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Nuevamente nos encontramos con dos verdades paralelas que son perfectamente ciertas en su lugar, que no se interfieren entre sí, pero que aun así suelen confundirse en las mentes de los hombres. Nabucodonosor era un monarca absoluto y, sin embargo, tuvo que reconocer la soberanía de Dios y confesar: “Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Daniel 4: 34, 35).
Dios tiene absoluto poder, absoluta autoridad, absoluta soberanía. Él hace según su voluntad, la cual nadie puede cuestionar ni cambiar. Además, debemos señalar que Dios tiene “el propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor” (Efesios 3:11). Tal propósito no puede ser cambiado y será cumplido perfecta y absolutamente. El creyente confía plenamente en esto y se regocija grandemente en esta verdad maravillosa.
Pero, el incrédulo ciego siempre presentará sus inútiles planteos. Los hombres argumentan que si Dios es soberano y tiene un plan completo para el universo, entonces no interesa lo que haga la gente. «Hagan lo que hagan da lo mismo», argumentan ellos, «porque no pueden evitar hacerlo». Esto es como afirmar que el hombre no es responsable de sus propios actos, lo cual es fatal. Sin embargo, a estas personas les parece un argumento lógico, porque no comprenden que la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre son dos hechos reales que tienen vigencia al mismo tiempo.
¿El hombre es responsable? Si, tan cierto como que Dios es soberano. Sin importar lo que nosotros pensemos al respecto, Él declara que “cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12). Al respecto, el mismo Señor Jesús afirma en Mateo 12:36: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.” En aquel día nadie se atreverá a decir que fue obligado a realizar sus malas obras y a pronunciar las palabras ociosas que salieron de su boca. Por el contrario, el impío deberá confesarse culpable de haber eludido la responsabilidad que su propia conciencia le había enseñado en vida. Por otro lado, si creemos que Dios es soberano, ¿no debemos admitir de igual forma que nuestra posición es la de seres que están sujetos a Él? La fe en un Dios soberano estimula nuestros corazones para que podamos sentir la responsabilidad de obedecerle.
Por tanto, aunque los creyentes no podamos satisfacer el intelecto de los hombres explicando la compatibilidad ineludible que hay entre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre, por la fe, en cambio, no hallamos ninguna dificultad para entender estas cosas. Los hijos de Dios nos regocijamos en ambos hechos y entendemos que es justo someterse por completo a la voluntad divina. Dios tiene el derecho de actuar como le plazca. Nosotros, por el contrario, no tenemos ningún derecho de hacer como nos parece y, al mismo tiempo, tenemos la responsabilidad de hacer todo aquello que a Dios le agrada. El secreto para lograr abundantes bendiciones consiste en darle a Dios el lugar que se merece y mantenernos a nosotros mismos en el lugar que nos corresponde. Conservemos estas verdades, paralelas y distintas, en sus respectivos lugares y aceptemos que ambas son absolutamente ciertas.
L.M Grant
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Este articulo es parte del libro de L M Grant "PARADOJAS BÍBLICAS MARAVILLOSAS."
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