por J. Hudson Taylor
Un joven había sido llamado a tierra extranjera. No tenía costumbre de predicar, pero sabía una cosa, como prevalecer con Dios. Yendo una vez a ver a un amigo, le dijo:"No sé como Dios me pueda usar en el campo misionero, pues no tengo talento especial"."Hermano", respondió su amigo, "Dios desea hombres en el campo que puedan orar. Hay muchos predicadores, pero muy pocos que saben orar". Él fue.
En su propia habitación al amanecer, se oía una voz llorando y rogando por las almas. La puerta permanecía cerrada todo el día, y con el silencio que prevalecía, se sentía uno como con deseos de caminar suavemente porque un alma estaba luchando con Dios.
A su hogar llegaban las almas sedientas, atraídas por algún poder irresistible. En las horas de la mañana algunos llegaban y decían:"Pasé por tu casa tantas veces, y deseé entrar. ¿Puedes decirme como puedo ser salvo?"O de otro lugar lejano, otro llamaba diciendo:"Oí que tú nos puedes decir cómo podemos encontrar el descanso para nuestro corazón". El misterio se reveló.
En la cámara secreta se pedían las almas perdidas, y eran reclamadas. El Espíritu Santo sabía exactamente donde estaban, y las mandaba. Se da cuenta de esto: Si todos los que leen estas líneas se apropian de Dios con la violencia santa y la perseverancia invencible de la oración llena de fe, muchas cosas cederían, las cuáles hemos estado martillando vanamente con nuestra sabiduría humana y poder finitos.
El poder de la oración nunca usó su capacidad completa en ninguna iglesia. Si deseamos ver efectuarse los milagros potentes de la gracia divina y el poder, que toda la iglesia acepte el desafío de Dios. "Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces" (Jeremías 33:3).
Tomado del "Consolador segundo" http://www.jonatasjoao316.blogspot.com/
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