La respuesta bíblica al orden eclesiástico tradicional
Por Bruce Anstey
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VIª Sección
La esfera de las hermanas en el ministerio en la iglesia
Otra área donde las llamadas iglesias de la Cristiandad se han apartado del orden de Dios es respecto al puesto y al ministerio de las hermanas. Se podría plantear la pregunta: «¿Cree usted que una hermana puede ser una ministro?» Respondemos: «Sí, lo creemos, porque la Escritura lo dice así.» En Romanos 16:1 (RVR) leemos: «Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea.» De hecho, creemos que Dios querría que todas las hermanas en la iglesia fuesen ministros: es decir, en el sentido bíblico de la palabra. Sin embargo, si la pregunta se hace empleando la palabra «ministro» según la terminología convencional, que presupone la falsa posición clerical, entonces ni por un momento creemos que una hermana, ni para el caso ningún hermano, pueda ocupar tal puesto. Por otra parte, es bien evidente por la Escritura que el papel de las mujeres en la iglesia no es de carácter público.
En cuanto a enseñar o predicar, la Palabra de Dios dice: «Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sometidas, como también la ley lo dice» (1 Co. 14:34-38). Y: «La mujer aprenda en silencio, con toda sumisión. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, y después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión» (1 Ti. 2:11-12). También en Primera Corintios 14:29 dice: «Asimismo, los profetas hablen ...». No dice, «las profetisas hablen.» En la iglesia de Tiatira había una mujer que se había arrogado el papel de enseñante, y el Señor expresa Su desaprobación diciendo: «Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe» (Ap. 2:20).
Asimismo, cuando se trata de ejercer la autoridad en los asuntos administrativos de una asamblea local, la Palabra de Dios dice que aquellos que están en aquel puesto deben ser «marido de una sola mujer» (1 Ti. 3:2). La Palabra de Dios dice también: «Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para considerar este asunto» (Hch. 15:6, y v. 7: «varones hermanos»). Esto muestra que las mujeres, aunque formaban parte de la asamblea, no formaban parte del liderazgo administrativo. La Escritura habla de «varones principales entre los hermanos», pero nunca habla favorablemente de mujeres guiando entre los hermanos (Hch. 15:22, RVR). Ellas no deben «ejercer dominio sobre el hombre» (1 Ti. 2:12).
Las hermanas tienen una gran área de ministerio que cumplir para el Señor y que los hombres a menudo no pueden hacer. Pero esas cosas pertenecen a la esfera doméstica. No tienen necesidad de rivalizar con los hermanos en su esfera de ministerio público y administración. La Escritura dice: «Las ancianas ... que enseñen a las mujeres jóvenes a ser amantes de sus maridos y de sus hijos, a ser sensatas, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada» (Tit. 2:4-5). Y: «quiero pues que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa ...» (1 Ti. 5:14). «Tu mujer será como fecunda vid en las partes más interiores de tu casa» (Sal. 128:3, BAS, margen). Se podrían citar muchas otras Escrituras para mostrar la esfera en la que las hermanas deben ministrar.
Nos damos cuenta de que esto no es popular en la actualidad, y que será particularmente difícil de aceptar por parte de quienes se inclinan hacia la filosofía del Feminismo. Sin embargo, la Biblia da al menos tres razones por las que las hermanas deben tener un puesto de sujeción en el cristianismo. Después que el Apóstol Pablo se refiere al puesto de las hermanas en la casa de Dios en Primera Timoteo 2:9-12, pasa a decir por qué, usando la palabra «Porque» para comenzar el siguiente versículo (13).
1) Orden de creación. «Porque Adán fue formado primero, después Eva» (1 Ti. 2:13). Dios pudo haber hecho juntos al hombre y a la mujer, pero Él escogió hacer primero a Adán. Lo hizo para indicar que era Su intención desde el principio que el varón tuviese el puesto de guía en la creación. Los hombres no se han arrogado este puesto, sino que les ha sido dado por Dios. El hecho de que Dios hiciese al varón el género más fuerte de los dos indica que estaba en Su propósito que el hombre tuviese el puesto de guía. También, la constitución misma de la mujer es predominantemente emocional. Esto es sumamente necesario para la esfera de servicio que Dios les ha encomendado, pero puede ser calamitoso en la administración y en otras responsabilidades de liderazgo, en las que las emociones han de ser mantenidas bajo control. Dios dio la mujer al hombre para que fuese su ayuda idónea y complemento, no su rival (Gn. 2:18; 1 Co. 11:9). Los dos se complementan maravillosamente el uno al otro cuando operan en los ámbitos que Dios les ha designado.
2) Gubernamental. «Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión» (1 Ti. 2:14). Cuando Eva actuó con independencia y asumió el liderazgo en la casa de Adán, vino la ruina. Desde aquel momento, su puesto sería el de sujeción a su marido. Ésta era la resolución gubernamental de Dios sobre ella. El Señor dijo a la mujer: «tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti» (Gn. 3:16). Una hermana que reconoce este puesto que Dios le ha dado puede ser una verdadera bendición (Sal. 128:3, «como vid que lleva fruto»). En la Escritura, las mujeres que rehusaron aceptar el puesto que Dios les había asignado y que asumieron el liderazgo fueron generalmente causa de perturbación y ruina (Gn. 3:6; Mt. 13:33; Ap. 2:20; 1 Co. 14:33-34). No debemos pensar que el gobierno de Dios recae sólo sobre la mujer. El hombre está también bajo el gobierno de Dios. Él es responsable para la provisión de alimento y refugio para su familia (Gn. 3:17-19). Un hombre que no haga esto es peor que un incrédulo (1 Ti. 5:8).
3. Testimonial: En otros pasajes, el Apóstol Pablo dice: «Las casadas estén sometidas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sometida a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. ... Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Ef. 5:22-24, 32). Ésta es una tercera razón por la que las mujeres cristianas deben asumir un puesto de sujeción. Las hermanas que están en relación matrimonial pueden, mediante su sujeción a sus maridos, exhibir ante el mundo una pequeña imagen de la sujeción de la iglesia a Cristo.
¡Qué triste ver hoy que este orden es dejado de lado en casi cada asamblea cristiana! Las Escrituras que hemos citado son o bien torcidas, o bien consideradas como anticuadas y prejuiciadas. Hoy las mujeres predican y enseñan desde púlpitos y están en papeles que corresponden a ancianos en las diversas llamadas iglesias. Sin embargo, las hermanas que han aceptado el orden de Dios han encontrado una paz y un contentamiento en la aceptación de la voluntad de Dios que va más allá de toda explicación.
«¡Pero la Biblia dice que las mujeres
deben orar y profetizar!»
Algunos no creen que los pasajes citados de Primera Corintios 14:33-38 y Primera Timoteo 2:11-14 pueden referirse a la predicación y a la enseñanza, porque iría en directa contradicción a Primera Corintios 11:5, que dice: «Toda mujer que ora o profetiza ...». Se argumenta que Dios no diría a las mujeres en un pasaje que oren y profeticen, y que luego se volvería y les diría que no lo hagan. Llegan a la conclusión de que el «hablar» en Primera Corintios 14 debe referirse a algún problema local de Corinto, donde las mujeres interrumpían el culto congregacional al hacer preguntas no relacionadas que podían hacerse en casa.
En primer lugar, si creemos que la Biblia está inspirada por el Dios infalible, entonces es cierto que debemos creer que no hay contradicciones ni errores en Su santa Palabra. Si contemplamos con más cuidado el pasaje de Primera Corintios 11, veremos que el versículo que se refiere a mujeres orando y profetizando (versículo 5) viene antes de las instrucciones a los santos cuando se reúnen (versículo 17). El versículo 17 de este capítulo marca un nuevo párrafo y entra en el orden de cosas cuando los santos se reúnen para el culto y el ministerio. Dice: «Pero al daros las instrucciones que siguen, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, ...» A partir de este versículo y hasta el final del capítulo 14, el apóstol trata de cuestiones directamente relacionadas con la reunión de los santos. Eso queda indicado por la repetición de la frase «cuando os reunís», o similares, por parte del apóstol (1 Co. 11:17, 18, 20, 33, 34; 14:23, 26). Sin embargo, en los versículos precedentes, cuando se menciona el tema de las mujeres profetizando (vv. 1-16), no se está refiriendo a actividades que tengan lugar exclusivamente cuando los santos están reunidos para el ministerio. Es más amplio que esto. R. K. Campbell dice: «Este pasaje (los vv. 2-16) permite esta actividad de parte de una mujer, pero no indica cuándo era ejercida. El capítulo 14 dice de manera bien clara que ese ministerio de parte de las mujeres no está permitido en la asamblea.» Esto muestra que Dios no impedía a las hermanas que orasen y profetizasen. Tenían abundantes oportunidades para hacerlo en su esfera doméstica fuera de las reuniones públicas de la asamblea. Así, no hay contradicción entre esos dos pasajes. El primero se refiere a «en la asamblea», como el versículo especifica debidamente (1 Co. 14:34), y el otro se refiere a algo más general, no a algo específico de la asamblea (1 Co. 11:5).
En segundo lugar, al responder a las objeciones que se presentan a las claras declaraciones de la Escritura, nos encontramos constantemente con las ideas que las personas han introducido en las Escrituras. La suposición de que las mujeres de Corinto perturbaban las reuniones con preguntas irrelevantes y con murmuraciones es un ejemplo clásico de este tipo de razonamiento. La Escritura no dice nada acerca de tales cosas. El hábito del apóstol Pablo era totalmente contrario a esto. No razonaba introduciendo sus pensamientos en las Escrituras, sino que razonaba de lo que sacaba de las Escrituras (Hch. 17:2). Ésta debería ser nuestra norma de conducta.
Tercero, la palabra en la lengua original traducida «hablar» en Primera Corintios es la misma que se usa en otras partes del capítulo, cuando se dice: «los profetas hablen ...» o «si habla alguno ...». De este modo, «hablar», en este versículo, se refiere evidentemente a tomar parte pública en la reunión, porque éste es el contexto del capítulo.
«¡Pero en la Iglesia no debemos contemplar
la distinción entre varón y mujer!»
Otros estarán de acuerdo en que Dios tiene papeles distintivos para el varón y la mujer, creyendo que deben ser observados, pero sólo en el ámbito de las relaciones naturales en el hogar. Cuando se trata de la iglesia, creen que esas distinciones entre varón y hembra no deben considerarse, porque la Palabra de Dios dice: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gá. 3:28). Muchos teólogos piensan que esta declaración universal predomina sobre los dictados más estrechos de las otras declaraciones de Pablo en Primera Corintios 14 y de Primera Timoteo 2.
Este malentendido procede de no considerar la distinción entre posición y práctica. La clave que desenmaraña la confusión que pueda existir en las mentes de algunos reside en comprender el significado de la frase «en Cristo Jesús». Describe nuestro puesto de aceptación individual delante de Dios, en la misma posición que Cristo ocupa ahora como Hombre en la gloria. Denota la plena posición cristiana delante de Dios en la nueva creación, y está inseparablemente ligada de la morada del Espíritu Santo en el creyente. Pablo usa esta expresión numerosas veces en sus epístolas (Ro. 8:1; Ef. 1:6; 2 Co. 5:17; Gá. 6:15; Ef. 2:13, etc.). El argumento en Gálatas 3:28 es que todos los creyentes, con independencia de su nacionalidad, trasfondo social o sexo, se encuentran igualmente en este lugar de aceptación delante de Dios. Es un término posicional. Sin embargo, Primera Corintios 14 y Primera Timoteo 2 se refieren a un orden práctico de cosas entre los cristianos sobre la tierra. Así, tenemos dos términos: «en Cristo» (Gá. 3:28) y «en las congregaciones» (1 Co. 14:34). Se refieren a dos cosas diferentes. El primero se refiere a lo que los santos son en el puesto de Cristo delante de Dios en el cielo («en Cristo»); el segundo se refiere a lo que son cuando se congregan para el culto y el ministerio en la tierra («en las congregaciones»).
«¡Pero esas cosas sólo son
de aplicación en Corinto!»
Otros dicen que esta prohibición de que las mujeres hablen en la asamblea era sólo de aplicación a Corinto, ciudad particularmente señalada por sus mujeres estridentes y libertinas. Esas mujeres corintias, cuando eran salvas, se comportaban de una manera similar y causaban perturbaciones en las reuniones. La respuesta de Pablo a este problema local fue que estuviesen calladas hasta que aprendiesen a comportarse mejor. Por tanto, llegan a la conclusión de que esta instrucción no es aplicable a las mujeres en la iglesia en la actualidad. Una vez más: es una mera suposición afirmar que las mujeres estuviesen actuando de la manera que se describe. La Escritura no dice que el problema fuese ése. Más aún, el comienzo de esta epístola muestra que los principios que se dan en la misma son para más allá de Corinto; son para «todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co. 1:2). Además, el mismo pasaje en cuestión en Primera Corintios 14 nos dice claramente que esta instrucción trascendía a la asamblea en Corinto. Dice: «Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones» (1 Co. 14:33-34).
«¡Pero no queremos ahuyentar
a la gente del cristianismo!»
Algunos piensan que no deberíamos practicar esas cosas porque podrían ofender a los inconversos (especialmente a las mujeres) que contemplan el cristianismo. Son de la opinión que esto podría hacer que esas personas se aparten definitivamente de Dios porque pensarán que el cristianismo hace de las mujeres personas de segunda clase. Este argumento parece sugerir que no deberíamos obedecer las Escrituras porque nuestro testimonio ante el mundo es más importante. Implica que es aceptable desobedecer la Palabra de Dios si con ello podemos ganar a algunos. Sin embargo, la Escritura dice que la obediencia a Dios es más importante que ningún servicio que podamos hacer para Él. «Ciertamente, el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1 S. 15:22). Debemos obedecer a Dios en primer lugar, y dejar los resultados en testimonio para Él. En último término, de todas maneras, es Él quien produce una obra en las personas mediante Su poder vivificador. El Señor encomió la asamblea en Filadelfia, diciendo: «Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (Ap. 3:8). Es cosa cierta que no podemos esperar Su encomio y bendición si desobedecemos las claras enseñanzas de Su Palabra.
«¡Eso es porque Pablo era un anticuado!»
Algunos consideran que lo que Pablo escribió acerca de la cuestión del puesto de la mujer se debe a prejuicios y a que tenía una actitud dura con las mujeres. Consideran que sus enseñanzas acerca de esta cuestión son sólo algunas de sus ideas personales que resultaban de que no estaba casado y que no comprendía a las mujeres. Sin embargo, en el mismo capítulo en el que Pablo escribe acerca del puesto de la mujer, dice también: «Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore» (1 Co. 14:37, RVR). No, esas cosas no son simplemente opiniones personales de Pablo, sino que son «los mandamientos del Señor».
La cubierta de la cabeza
Otra cosa que los cristianos descuidan en la actualidad es el uso de las cubiertas de la cabeza. Primera Corintios 11 da unas instrucciones muy claras y explícitas de que las hermanas deben tener la cabeza cubierta cuando se están tratando temas divinos. Por cuanto este pasaje de la Escritura no especifica dónde deben llevarse las cubiertas de la cabeza, no estamos autorizados a decir que sólo se aplique a las reuniones de asamblea. Es más amplio que esto. Su aplicación se extiende a cualquier momento en que se estudie la Palabra de Dios, tanto si se trata de una reunión pública como de un estudio privado.
A veces se hace esta pregunta: «¿Por qué iba Dios a querer que las hermanas se cubran la cabeza? ¿De qué sirve esto, de todos modos?» Lo cierto es que Dios no sólo nos manda hacer algo, sino que también nos dice por qué. Esta es la belleza del cristianismo. El nuestro es un «culto racional» (Ro. 12:1, RVR). Al comprender por qué Dios quiere que practiquemos algo así, deberíamos sentirnos aun más interesados en obedecer Su Palabra, porque podemos hacerlo de manera inteligente y con propósito.
El apóstol nos muestra al principio del capítulo que en el cristianismo la cabeza del hombre es imagen de Cristo. Dice: «Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo» (1 Co. 11:13). Luego muestra que por cuanto esto es así, los hermanos deben tener la cabeza descubierta cuando se están tratando temas divinos. Con ello, están reconociendo que toda la gloria pertenece a Cristo. Es un testimonio deliberado por parte de los hermanos, y refleja nuestro deseo de dar toda la gloria a Cristo, nuestra Cabeza viviente en el cielo. El apóstol escribe: «Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios» (1 Co. 11:7).
Este acto glorifica a Cristo, y debería llevarse a cabo con esto a la vista.
Por otra parte, en el cristianismo la mujer representa la gloria del hombre. Dice el apóstol: «la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por tanto, la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles» (1 Co. 11:7-10). El cabello de la mujer es una señal de la gloria natural del primer hombre. Es su permanente velo de hermosura y de gloria (1 Co. 11:15). El apóstol Pablo enseña, por tanto, que el cabello de la mujer debería estar cubierto cuando se está tratando de cosas divinas, debido a lo que representa. Cuando las hermanas llevan una cubierta, están expresando el hecho de que no reconocemos que el primer hombre tenga puesto alguno en el cristianismo. Es una confesión de que el hombre y su gloria no tienen lugar en las cosas divinas. El apóstol añade: «por causa de los ángeles» (1 Co. 11:10).
Dios ha establecido un cierto orden en Su creación. Los cristianos, hombres y mujeres, no deben desatender este orden, sino que deben recordar que son un espectáculo dispuesto por Dios. Los ángeles están aprendiendo la sabiduría de Dios en Sus caminos entre los cristianos sobre la tierra (1 Co. 4:9; Ef. 3:10).
Estos actos en los que los hermanos se descubren la cabeza y las hermanas se la cubren son una exhibición de los principios involucrados en la confesión del cristianismo.
«¡Las cubiertas de la cabeza son
una antigua costumbre cultural que no
debe ser seguida en la actualidad!»
Se argumenta que esas instrucciones del apóstol Pablo eran válidas sólo para los corintios de aquel tiempo. Llevar una cubierta en la cabeza es generalmente explicado como una antigua costumbre cultural que no tiene ninguna aplicación para las mujeres en la actualidad.
De nuevo, esto es una mera suposición. Pablo nunca dijo que esto era sólo para aquel tiempo. Preguntamos: «Si esto fuese sólo para aquel tiempo, ¿a qué se debe que la iglesia ha observado esas instrucciones acerca de las cubiertas de la cabeza desde su nacimiento hasta hace unos cuarenta y cincuenta años? ¡Las ha observado durante más de 1900 años! ¿Acaso la iglesia ha estado en un error al actuar así durante todos estos años?» El Espíritu de Dios parece haber anticipado este tiempo en que vivimos, cuando habrían los que disputarían contra esas cosas. De modo que el apóstol Pablo fue llevado a escribir: «Con todo, si alguno es amigo de discusiones, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios» (1 Co. 11:16). El «nosotros» en este versículo se refiere a los apóstoles que fueron dados a la iglesia para echar el fundamento del cristianismo por medio de su ministerio. En este versículo está diciendo que si hay algunos que quieran argumentar en contra de esas cosas, que sepan que los apóstoles no tienen «tal costumbre» de que las mujeres aparezcan con las cabezas descubiertas cuando se están tratando temas divinos. En ningún momento entregaron ellos tal costumbre a las diversas iglesias locales de su época.
De nuevo recordamos al lector que lo que Pablo enseñó acerca de las cubiertas de la cabeza no es algo que fuese exclusivamente para los corintios, sino que es para «todos ... en cualquier lugar» (1 Co. 1:2).
¡Pero el cabello de la mujer es su cubierta!
Otro argumento comúnmente usado para desvirtuar el mandamiento de usar cubiertas para la cabeza es citar el versículo 15. Éste dice: «A la mujer dejarse crecer el cabello le es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello.» De esto deducen que si una mujer tiene cabello largo (y algunas no lo tienen tanto), está cumpliendo esta Escritura, porque el cabello actúa como velo. Por ello, las mujeres no necesitan de cubierta para la cabeza.
Si contemplamos este pasaje con más cuidado, veríamos que se mencionan dos cubiertas en estos versículos. El Apóstol Pablo emplea a propósito dos palabras diferentes para indicarlo. Si no vemos esto, nos confundiremos sin remedio. La palabra que se usa en la lengua original para «cubrirse» en los versículos 4-6 es diferente de la usada en el versículo 15. La palabra en el versículo 15 (peribolaiou) indica el cabello caído alrededor de la cabeza. El lenguaje moderno lo llamaría un peinado o algo semejante. Por ello, el cabello de la mujer es un velo (o cubierta) de gloria y hermosura que la naturaleza le ha dado. Sin embargo, la palabra en los versículos 4-6 (katakalupo) indica una cubierta artificial para el cabello, como una mantilla, etc. En base de esto, queda bien claro que no hay base para la idea de que las mujeres no necesitan llevar cubiertas para la cabeza.
Algunos de los argumentos que la gente usa para poder hacer lo que bien les parezca son generalmente bien absurdos cuando se llevan a su conclusión lógica. Esta idea particular de que la cubierta de la mujer puede reducirse a su cabello es un ejemplo preciso de este caso. Si la cubierta a la que se hiciese referencia en los versículos 4-6 fuese el cabello, ¡entonces los hombres tienen también una cubierta, porque las mujeres no son las únicas en tener cabello! Si fuese así, ¿cómo podrían ellos orar y profetizar, por cuanto los hermanos no deben ministrar la Palabra de Dios con las cabezas cubiertas? (1 Co. 11:4, 16).
Además, si fuese cierto este concepto de que el cabello de la mujer es su cubierta, ¿por qué la iglesia ha necesitado tanto tiempo para descubrirlo? Durante más de 1900 años la iglesia ha aceptado la clara enseñanza de este capítulo, y las hermanas han llevado la cabeza cubierta. ¿Acaso la iglesia se ha equivocado universalmente acerca de la mente del Señor en esta cuestión a lo largo de todos los siglos?
Oprobio
El problema acerca de esta cuestión y acerca de muchas otras cuestiones que hemos tocado en este libro es que los cristianos no quieren sufrir el oprobio que conlleva la práctica del cristianismo bíblico. Por consiguiente, inventan toda clase de excusas acerca de por qué no quieren obedecer las claras declaraciones de la Palabra de Dios.
Los que atiendan a la exhortación de la Palabra: «Salgamos, pues, adonde él, fuera del campamento», se verán «llevando su vituperio» (He. 13:13). Debemos estar preparados para aceptar esto. Sin embargo, hay un gozo en el camino de hacer la voluntad de Dios que es conocido sólo por los que caminan en él. «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado» (Sal. 40:8; Jer. 15:16).
Cuando contemplamos esta cuestión a la luz de lo que hemos visto en las Escrituras tocante a la decadencia del testimonio cristiano en los últimos días, se hace evidente que el rechazo a cubrirse la cabeza es sencillamente otro aspecto de la gran defección.
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