ejemplo, hay algunos que son muy trabajadores, disciplinados y buenos organizadores. Esas son las personas que pueden dirigir cualquier cosa, y que generalmente hacen mucho en este mundo. Es indudable que esas cualidades les fueron dadas por Dios, y es correcto decir que habrían poseído esas cualidades incluso si no hubieran caído. Pero esas personas suelen tener un aspecto negativo, porque a menudo son arrogantes e intolerantes con los demás. Pueden ser sarcásticas, y a menudo no trabajan bien con otros. Puede que lleguen a la cima del mundo de los negocios y que accedan a posiciones directivas, pero a veces no son queridas por sus subordinados.

Luego hay aquellas personas mucho más abiertas y amistosas, y que son lo que podríamos designar como «personas orientadas a la gente». Son intuitivas, pueden sentir los sentimientos de los demás y reaccionar de una forma apropiada. Generalmente, tienen muchos amigos y caen bien. De nuevo, tenemos aquí un rasgo dado por Dios, y habría formado parte de ellos aparte de la caída. La faceta negativa es que esas personas suelen tener un problema de autodisciplina, y encuentran difícil disciplinar a otros. Encuentran mayores dificultades para mantener puntualidad en sus compromisos, para gestionar sus asuntos de una manera ordenada, y para tomarse sus responsabilidades en serio.

Lo que vemos en las personalidades humanas, incluyéndonos a nosotros mismos, es en parte lo que Dios creó en Su sabiduría, y en parte lo que el pecado ha introducido. Vemos belleza en la naturaleza, y reconocemos la obra de la mano de Dios, pero luego vemos la ruina que el pecado ha introducido. El hombre natural, sin la sabiduría de la Palabra de Dios, no puede relacionar esas dos cosas. Encuentra que el mundo es una mezcolanza inextricable de bien y mal. Sólo la Palabra de Dios puede hacernos ver cómo esas cosas pueden coexistir en el mundo.

Esos aspectos negativos de nuestras personalidades forman parte del efecto de la caída del hombre. Cuando tiene que ver con nosotros mismos, ¡cuántas veces presentamos excusas diciendo, «es que soy así»! La implicación es que se me tiene que aceptar como soy, porque así es como el Señor me ha hecho. Pero eso no es conforme a la Palabra de Dios. «Formidable y prodigiosamente he sido hecho» (Salmo 139:14, RVR97), y esto incluye nuestra constitución mental además de la física. Sin embargo, los efectos del pecado son demasiado evidentes en nosotros, mental y físicamente. Deberíamos reconocer las capacidades con las que Dios nos ha dotado, pero nunca atribuir a la mano de Dios aquellas cosas que el pecado ha introducido en este mundo.

El pecado no ha arruinado toda la creación por un igual. Mientras que la creación entera ha sentido los terribles efectos del pecado, Dios ha preservado este mundo de los plenos efectos de la caída del hombre. Recordemos al joven rico que acudió al Señor Jesús, queriendo conocer qué debía hacer para heredar la vida eterna. Cuando le dijo al Señor que había guardado todos los mandamientos desde su juventud, se registra que «Jesús, mirándole, le amó» (Marcos 10:21). Aquí no tenemos el mismo pensamiento que el amor de Dios hacia este mundo tal como se expresa en Juan 3:16. Es cierto que el amor de Dios se dirige a todos en este mundo, pero este versículo en Marcos 10 muestra más bien el amor que el Señor Jesús sintió por un hermoso carácter, uno que tenía un verdadero deseo de hacer lo recto. A veces nos encontramos con aquellos que de natural tienen una disposición muy atrayente, así como nos encontramos también con los que son lo muy contrario de esto. Aquí el Señor amó a este joven por lo que era de natural. Pero la conversación que siguió con él reveló lo que realmente estaba en su corazón.

Cuando el Señor le dijo claramente lo que le faltaba, quedó desvelado su verdadero estado delante de Dios. Pensaba él que podría alcanzar la vida eterna guardando la ley, pero las palabras del Señor pusieron en evidencia que estaba faltando a la misma esencia de la ley. Cuando le preguntaron al Señor Jesús cuál era el primer mandamiento de la ley, contestó:

«El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos» (Marcos 12:29-31).

Si el joven rico hubiera amado a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente, habría seguido gustoso al Señor Jesús. Si hubiera amado a su prójimo como a sí mismo, habría dado con agrado sus bienes a los pobres.

Es humillante darse cuenta de que a menudo Dios no escoge a las personalidades más agradables, sino más bien a aquellos que parecen más gravemente afectados por el pecado. Pablo nos dice en 1 Corintios 1:27, 28: «Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es.» Nos sentimos atraídos a aquellos como el joven rico que presentan de natural las personalidades más atrayentes, pero a menudo los tales no sienten interés por el evangelio. Luego, quizá encontramos al Señor salvando a aquellos a los que de natural menospreciaríamos. Todo esto tiene el efecto de cumplir 1 Corintios 1:29, que dice: «A fin de que nadie se jacte en su presencia.» La gracia de Dios se magnifica al llevar a los peores de este mundo a Cristo y exhibirlos por toda la eternidad como trofeos de Su gracia.

Esto nos lleva a otro punto, de lo más importante. ¿Qué hay acerca de aquellos aspectos de nuestras personalidades que no son malos, de aquellas capacidades que hemos recibido de parte de Dios? ¿No podemos acaso ufanarnos algo por ellas, y en este sentido estimarnos a nosotros mismos? Podemos admitir que somos pecadores, y sin embargo sentir que hay cosas buenas en nosotros que podemos desarrollar.

Tenemos que darnos cuenta de que incluso aquellas capacidades que Dios nos ha dado están afectadas por el pecado, debido a que nuestra naturaleza pecaminosa, indudablemente bajo el control de Satanás, emplea esas capacidades para el mal. En tanto que las capacidades mismas no son malas, se les puede dar un mal uso.

Supongamos que alguien tenga capacidad para las matemáticas. Como hemos visto, no hay nada malo con esta capacidad, e indudablemente fue dada por Dios. Pero Satanás, usando el pecado como palanca, quiere tomar esta capacidad y usarla para un mal fin. Así, los hombres han empleado sus capacidades para la física y las matemáticas para construir bombas que tienen ahora la capacidad de destruir el mundo. Otro puede que tenga capacidad para la música, mientras que algunos que puedan no tener capacidad para la misma tienen sin embargo oído para apreciarla. Es indudable que esto es también parte de la bondad de Dios para con el hombre. Una vez más, el diablo usa la música para ocupar las mentes de los hombres con placer y para apartarlos de pensar acerca de cuestiones eternas. Es algo solemne que la primera mención de música en la Biblia tiene relación con la familia de Caín. Caín salió de delante de la presencia del Señor, edificó una ciudad y procedió a rodearse de todo lo que pensaba que le haría feliz, pero dejó a Dios fuera. Fue uno de los descendientes de Caín (Jubal) el que «fue padre de todos los que tocan arpa y flauta» (Génesis 4:21). Esto no significa que la música sea nada malo, pero subraya el hecho de que el pecado usurpa incluso aquellas cualidades que Dios ha dado, y nos lleva a usarlas para malos fines.

Vayamos un paso más allá. Supongamos que las capacidades de que Dios nos ha dotado son empleadas de una manera correcta. ¿Estamos entonces haciendo lo que agrada a Dios? ¿Podemos entonces recibir algún crédito nosotros mismos? No, porque incluso al hacer lo que es recto, como criaturas caídas sin Cristo, el motivo será siempre malo. Entrará el orgullo, incluso si uso mi capacidad con un buen propósito. Esto nos conduce a nuestra siguiente consideración.




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Autoestima y orgullo
Hemos visto que cuando el hombre fue creado, Dios pudo decir del producto de su obra que era «bueno en gran manera». Así, el hombre era bueno, en el sentido de que era desconocedor del mal, y de que poseía una semejanza moral con Dios. Esto no significa que fuese santo, o siquiera justo, porque ambas cosas implican un conocimiento y aborrecimiento del pecado. Había una hermosura moral en el hombre en su inocencia, y hasta este punto había una semejanza moral con Dios, pero en ningún sentido era igual a Dios.

Soy consciente de que a muchos de vosotros os dan cursos en autoestima, tanto en la escuela como en el mundo laboral. En muchos casos, se mezcla con ello algo de filosofía de la Nueva Era. Para los que no estéis familiarizados con ella, todo el énfasis de la llamada filosofía de la Nueva Era es la ocupación con nosotros mismos, hasta el punto de declarar que todos somos dioses, y que la misma esencia de Dios está dentro de cada uno de nosotros. Se nos induce a pensar muy bien de nosotros mismos, diciéndonos que somos, de hecho, realmente dioses. Este es el trágico fin de mucho del actual pensamiento acerca de la autoestima. Cuando es el hombre, y no Dios, quien deviene el punto de referencia, el hombre acaba deificándose a sí mismo.

Cuando el hombre fue creado, todo era hermoso porque era la obra de Dios. El hombre no había hecho nada para producir el bien del que estaba rodeado, y en su estado de inocencia y de bondad moral no había orgullo. Es indudable que podría reconocer las cualidades y capacidades de que Dios le había dotado, pero en su comunión incólume con Dios no había todavía surgido el orgullo en su ser. Con la introducción del pecado, se ha introducido la soberbia, y la Palabra de Dios no nos deja lugar a dudas de que se trata de uno de los peores pecados. «Los ojos altivos» encabezan la lista de cosas que el Señor aborrece (Proverbios 6:17), y más adelante el mismo libro nos dice que «abominación es a Jehová todo altivo de corazón» (Proverbios 16:5). Luego, en el Nuevo Testamento leemos que «la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:16). Muchos otros versículos de la Palabra de Dios nos muestran que la soberbia es un pecado de enorme gravedad.

El pensamiento erróneo básico que colorea la mayor parte de los actuales conceptos de la autoestima es que una apropiada autoestima incluye orgullo, y que el orgullo mismo es bueno. Nuestra anterior cita de la revista Selecciones hablaba de que debíamos estar «orgullosos de nuestra propia imagen» para poder sentirnos «confiados y libres para ser nosotros mismos». El espíritu del orgullo ha impregnado tanto de nuestro mundo actual que entra en casi todos los departamentos de la vida, quizá sin que nos demos demasiada cuenta de ello. Debemos comprender a la luz de la Palabra de Dios que cada forma de soberbia es mala, y un pecado contra Dios.

Para comprender el tema de la autoestima de una manera apropiada, debemos darnos cuenta de que el orgullo es una falsa respuesta al éxito. Tenemos tendencia a sentirnos orgullosos de nuestras capacidades naturales, pero debemos ser conscientes de que todas ellas las hemos recibido de Dios. Somos susceptibles al orgullo incluso de nuestros caminos de pecado, quizá creyendo que hay en ellos algo de bueno.

¡A menudo defendemos nuestra naturaleza pecaminosa y caída y sus acciones, en lugar de condenar la una y las otras! Si alguien me dice que tengo mal genio, probablemente lo negaré, o encontraré algún defecto en la persona que me lo dice, a fin de esquivar el intento de alcanzar mi conciencia. Si alguien me dice que exagero en lugar de decir la verdad, lo negaré vigorosamente, y quizá diré a otros que el que me ha dicho tal cosa es un calumniador y maldicente. Es una treta bien conocida en el mundo que cuando se nos acusa de algo, tratamos de desenterrar toda la «suciedad» que podemos acerca de nuestro acusador, para evitar hacer frente a algo que pueda ser cierto. Raras veces estamos dispuestos a admitir que estamos en un error, incluso ante nosotros mismos. Nos hiere en lo más vivo de nuestro orgullo. Creo que el mayor obstáculo para avanzar en nuestras vidas cristianas es nuestra mala disposición para admitir cuán malo es realmente el pecado en nosotros, mientras que el primer paso a la felicidad es darnos cuenta de la ruina que el pecado ha introducido, y con ello no tener confianza en nosotros mismos.

Yendo un paso más allá, somos aun más propensos a enorgullecernos de aquello que la gracia ha obrado en nosotros. Los corintios se habían hecho culpables de ello, de modo que Pablo les dice: «Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7).

Hablamos acerca de los que tienen una «deficiente autoestima» y de otros que tienen una «elevada autoestima». A menudo se trata de caras opuestas de la misma moneda, la moneda del orgullo. El que tiene una «deficiente autoestima» se siente deprimido y molesto porque su propia imagen no es la que él cree que debería ser. En realidad, tiene una autoestima muy elevada: lo que le sucede es que la realidad no se ajusta a sus ideales. No acepta la forma en que Dios le ha hecho. (Nos estamos refiriendo ahora a las aptitudes que ha recibido de Dios, no acerca del pecado.) ¡Cuántas veces no nos habremos mirado en el espejo y deseado de corazón ser más altos, con un color diferente de cabello, ser más listos, o quizá que tuviéramos otras cualidades que el Señor no nos ha dado! ¡Cuántas veces no he contemplado a otros participando en actividades deportivas, y he deseado poseer algo de su capacidad! Según proseguía la vida, descubrí que muchos de los que eran tan buenos en actividades atléticas deseaban una mejor actuación en los círculos académicos, donde quizá algunos de nosotros nos sentíamos algo más cómodos. Parece que siempre deseamos lo que no poseemos. Triste es decirlo, Satanás obra en nosotros a través de nuestras naturalezas pecaminosas para hacernos sentir desgraciados acerca de lo que Dios nos ha dado, y para consumirnos con deseos por talentos que Él no nos ha dado.

El que tiene una «elevada autoestima» cree que ha llegado a un cierto punto, cuando no ha llegado en absoluto. Tiene una propia imagen irreal, ¡mientras que otros lo evalúan de una manera generalmente mucho más realista! Ya conocéis a esta clase de persona: se trata de alguien que está siempre pensando en sí mismo y en lo que puede hacer. La encontramos inaguantable, y no queremos tenerla a nuestro alrededor.

Pero quizá me dirás: «Me siento satisfecho de mí mismo. Estoy justo en medio óno tengo una autoestima excesiva ni baja.» Esto es lo que está intentando comunicarnos el artículo de Selecciones: que debemos ser conscientes de cuál es nuestra propia imagen, y estar orgullosos de ella. Esto también es malo, porque el orgullo, como hemos visto, está siempre condenado en la Palabra de Dios. En tanto que debemos reconocer las capacidades que hemos recibido de Dios, debemos darnos cuenta de que nunca seremos felices si nos ocupamos con nosotros mismos, porque el orgullo siempre entrará. Se dice que en la actualidad hay una epidemia de deficiencia en autoestima en nuestra sociedad. Seamos sinceros, y reconozcamos que lo que hay es una epidemia de orgullo. Es el resultado de centrarse en el hombre, en lugar de en Dios.

La sabiduría de este mundo dice que tenemos que edificar la autoestima del individuo. Se nos dice que debemos tomar a las personas y mostrarles que tienen buenas cualidades, que son personas valiosas, que tienen capacidades que pueden desarrollar, y que pueden estar orgullosos de sí mismos. Que debemos mostrarles que son miembros útiles de la sociedad, que tienen algo que hacer en este mundo, y una contribución importante que dar. Esto está muy bien hasta cierto límite, porque muchos no llegan a ser conscientes de sus capacidades naturales debido a la carencia de un aliento, amor y comprensión apropiados. Pero si esta manera de actuar me lleva a centrarme en mí mismo, estaré siempre ocupado con mi yo, bien de una manera positiva, bien negativa. Y el orgullo siempre tendrá tendencia a introducirse, si yo soy el objeto de mi propio corazón.

Antes de abandonar mi práctica clínica, solía llevar a cabo muchas operaciones de cirugía. Y hubiera podido dejar que mi capacidad como cirujano llegase a ser mi fuente de autoestima: eso es lo que el mundo nos dice que hagamos. En tanto que cualquier capacidad que tuviera era dada por Dios, y por ello algo que reconocer y usar, hubiera sido un error que fuese una causa de orgullo. Un colega mío, que era anestesista y colaboraba mucho en mis operaciones, descubrió que yo tenía una motosierra, y que la usaba con frecuencia para cortar leña para nuestro hogar. Me dijo que era un insensato, que un solo desliz con aquella motosierra me podría arruinar una de las manos, o ambas, y poner fin a mi carrera. Esto era verdad, y si mi autoestima hubiera residido en mi capacidad como cirujano, entonces la pérdida de mis manos hubiera significado no sólo el fin de mi carrera como cirujano, sino también el fin de mi autoestima.

Todo lo que poseemos en este mundo, sea salud, capacidad, posesiones o cualquier otra cosa, es muy frágil, y podemos perderlo con suma facilidad. ¿Vamos a edificar sobre cosas temporales, y que se pierden tan fácilmente? Muchos hacen precisamente esto, y por esto se pone tanto énfasis en la autoestima. Pero el problema no desaparece con ello. Más bien, parece estar empeorando. Esto se debe sencillamente a que todo el concepto de autoestima tiende a basarse en lo que el hombre pecaminoso es, y en cosas que no sólo no pueden dar satisfacción en ningún caso, sino que además se pueden perder con facilidad.

¿Qué hay acerca del peligro de hacer un cumplido y que con ello la persona se enorgullezca? Algunos padres pocas veces dan ninguna alabanza a sus hijos, por temor a que se enorgullezcan de sí mismos. Todos hemos tenido a personas con autoridad sobre nosotros que nunca nos hablaban sino para decirnos que habíamos hecho algo mal. Los hijos en este tipo de hogares, o las personas que trabajan bajo supervisores así, no encuentran un buen ambiente en el que crecer o en el que trabajar. ¿Está mal entonces que un marido diga a su mujer que es hermosa, o a su hija que su nuevo vestido le sienta muy bien? ¿Es peligroso hacer una observación sobre el traje nuevo de alguien, o decirle que ha hecho un buen trabajo?

Aquí tenemos un punto de enorme importancia. Hemos visto que todos necesitamos amor y comprensión. Cuando decimos a alguien: «De veras me gusta tu cabello; te cae muy bien», o «has hecho un gran trabajo; no creo que nadie lo hubiera podido hacer mejor», ¿qué es lo que estamos comunicando? Sugiero que la persona a la que se le han dicho esas cosas se va complacida porque ha agradado a alguien a quien quería agradar. Los hijos buscan el amor y la aprobación de sus padres, y cuando sus padres los elogian, son conscientes de que han agradado a aquellos que más significan para ellos. No hay nada de malo en ello, y tenemos ejemplos de eso en la Escritura. Pablo elogia a los corintios cuando dice: «nada os falta en ningún don» (1 Corintios 1:7). En la segunda epístola, donde trata de la cuestión de las dádivas cristianas, les dice que se había jactado a los de Macedonia, «que Acaya está preparada desde el año pasado» (2 Corintios 9:2). Es indudable que esto significó un aliento para ellos, porque ellos habían complacido a su padre espiritual. El Señor mismo nos alienta de vez en cuando en la senda cristiana al dejar que otros nos digan que lo que hemos hecho por ellos ha tenido un efecto benéfico.

Quizá el ejemplo más hermoso del uso recto de los cumplidos aparece en el Cantar de los Cantares. Allí la esposa no tiene altos pensamientos acerca de sí misma, pero luego se regocija en la estima que el esposo tiene de ella. Él la inunda con su amor y con todo lo que ve en ella, mientras que ella, como respuesta, sólo tiene amor hacia él, y habla de él. El gozo de él reside en ella, y lo expresa de una manera plena, pero todo esto sólo hace que él sea más encantador para ella, y así ella habla sólo de él. La única queja que ella tiene es que no tiene una mayor capacidad para gozar de él. Todo esto es un ejemplo maravilloso del uso apropiado de los cumplidos, y de la reacción correcta ante ellos.

Satanás querría, usando nuestra naturaleza de pecado, corromper todo esto. Él toma este cumplido o aquella palabra de aliento, y nos sugiere: «¡Qué persona más maravillosa debes ser, para ser tan hermosa!», o «¡Qué personaje más notable debes ser, para poder hacer un trabajo como este!» Luego comienza a arder la llama de la soberbia, y todo queda estropeado, porque el orgullo es pecado. Agradar a alguien de una manera correcta no es malo, pero estar orgulloso de ello es nuestra naturaleza caída convirtiéndolo en pecado.

A veces puede que sea muy fina la línea entre ambas cosas, pero esta línea está siempre ahí. Existe el peligro de hacer demasiados cumplidos y también el de no hacer ninguno. He conocido a los que nunca hacían un cumplido porque tenían miedo que resultase en orgullo en la persona a la que iba dirigido. El resultado era que la persona citada comenzó a pensar: «No puedo hacer nada bien, ¡porque siempre que intento alguna cosa, todo lo que consigo son críticas!» Esta no es la manera divina de actuar, porque la manera divina es la de alentarnos. Nos es necesario recibir la reacción del otro para saber cuando lo estamos haciendo bien, y cuando no. Por otra parte, es igualmente cierto que Dios quiere apartar el yo de mi centro de atención, de modo que me ocupe de agradarle a Él. Cuando hacemos algo agradable para el Señor, es sólo debido a que aquello que Él nos ha dado mana de nuestras vidas. Me gustó un comentario que me hizo una hermana mayor en Cristo hace algunos años: «Un poco de elogio para elevarte, pero no suficiente para hincharte.» Expresó muy bien con ello lo que enseña la Palabra de Dios.

Alguien me dio recientemente un folleto de Care Lines [Líneas Solícitas] para el mes de agosto de 1991, y su mensaje se ajusta mucho a nuestro tema. El versículo citado era: «No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios» (2 Corintios 3:5). Luego el comentario era como sigue:

La autoconfianza respecto a que puedo hacer cualquier cosa porque soy bueno no es un pensamiento escriturario. La confianza en Dios, porque Cristo me da precisamente lo que necesito para usarlo para Él y para Su gloria, es la forma que debería adoptar nuestra confianza. No se basa en nosotros mismos, sino en Dios. Él es la fuente que da el don, y el poder para llevar las cosas a cabo. No nosotros. Jesús es Aquel que murió para limpiarnos de nuestros pecados; no lo hicimos nosotros. Cerciorémonos de que otros ven que nuestra confianza es realmente confianza en Dios, y que yo, como persona, no tengo confianza en mí mismo.

El orgullo es siempre mencionado de manera negativa en la Palabra de Dios, y es siempre condenado; la confianza es casi siempre mencionada como algo positivo, por cuanto lo que se tiene a la vista es la confianza en Dios. ¡Pero esto se tratará más adelante!




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Versículos mal empleados
A menudo es necesario desaprender conceptos errados antes que podamos aprender las cosas bien. En la actualidad se están enseñando muchos conceptos errados acerca de la autoestima, a veces incluso en un contexto escriturario. Antes que empecemos a tratar conceptos más positivos acerca de esta cuestión, es necesario mencionar dos versículos que han sido mal empleados, incluso por parte de creyentes, para dar unos conceptos erróneos acerca de la autoestima.

Efesios 5:28 dice: «Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.» Este versículo ha sido tomado por algunos como significando que uno no puede amar a su mujer (o a ninguna otra persona) de manera apropiada excepto si se ama a sí mismo. Pero no es este el sentido del versículo. Lo que se nos expone aquí es sencillamente la preciosa verdad de que cuando un hombre y una mujer están casados, Dios los contempla como una carne. Que un hombre ame a su mujer debería ser cosa tan natural como amarse a sí mismo. ¿Acaso Dios tiene necesidad de mandarnos que nos amemos a nosotros mismos? No, eso lo hacemos sin necesidad de que se nos impulse a ello. Todos de natural nos cuidamos bien a nosotros mismos, y Dios está sencillamente diciendo aquí que si amas a tu mujer, te amas a ti mismo, porque ambos sois una carne, y que si destruyes a tu mujer por cualquier medio óla crítica, la infidelidad o cualquier otra formaó, te estás destruyendo a ti mismo. Se debe decir de manera enfática: no tenemos aquí ninguna justificación escrituraria para el amor propio.

Luego tenemos Mateo 22:39: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», pasaje que ha sido tomado como una justificación escrituraria para el amor propio. Una vez más, el amor a uno mismo se da por supuesto, y lo que la ley ordenaba al hombre era amar a su prójimo como a sí mismo. No hay mandamiento a amarse a uno mismo. Este pensamiento no se encuentra en la Palabra de Dios.

Luego, Filipenses 2:3 dice: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.» He oído a algunos decir que está bien que uno se estime a sí mismo siempre y cuando estime a los demás como mejores que uno mismo. Si llevamos esto a su conclusión lógica, esta interpretación resultaría en los casos peores en una baja autoestima, porque en último término tendríamos que considerar que todos los demás son mejores en todas las formas que nosotros mismos. Una vez más, no me parece que éste sea el significado del versículo. El pensamiento es que todos nosotros, sean cuales fueren nuestras capacidades naturales, nuestros dones espirituales o nuestra fidelidad al Señor, podemos siempre contemplar a otro creyente y ver una cualidad, un don o un rasgo deseable de carácter que nosotros no poseemos. También podemos mirarnos a nosotros mismos y contemplar un pecado que nos acosa y que otros no tienen. Si estamos caminando con el Señor, veremos el bien en otros, y a la vez reconoceremos nuestras propias faltas. No tendremos problema alguno para estimar a otros como mejores que nosotros mismos, porque buscaremos lo mejor en los demás. Si pensamos en nosotros mismos, será más bien para juzgar nuestros fracasos que para hincharnos por lo que somos o por lo que hemos hecho. Este versículo, desde luego, no es la justificación escrituraria para la autoestima tal como este término está siendo actualmente interpretado. Deberíamos permanecer ocupados con Cristo y los demás, y no con nosotros mismos.




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Cristo—Su amor y comprensión
Hasta este punto, hemos tratado mayormente acerca del aspecto negativo de la autoestima, señalando cómo la presencia del pecado lo ha arruinado todo en la creación de Dios. Hemos visto que incluso aquellas cosas que Dios ha dado se usan para un mal fin, y que el orgullo entra fácilmente y estropea incluso los sentimientos más rectos. ¿Cuál es entonces la respuesta para todo esto? ¿Hay alguna manera de poner todas estas consideraciones en una perspectiva correcta? Creo que sí la hay. Como con todas las otras cuestiones de la vida, tenemos que introducir a Cristo. En Él, mediante Su Palabra, encontramos la respuesta para todo. Como alguien me dijo: «La respuesta a todo para el creyente se encuentra junto a la cruz.»

En nuestras observaciones bajo el encabezamiento «Amor y comprensión», hemos señalado que ser amado y comprendido son cosas esenciales para cada ser humano, y que la privación de esas cosas ha provocado graves dificultades, y ocasionalmente calamidades. ¿Qué sucede con aquellos que no han recibido esos importantísimos factores en sus vidas? Sabemos demasiado bien que el pecado ha arruinado incluso este aspecto de nuestras vidas en muchas ocasiones. Quizá algunos de nosotros proceden de hogares cristianos donde se daba el amor en gran medida, e incluso en hogares en los que Cristo no es conocido está presente con frecuencia el amor. Pero sabemos que tristemente está ausente de muchos hogares, haciendo las cosas muy difíciles para los niños que crecen en medio de tal ambiente. Éstos tienden a contemplarlo todo a través del color de sus experiencias.

He hablado con algunos que encontraban difícil creer que Dios les amaba, debido a que habían conocido tan poco amor en sus vidas. Habían buscado amor y comprensión en sus padres, y, al no recibirlo, encontraron difícil creer que nadie más les amase. A otros se les había dicho toda la vida que carecían de valía y que no eran buenos para nada, y con ello encontraron difícil creer que nadie pudiera apreciarlos, o que tuvieran capacidad alguna para hacer nada. Aun otros habían vivido tanto de sus vidas bajo la sombra de una terrible experiencia, quizá desde su infancia, y habían sido incapaces de recuperarse de aquello.

Hemos visto que la sabiduría humana propone una respuesta para este problema, e intenta convencer a la persona acerca de su propia valía, de su capacidad y de su importancia en este mundo. Este enfoque puede tener un cierto mérito al hacer consciente a la persona de sus capacidades que ha recibido de Dios. Sin embargo, no llega suficientemente lejos, porque el resultado lógico es sólo orgullo por una parte, o frustración por la otra.

El año pasado, mientras mi mujer y yo disfrutábamos de un viaje en automóvil por la costa occidental de los Estados Unidos, me volví a ella y le dije: «Sabes, una necesidad básica de cada ser humana es amor y comprensión.» Ella respondió: «¿Qué sucede si no lo recibes? ¿Qué sucede si creces en un ambiente duro?» Puede que algunos de los lectores de estas líneas procedáis de hogares así, y (¿me atreveré a decirlo?) algunos de vosotros podéis proceder de asambleas donde parece haber poco amor y comprensión. Puede que intentéis hacer algo de todo corazón, y sólo conseguís críticas por ello, bien en casa, bien fuera. ¿Habéis tenido la experiencia de intentar ayudar y que os hayan rechazado, diciéndoos que no podéis hacerlo bien? Quizá comencéis a preguntaros cuál es vuestro papel, y qué debierais estar haciendo.

Ya nos hemos referido al Salmo 63:3, que dice: «Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.» El versículo 1 dice: «Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas.» Dios provee amor y comprensión a aquellos que han estado privados de lo uno y de la otra, no debido a lo que somos, ¡sino debido a lo que Él es! Es Su misericordia, Su disposición favorable, lo que necesitamos más que todo, ¡y Él nos la dará incluso si nadie más lo hace!

«Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar» (Hebreos 12:2, 3).

Dios nos ha dado un ejemplo, y este ejemplo es el Señor Jesús. Aquí el énfasis recae en el andar práctico del creyente, y el Señor Jesús nos es presentado como un ejemplo. Hubo Uno, nuestro Señor Jesucristo que (lo digo con reverencia) estuvo satisfecho con la aprobación de sólo Uno. El Salmo 88:18 dice: «Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas.» El Salmo 69 es uno de los Salmos Mesiánicos, que hace referencia profética al Señor. El versículo 20 afirma: «El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé.»

¿Te sucede, nos sucede, que a veces nos encontramos diciendo: «Nadie me comprende; parece que nadie me ama ni se cuida de mí»? Creo que a veces el Señor Jesús nos lleva, a ti, a mí, al punto en nuestras vidas en el que nos pregunta si estamos dispuestos a seguir si tan sólo tenemos Su aprobación y Su amor. ¿Cuál fue el gozo que fue puesto delante de Él, en Hebreos 12:2? Creo que fue el gozo de hacer la voluntad del Padre, y Él es un ejemplo para nosotros. Dios le privó en la cruz de todo posible consolador. ¿Para qué? En parte, para mostrarnos que nuestro bendito Salvador podía pasar por todo aquello sin apoyos humanos. ¿Estamos dispuestos a ello? ¿Estás dispuesto a decir: «Señor, tu amor y tu aprobación son suficientes»? Yo no soy responsable de la falta de amor y comprensión que pueda haber experimentado en mi infancia, pero Dios me considera responsable como persona madura en lo que atañe a mi reacción ante tales experiencias, porque me ha dado todo lo necesario para capacitarme para vencerlas.

Me doy cuenta de que esto es más difícil para unos que para otros. Algunas personas son de natural más resistentes, y pueden capear las críticas con mayor facilidad. Otras parecen poder sobrevivir a la carencia de amor y comprensión, mientras que otras quedan totalmente devastadas. Que cada uno de nosotros aprenda a decir: «Señor, ayúdame a aprender viviendo a la luz de tu amor y comprensión.» Nunca seremos plenamente felices en nuestra vida cristiana hasta que podamos decir: «Me sentiré satisfecho si tan sólo gozo del amor del Señor en mi corazón, y tengo en mi alma la conciencia de que estoy haciendo Su voluntad.»

Cuando hemos alcanzado el punto de necesitar sólo de Su aprobación, de Su amor, de Su comprensión, sucede entonces una cosa maravillosa. Descubrimos que el Señor nunca nos deja del todo sin compañerismo, amor, cuidado y aliento. No: Él sabe que necesitamos la ayuda y el aliento mutuos, y nunca nos dejará totalmente a solas.

Ha habido ocasiones en mi vida en que he sido llevado al punto de decir: «Señor, tu amor es suficiente.» No me refiero a que haya jamás experimentado un rechazamiento total de parte de todos aquellos de los que esperaba amor y comprensión, pero ha habido tiempos en mi vida en los que he sentido que el problema que estaba experimentando difícilmente podía compartirlo con nadie más. Quizá hayas pasado por esta experiencia. Es maravilloso, bajo esas circunstancias, sentir al Señor casi tocando tu hombro con Su mano y alentándote a proseguir, diciéndote que Él comprende, que Él te ama y que se cuida de ti. Pero en cada una de esas situaciones, Dios ha enviado a alguien a darme ánimo, una palabra de aliento, un empujón, como solemos decir. A veces era sólo una palabra bondadosa, pero era precisamente lo que necesitaba. El Señor sabe cuánto necesitamos este impulso, y Él nos lo dará, justo en el momento adecuado. Luego nos ocupamos con Él, dándonos cuenta de que el estímulo, aunque haya venido de nuestros compañeros cristianos, procede en último término de Él mismo. Lo miramos a Él, no a otros, ni siquiera a nosotros mismos. Al considerarlo a Él, y todo lo que Él padeció, nos ocupamos con Su perfección, y nos damos cuenta de que Él nos compensará por aquello de que el pecado nos haya privado.




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«Un hombre en Cristo»
Hemos considerado al hombre en la creación, y al hombre como criatura caída. Consideremos ahora al hombre en Cristo. Ya hemos visto que el pecado entró en el mundo por la desobediencia del hombre, y que ha afectado a cada parte de nuestro ser. Debido a la entrada del pecado en este mundo, cada uno de nosotros tiene una naturaleza pecaminosa, caída. Hemos visto que el pecado toma incluso aquellas capacidades que hemos recibido de Dios y las usa en mal sentido. En la última sección hemos dicho que la respuesta a todo para el creyente se encuentra junto a la cruz. A fin de comprender esta declaración, debemos considerar la verdad que se expone en Romanos, capítulos 6, 7 y 8.

En el libro de Romanos hasta el versículo 12 del capítulo 5 tenemos el examen de la cuestión de los pecados. Queda establecida la culpabilidad absoluta de todo el mundo, y luego se presenta la obra acabada de Cristo como el único remedio. Luego, desde Romanos 5:12 hasta el fin del capítulo 8, se presenta ante nosotros la cuestión del pecado en su raíz y principio. Debemos ver con claridad el problema del pecado si queremos ver la respuesta escrituraria a la cuestión de la autoestima.

Es importante ver que cuando Dios nos salva, Én no perdona nuestra naturaleza pecaminosa y caída, y tampoco la quita. El Señor Jesús dijo a Nicodemo: «Os es necesario nacer de nuevo» (Juan 3:7). Cuando acudimos como pecadores culpables, Dios perdona nuestros pecados y nos da una nueva vida en Cristo. Ahora el creyente tiene dos naturalezas: una que es desesperadamente pecaminosa y que no puede agradar a Dios, y una nueva naturaleza que es verdaderamente vida en Cristo y no puede pecar. La presencia de estas dos naturalezas es causa de conflicto en nuestras vidas.

La vieja naturaleza de pecado nunca mejora a lo largo de toda nuestra vida. Está siempre con nosotros, y es igual de mala después que he sido salvo durante veinte años que como lo era antes de ser salvo. Dios quiere que yo exhiba mi nueva vida y su naturaleza en mi andar cristiano, pero, ¡cuántas veces intenta reafirmarse la vieja naturaleza! Por eso pecan los cristianos, y la ocupación en el yo y el orgullo son parte de esos pecados.

En Romanos 5 tenemos la verdad de que la sangre de Cristo ha quitado mis pecados. En Romanos 6 aprendemos la verdad adicional de que en la muerte de Cristo Dios vio la muerte de nuestro «viejo hombre». «Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (Romanos 6:6). Ahora, el mandamiento es: «Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 6:11). Antes de la muerte de Cristo, nunca se mandó a nadie que se considerase a sí mismo (es decir, el viejo hombre) como muerto. Más bien, había sido puesto bajo la ley hasta la venida de Cristo. «La ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo» (Gálatas 3:24). Ahora Cristo ha muerto y resucitado. El creyente, identificado con Cristo, puede decir que él también ha muerto al pecado, y con ello el pecado ya no tiene más dominio sobre él. Ahora Dios nos contempla no como pecadores caídos, sino como aquellos que tenemos nueva vida en Cristo. Debemos permitir que la nueva vida y naturaleza caractericen nuestro caminar cristiano, y debemos reconocer que hemos muerto al pecado.

El acto del bautismo nos expone esta nueva posición. Al pasar por el bautismo, el creyente confiesa su identificación con la muerte, sepultura y resurrección de Cristo. Ya no está identificado con un mundo pecaminoso que ha rechazado al Señor Jesús, sino que forma parte ahora de la familia de Dios. Ha muerto al pecado. Ya no ha de andar más en sus antiguos caminos de pecado; ha de andar ahora «en novedad de vida» (Romanos 6:5). El pecado en mí ómi naturaleza vieja y pecaminosaó ya no tiene más derechos sobre mí. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).

Este conflicto entre la naturalezas vieja y la nueva queda expuesto de una manera práctica en Romanos 7. Aquí tenemos al hombre verdaderamente renacido y gozando de una nueva vida, pero todavía no ha experimentado la liberación del pecado. Igual que en el caso de muchos de nosotros, el hombre en Romanos 7 descubrió que en tanto que tenía una nueva vida y quería hacer lo bueno, no tenía poder para ello. ¿Cuántos de nosotros hemos querido sinceramente vivir la vida cristiana, pero encontrando constantemente que pecábamos a pesar de nosotros mismos? ¿Cuántos de nosotros no hemos encontrado, en palabras de Romanos 7:15, que «lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago»?

¿Cuál es la razón de que somos incapaces de conseguir la victoria? Encontramos la respuesta en el versículo 18. Debemos llegar a la conclusión escrituraria de que «en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien». Tantas veces estamos dispuestos a admitir que hemos pecado, pero no estamos dispuestos a admitir que no hay nada en nosotros que tenga mérito alguno delante de Dios. No estamos dispuestos a reconocer que no hay absolutamente nada en nosotros en la carne que Dios pueda aceptar ótodo ha quedado arruinado por el pecadoó. Más aún, debemos llegar a la triste conclusión a la que llega el Apóstol en el versículo 24, cuando dice: «¡Miserable de mí!» No sólo es la vieja naturaleza incorregiblemente mala, sino que nuestra condición es increíblemente desgraciada. Es penoso reconocer esta realidad, pero es esencial, si queremos ser liberados del pecado. Es sólo cuando esto se hace realidad en nuestras almas que dejamos de tener ninguna confianza en nuestra vieja naturaleza de pecado y que nos volvemos a Cristo. Por eso dice la última parte del versículo 24 y el versículo 25: «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.» La liberación viene no mediante la ocupación con nuestro yo y tratando de mejorarnos a nosotros mismos, sino mirando fuera de nosotros mismos, a Cristo. Entonces encontramos liberación inmediata, porque estamos ocupados con lo que Cristo es, y no con lo que nosotros somos.

A menudo retrocedemos horrorizados al darnos cuenta de lo verdaderamente terrible que es nuestra naturaleza pecaminosa. No queremos admitirlo, de modo que defendemos nuestra vieja naturaleza de pecado, o la excusamos, en lugar de admitir que es tan mala como parece. El camino a la liberación es admitir plenamente lo que Dios ya nos ha dicho en Su Palabra, que «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso» (Jeremías 17:9). Que nuestra naturaleza sea tan mala como Dios declara que es: Dios la ha condenado en la cruz, y en la muerte de Cristo he muerto al pecado. «Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne» (Romanos 8:3).

Romanos 8 nos presenta la bendita posición del creyente que ha sido liberado del pecado. No sólo son lavados mis pecados, sino que he sido liberado de la ley (o, del principio) del pecado y de la muerte. Ya no estoy ante Dios como un pecador arruinado, sino que estoy «en Cristo Jesús» (Romanos 8:1), no andando «conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Romanos 8:4). En lugar de tratar de mejorar la naturaleza de pecado, sencillamente me aparto de ella, reconociendo que ante Dios estoy «en Cristo» y que tengo una nueva vida en Él.

Hace años había más gente que quemaba leña y carbón para calentar sus casas, y los deshollinadores eran muy numerosos. Como puede que sepáis, al quemar leña y carbón, se acumula en las chimeneas una sustancia que se llama creosota, y si no se limpia de manera periódica, finalmente el resultado es que la chimenea se enciende. Esos deshollinadores pasaban por las casas con regularidad y limpiaban chimeneas para ganarse la vida. A veces, las chimeneas eran lo suficientemente grandes como para que chicuelos y hombres entrasen en ellas para hacer la limpieza, y podemos imaginarnos cuánto se ensuciaban. Se quedaban cubiertos de hollín de la cabeza a los pies. Veías a esos hombres ir de casa en casa, todos ennegrecidos, con sus escobones y otros utensilios sobre el hombro.

Ahora, dejad que os haga una pregunta: «¿Cómo os ensuciaríais más: abrazando un deshollinador, o luchando con él a brazo partido?» Si reflexionáis un momento, estaréis de acuerdo en que no habría mucha diferencia: de una manera o de la otra os ensuciaríais sin remedio.

Si comparamos el deshollinador con nuestra vieja naturaleza pecaminosa, la aplicación se hace evidente. Al diablo no le preocupa si abrazamos el pecado o si estamos constantemente luchando con él, porque de una manera o de la otra quedamos contaminados. Lo que hemos de hacer es apartarnos del deshollinador, mantenernos bien lejos de él. Esto es lo que nos dice la Palabra de Dios que debemos hacer cuando nuestra naturaleza pecaminosa intenta actuar: sencillamente, debo apartarme de ella, y dejar que el Espíritu de Dios ponga a Cristo ante mí. Cada verdadero creyente tiene al Espíritu de Dios morando en él, y el Espíritu de Dios es el poder de la nueva vida. Volveremos a esto más adelante.




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«Vive Cristo en mí»
Hemos visto que la verdadera posición cristiana es la de estar muerto, sepultado y resucitado con Cristo. Por lo que atañe al pecado, Dios lo ha condenado en la cruz. En la muerte de Cristo, Dios vio la crucifixión de mi viejo hombre, y la cruz fue el fin de todo aquello que yo era como criatura pecaminosa de la raza de Adán. Ahora tengo derecho a asumir esta posición en la práctica, y a considerarme como «muerto al pecado, pero vivo para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 6:11). Con esta bendita verdad en mente, podemos pasar a ver la verdadera respuesta, la respuesta escrituraria, a la autoestima.

El título de esta sección procede de un versículo en Gálatas: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).

La sabiduría de este mundo, como ya hemos visto, nos dice que debemos desarrollar nuestras buenas cualidades, y hacernos conscientes de nuestro potencial. Debemos darnos cuenta de que somos personas valiosas, y de que tenemos una contribución que hacer. Se nos dice que debemos tener fe en nosotros. Ya hemos comentado que hay un cierto mérito en llevarnos a reconocer aquellas capacidades que hemos recibido de Dios, pero si no se expone y trata de manera explícita el factor del pecado, esta enseñanza nunca resolverá el problema de la autoestima.

La ocupación con nuestro propio yo siempre acabará o bien en orgullo o en abatimiento. Todo ha quedado manchado por el pecado, y o bien nos hincharemos por lo que somos, o nos deprimiremos por lo que no somos. Es indudable que en algunos casos esa enseñanza desarrollará en alguna persona una cualidad o capacidad, de modo que la gente dirá que funciona. Sin embargo, este enfoque nunca puede llevarnos más allá del ámbito de nosotros mismos. La base para la autoestima es sumamente frágil y puede perderse con suma facilidad. El que se ocupa de sí mismo nunca es verdaderamente feliz.

Lo que necesitamos es dejar que Gálatas 2:20 se apodere de nuestras almas. Necesitamos ser conscientes de qué significa ser «crucificados con Cristo». El «yo» aquí es lo que yo era antes de ser salvo, el «yo» que yo era como hijo de Adán, y como miembro de una raza pecaminosa y caída. Al poseer una nueva vida en Cristo, tengo derecho a decir que el viejo «yo» ya no es más lo que yo realmente soy. Ante Dios, estoy «en Cristo», y debo dejar que la nueva vida que Cristo me ha dado sea el «yo» desde ahora en adelante. Por cuanto ésta es realmente la vida en Cristo, puedo decir con verdad que «vive Cristo en mí».

Dios puso a prueba al hombre a lo largo del Antiguo Testamento, y toda esta prueba demostró sólo la total ruina del hombre en su condición caída. Ahora Dios ha acabado con el «primer hombre», y comienza de nuevo con Su Hombre, el Señor Jesucristo. La maravillosa verdad es que cuando el primer hombre (Adán, y en último término nosotros) falló en todo lo que Dios le había encomendado, Dios presentó a Su Hombre, el Señor Jesucristo. Cristo fue fiel en cada una de las áreas en las que había fracasado el primer hombre, y todos los propósitos de Dios serán cumplidos en un hombre, Su propio Hijo amado. Este es el significado del Salmo 8:4-5, que dice: «¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra.» ¡Con una maravillosa gracia, Dios ha querido asociarnos a ti y a mi con Él, y nos ha dado nueva vida en Él! En lugar de esperar algo de parte del hombre, Dios está poniendo algo en él. ¡La respuesta de Dios no es la autoestima, sino la «Cristo-estima»!

Leí una historia hace algo de tiempo, que creo que ilustra muy bien este extremo. Había una mujer joven que había tenido una infancia y juventud muy dura. Algunos de vosotros tendréis una experiencia de esto. Sus padres y otros le habían dicho continuamente que no podía hacer nada a derechas; como resultado, tuvo problemas graves cuando llegó a las primeras etapas de la vida adulta. Para un observador casual, todo parecía venirle de cara. Era atractiva, tenía buenas capacidades naturales y era una verdadera cristiana, pero sencillamente parecía no poderse quitar de la cabeza la idea de que no valía para nada. Acudió a psiquiatras y a toda especie de grupos de autoayuda, pero parecía que nada le servía. Finalmente acudió a un cristiano que estaba dispuesto a escuchar su historia y a tratar de ayudarla. Le contó su situación, cómo parecía que nunca podía hacer nada bien, y acabó diciendo: «Sencillamente, tengo constantemente la sensación de que no valgo nada.»

Después de escucharla atento durante largo rato, la miró y le dijo con voz suave y gentil: «Quizá es que no vale nada.» Él se estaba refiriendo, naturalmente, a su naturaleza pecaminosa, no a las capacidades de que Dios la había dotado. Podréis imaginaros su reacción. Lo miró de hito en hito con los ojos llameantes, y le dijo: «¡Nadie me ha hablado nunca antes de esta manera! Mi psiquiatra me dice siempre que soy una persona valiosa, que debo creer en mí misma, que ...» Entonces él la interrumpió con esta pregunta: «¿Y ha funcionado?» «¡No!,» le repuso ella, «¡pero no estoy dispuesta a desistir de mí misma, todavía!»

Debemos estar dispuestos a desistir de nosotros mismos en cuanto a nuestra naturaleza pecaminosa, si ha de vivir Cristo en nosotros. Para ser salvos, tuvimos que llegar a desistir de nosotros mismos, y tenemos que hacernos conscientes de la ruina total del «viejo hombre» si vamos a caminar como cristianos en el camino derecho. En tanto que nos centremos en nosotros mismos, las cosas nunca estarán bien. Dios quiere que nuestra nueva vida en Cristo tenga una expresión práctica en nosotros.

Quizá digamos: «¡Oh, lo he intentado, pero no me ha valido. Sencillamente, parece que no me es posible!» Entonces somos como el hombre de Romanos 7, que estaba intentando hacerlo con sus propias fuerzas. Siempre habrá una lucha, y siempre perderemos hasta que nos apropiemos de lo que Cristo ha hecho por nosotros en la cruz. Así como tuvimos fe de que la sangre de Cristo fue suficiente para quitar nuestros pecados, así debemos tener fe de que nuestro «viejo hombre» fue crucificado con Cristo. En ambos casos, la fe cuenta con la estimación por parte de Dios de la obra acabada de Cristo. La fe cree aquello que, a la vista de Dios, es un hecho ya consumado: que en la muerte de Cristo yo morí al pecado. Entonces tengo poder para actuar sobre la base de Romanos 6:9, y me considero como muerto en la práctica. Entonces adopto la perspectiva que Dios tiene de mí mismo, que el «yo» real es ahora el nuevo hombre, la nueva vida que poseo en Cristo.

Si tengo una nueva vida en Cristo, ¿es posible que yo pueda fracasar en algo que Dios dé al nuevo «yo» para llevarlo a cabo? No, porque todos los recursos de Dios están a disposición de quien esté andando por el camino de la obediencia, y dejando que la nueva vida de Cristo se exprese. Esto parece algo elemental, y sin embargo es algo asombroso. La nueva vida, que siempre actúa para agradar a Dios, no puede fallar en nada de lo que haga.

Pero el reto de dejar que la nueva vida se exprese en nuestras vidas es probablemente la mayor dificultad con que se encuentra cada cristiano. Lo mismo que la joven a la que he hecho referencia, no estamos dispuestos a desistir de nosotros mismos y a reconocer que nuestra naturaleza pecaminosa no puede hacer nada para agradar a Dios. Queremos ser más como Cristo. Hablamos acerca de ello, quizá cantamos acerca de ello, pero la realidad subyacente es que nos gustamos demasiado tal como somos. No es amor propio lo que necesitamos, porque esto sólo me llevará a ocuparme con lo que soy por naturaleza. El antídoto es estar ocupados con Cristo y gozar de Su amor en nuestros corazones. Entonces mi ocupación será con lo que Él es y no con lo que yo soy.

En la vida de Gedeón vemos un ejemplo de aprender a apartar la mirada de uno mismo para fijarla en el Señor. El Señor había liberado a los hijos de Israel en manos de los madianitas debido a sus pecados. Cuando el ángel del Señor acudió a Gedeón y le dijo que el Señor iba a usarlo para liberar a Israel, su respuesta fue: «Ah, Señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de mi padre» (Jue. 6:15). Pero estaba dispuesto a ser obediente, y el Señor le condujo gentilmente. Cuando todavía no podía ser persuadido de ir adelante, el Señor le respondió bondadosamente cuando puso el vellón de prueba en dos ocasiones separadas. Luego, para mostrar que la misión debía llevarse a cabo en Su poder, el Señor redujo su ejército a sólo trescientos hombres. Finalmente, mandó a Gedeón que descendiera al campamento de los madianitas, y allí al acecho oyó una conversación dentro de una de las tiendas que le convenció de que el Señor iba a darle la victoria. Gedeón obtuvo la victoria, pero de una manera que el Señor recibió toda la gloria. Gedeón no tenía nada de qué jactarse, porque era evidentemente la mano del Señor. Con esto ilustró la Escritura: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12:10).

Después de la victoria, cuando los hombres de Efraín mostraron su enfado con él porque pensaban que no les había dado el puesto de honor, la actitud recta de Gedeón se manifestó en su respuesta a ellos. En lugar de exhibir orgullo, la gracia les dio crédito por lo que habían hecho, mientras que Gedeón adoptaba el puesto inferior. Los malos sentimientos quedaron anulados porque Gedeón no quería fama para sí, y estaba dispuesto a dársela a otros. Más tarde, cuando los hombres de Israel quisieron que Gedeón fuera rey sobre ellos, rehusó, diciendo que era el Señor quien debía reinar sobre ellos.

Contrastemos esto con Jefté unos años después, que evidentemente tenía un verdadero problema con su orgullo. Rehusó acaudillar al pueblo en batalla contra los hijos de Amón, a no ser que prometieran hacerle su jefe si los libraba. Luego, cuando los mismos hombres de Efraín volvieron a molestarse, Jefté les respondió con dureza, y siguió una guerra civil en la que murieron cuarenta y dos mil. El mundo diría que tanto Jefté como los hombres de Efraín tenían una deficiente autoestima, pero la palabra correcta a usar aquí es orgullo.

«Oh,» dirás quizá, «pero es que si no tengo un cierto orgullo en mí mismo, no me preocuparía por mi apariencia, por cumplir bien en mi trabajo, por cuidar de mi casa, etc.» Mi difunto suegro me contó una vez que de joven le había hecho a su padre esta misma pregunta. La respuesta de su padre fue: «Hijo, si cada vez que sales de la puerta y vas a la calle, cada vez que vas a trabajar, cada vez que te relacionas con otros en cualquier manera, te acuerdas de que eres un hijo de Dios, y que todo lo que haces y dices afecta a Aquel a quien perteneces, esto se cuidará de todas las cosas como tu apariencia, trabajo, etc., pero sin dejarte lugar alguno para el orgullo. Si recuerdas que has sido enviado al mundo para agradar al Señor, harás todas estas cosas bien, pero con un Objeto fuera de ti mismo.»




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Ocupación con Cristo
El verdadero cristianismo hace todo de Cristo, y nada del yo, y es en el yo donde está la esencia de cada problema en la vida cristiana. ¿Por qué hay (y lo digo avergonzado) tantas divisiones en la actualidad entre los cristianos? ¿Por qué no se mantuvo la Iglesia unida como al principio? Se debe a que el hombre quería tener un puesto, en lugar de dejar que Cristo lo fuera todo. Cada falsa enseñanza, sin excepción alguna, da alguna gloria al hombre y resta de la gloria de Cristo.


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