Por Charles Haddon Spurgeon
Predicador Bautista del “Tabernáculo Metropolitano” de Londres
(1834-1892)
iglesiareformada.com
Nota del Traductor
Con dolor vemos que muchísmas iglesias carecen de la vitalidad necesaria para cumplir con la comisión que les fue encomendada por el Señor y algunas otras están siendo arrastradas por un “falso avivamiento” basado en el emocionalismo. Esta reflexión, escrita hace más de cien años da justo en el clavo con respecto a lo que necesitan las iglesias de Dios y en general los que profesan el Cristianismo.
Alexander León J.
Avivamiento espiritual, La necesidad de la Iglesia.
“Oh Jehová, aviva tu obra, en medio de los tiempos” Habacuc 3:2
La religión verdadera es obra de Dios: es pre-eminentemente así. Si Él fuera a seleccionar de entre sus obras aquella que Él estima más, sin duda seleccionaría la verdadera religión. Él considera la obra de gracia aun más gloriosa que las obras de la naturaleza; y por lo tanto tiene cuidado de que esto sea conocido. Así que si alguien se atreve a negar esto, tendrá que enfrentarse a repetidos testimonios que demuestran que así es, que Dios es verdaderamente del autor de Salvación en el mundo y en los corazones de los hombres, y que la religión verdadera es el efecto de la gracia, y que es obra de Dios. Creo que el Eterno perdonaría antes el pecado de atribuir la creación del cielo y de la tierra a un ídolo, que el pecado de atribuir las obras de gracia a los esfuerzos de la carne, o a cualquier cosa aparte de Dios mismo. Es un pecado de gran magnitud suponer que hay algo en el corazón del hombre aceptable delante de Dios, a excepción de aquello que Dios mismo ha creado primero en él. Cuando se niega la obra de Dios en la creación del sol, se niega una verdad; pero cuando se niega que Él es quien realiza la obra de gracia en el corazón, se están negando cientos de verdades en una; porque la negación de esta gran verdad, que Dios es el autor del bien en las almas de los hombres, se están negando todas las doctrinas que sostienen los grandes artículos de fe, porque si hay algo en nuestras almas que nos puede llevar al cielo es la obra de Dios, y más aún, si ha de haber algo de bueno y excelente en Su iglesia, esto es completamente obra de Dios, de principio a fin. Creemos firmemente que es Dios quien despierta el alma que estaba muerta, verdaderamente muerta “en delitos y pecados”; que es Dios quien mantiene la vida de esa alma, y Dios quien consuma y perfecciona esa vida ahora y para siempre. No atribuimos méritos al hombre, solo a Dios. No nos atrevemos ni por un momento a concebir que hay métodos y medio que se puedan utilizar, excepto la obra de Dios, quien es el Alfa y la Omega, todo es del Señor. En consecuencia pensamos que hacemos lo correcto al aplicar la obra de la gracia divina, tanto en el corazón como en la iglesia; y entonces no encuentro otro texto más apropiado para el tema que tratamos que este: “¡Oh, Jehová, aviva tu obra!”
Primero, amados, confiando en que el Espíritu de Dios me ayudará, me dedicaré a aplicar el texto a nuestra alma de forma personal, y luego al estado de la iglesia en forma extensa, porque de cierto necesita que el Señor avive Su obra en media de ella.
I. Primero entonces a NOSOTROS MISMOS. Debemos empezar en el hogar. Muy frecuentemente queremos castigar a la iglesia, cuando la disciplina debería ser puesta sobre nuestros propios hombros. Vestimos a la iglesia como a un reo, la llevamos a juicio y queremos ejecutar sentencia sobre ella; le amarramos las manos, y despellejamos su temblorosa carne – encontrando faltas en ella cuando no la hay, y magnificando sus pequeños errores; cuando nosotros con demasiada frecuencia olvidamos los nuestros. Entonces, empecemos con nosotros mismos, recordando que somos parte de la iglesia, y que nuestra propia necesidad de avivamiento personal es la causa en gran medida del avivamiento en la iglesia en mayor escala.
Ahora, yo responsabilizo directamente a la gran mayoría de los Cristianos profesos – y me responsabilizo a mí mismo también – con la necesidad de un avivamiento de piedad en estos días. Creo que la gran masa de Cristianos en esta edad necesitan un avivamiento, y mis razonamientos son estas:
En primer lugar, miremos la conducta y conversación de muchos de los que profesan ser hijos de Dios. Es muy dañino para un hombre que ocupa el sagrado lugar de un púlpito adular a sus oyentes, y por lo tanto no haré tal cosa. La evidencia la tienen ustedes que se unen con iglesias Cristianas, y en la práctica van contra su profesión de fe.
Se ha vuelto muy común en estos días unirse a una iglesia; ir donde se encuentren Cristianos profesos y sentarse a la mesa del Señor, ya sea aquí o allá; pero ¿hay menos engaños de los que había antes? ¿Se cometen menos fraudes? ¿Se nota un mayor grado de moralidad? ¿Será que los vicios ya casi se han eliminado? No, no es esto lo que vemos. Esta época es tan inmoral como cualquier otra anterior a ella; todavía hay mucho pecado, aunque talvez esté tapado o escondido. La parte externa del sepulcro puede ser que esté más blanca; pero por dentro; los huesos están tan carcomidos como antes. Aquellos hombres que, en las revistas populares nos presentan una imagen de la vida en Londres, no tienen por qué modificar la verdad, podemos creerles – no tienen motivo para mentir; Y la imagen que nos dan con respecto a la moralidad de esta gran ciudad es devastadora. Está llena de criminales, llena de pecado; y digo que si todas las profesiones de fe que se hacen en Londres fueran verdaderas, no habría lugar para tantos lugares impíos como lo hay; no podría ser de ningún modo. Hermanos míos esto es conocido de todos, y el que lo niegue hablaría con falsedad, ya que lamentablemente no es garantía suficiente para medir la honestidad de un hombre el hecho de que pertenece a una iglesia, como debería de ocurrir. Esto es algo difícil de reconocer para los ministros Cristianos, pero si no lo decimos nosotros, y si los amigos no lo dicen, los enemigos lo harán; y es preferible que hablemos la verdad entre nosotros, y que se sepa que nos avergonzamos de esta situación, que los de afuera se enteren que negamos lo que deberíamos reconocer. Oh, señores, las vidas de muchos miembros de iglesias Cristianas proporcionan una grave causa para sospechar que no hay nada de bondad en ellas! ¿Por qué ese afán por conseguir dinero? ¿Por qué esa avaricia y codicia? ¿Por qué ese deseo de seguir el estilo y las maneras de un mundo malvado? ¿Por qué ese olvido de las necesidades de los pobres, ese mal trato a los obreros, y cosas similares, - Si los hombres son lo que profesan ser? Dios en el Cielo sabe que lo que estoy hablando es cierto, y muchísimos aquí lo saben también. Si fueran Cristianos al menos deberían anhelar el avivamiento; si es que hay vida en ellos, es solo una chispa que debe estar cubierta por montones de ceniza; tendrán que atizarla, Ay! Y también necesita removerse, para ver si, felizmente, algunas de las cenizas se apartan y la chispa puede encender. La iglesia quiere avivamiento en las personas de sus miembros. Los miembros de iglesias Cristianas no son ya lo que una vez fueron. Ahora está de moda ser religioso; ya no hay persecución como antes; y... Ah! Bueno ya casi lo dije: las puertas de la iglesia parece que también fueron quitadas con la persecución. La iglesia está, con pocas excepciones, del todo sin puertas; sus hijos vienen y van, salen y entran, del mismo modo como entran y salen de la Catedral de San Pablo, y lo hacen un lugar de paso, en vez de considerarla un lugar sagrado, santificado al Señor, y para la excelencia de la tierra, en el cual Dios tiene su deleite. Si este no es su caso personal, entonces no tiene de qué arrepentirse, ni tiene que confesar su pecado, pero si esta es su situación, Oh, humíllese bajo la poderosa mano de Dios; pídale que lo pruebe y lo lleve a cuentas, y si usted no es su hijo que le ayude a renunciar a su profesión falsa, para que no sea su ridícula vestimenta de muerte, su ropa de gala barata para ir al infierno. Si usted es Suyo, pídale que le dé más gracia, de modo que puede renunciar a la falsedad y a las necedades, y volverse a Él con verdadero propósito de corazón, como efecto de una piedad avivada en su alma.
En los casos donde la conducta y la profesión de los Cristianos es consistente, permítanme hacer una pregunta, ¿No es cierto que la conversación de muchos profesores de Biblia nos hace dudar del fruto de su piedad, o al menos nos impulsa a orar para que su piedad sea avivada? ¿Han notado la conversación de muchos que se llaman a sí mismos Cristianos? Podríamos vivir con ellos desde el primero de enero hasta el final de diciembre, y nunca tendríamos queja de que hablan mucho de religión, porque ni siquiera la mencionan. Escasamente mencionan el nombre del Señor. En la tarde del día del Señor se habla de sobre de los ministros de la iglesia, se les encuentran faltas tanto a este como a aquel, y se hacen toda clase de conversaciones, que podrían llamarse “religiosas”, porque tienen que ver con lugares religiosos. Pero ¿hablan alguna vez los que van a las iglesias, de lo que se dijo y se hizo, y de lo que el ministro sufre por el rebaño? ¿Recibe usted alguna vez el saludo de su hermano que le dice: “Amigo, ¿cómo prospera tu alma?" Cuando entramos en la casa de nuestros hermanos, ¿tenemos el interés principal de hablar de la verdad de Dios? ¿Piensan que Dios se asomará desde el Cielo para escuchar la conversación de su iglesia, como está escrito que “El Señor se inclinó y oyó, y fue escrito un libro en memoria para aquellos que temen a Jehová y que meditan en su nombre?" Yo declaro solemnemente, porque lo he observado detenidamente, y creo que imparcialmente, que la conversación de los Cristianos, aunque no se puede tachar de inmoral, sí se puede tachar por su calidad de Cristianismo. Hablamos muy poco de nuestro Señor y Dueño. La palabra “sectarios” ha calado tanto en medio nuestro, que no podemos mencionar a Cristo, para no ser tachados de sectarios. Yo soy un sectario entonces, y espero serlo hasta el día que muera, y me glorío en ello; porque no puedo entender cómo, en nuestros días, un hombre puede ser un Cristiano, verdadera y sinceramente, sin siquiera intentar merecer para sí mismo este título. ¿Por qué no hablamos de esta doctrina? Porque es posible que otros no crean así, o aún nieguen estas verdades; y preferimos la comodidad de conversaciones en las cuales todos estamos de acuerdo, y estos tópicos serán pues cosas mundanas y no espirituales. ¿No es esto cierto? ¿Y no es un triste pecado de nuestra parte, que tengamos que estar orando: “Señor, aviva tu obra en mi alma, para que mi conversación sea más semejante a la de Cristo, sazonada con sal, y dirigida por el Espíritu Santo”?
Aún una tercera observación. Hay algunos cuya conducta es todo lo que podríamos desear, su conversación es en gran parte relacionada con el evangelio, tiene sabor a la verdad; pero aún ellos han de confesar una tercera responsabilidad o culpa, la cual con dolor cargo sobre mí mismo; cual es, que hay muy poca comunión real con Cristo Jesús. Si por la gracia de Dios hemos sido capacitados para mantener una conducta tolerablemente consistente, y no se nos puede culpar de algo, cuánto tenemos que llorar por nosotros mismos, por falta de aquella santa comunión con Jesús que es la verdadera marca de un verdadero hijo de Dios, hermanos míos. Permítanme preguntarles: ¿Hace cuánto que han experimentado una visita de Jesús en la intimidad, de manera que puedan decir, “Mi amado es mío, y yo soy Suyo, Él apacienta en medio de los lirios?” ¿Hace cuánto que “él le llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre usted fue amor?” Talvez algunos de ustedes puedan decir, “Esta mañana le vi; contemplé su rostro con alegría, y fui alentado con su faz”. Pero temo que la mayor parte tendrá que decir, “Ah, señor, por meses he estado sin recibir el brillo de su rostro.” ¿Qué han estado haciendo entonces? Y ¿cuál ha sido el camino que han estado llevando? ¿Han gemido entonces cada día? ¿Han llorado cada minuto por ser esto así? “No!” Y deberían haberlo hecho. No puedo entender cómo nuestra piedad puede brillar de forma alguna, si no vemos la luz de Cristo y seguimos contentos como si nada. Sí es posible que los Cristianos pierdan a veces la comunión con Jesús; la conexión entre ellos mismos y Cristo puede afectarse severamente a veces, en cuanto a lo que los sentimientos les dictan; pero ellos han de lamentar y llorar esta pérdida de comunión con Dios. ¡Cómo puede ser! ¿Es Cristo tu Hermano, y vive Él en tu casa, y no has pasado tiempo en conversación verdadera con Él? Me parece que hay poco amor entre tú y tu Hermano, puesto que no has tomado el tiempo para compartir con Él en todo este tiempo. ¡Cómo puede ser! ¿Es Cristo el esposo de su iglesia, y no tiene ella comunión con Él? Hermanos míos, no quiero condenarlos, no quiero juzgarlos, pero por favor dejen que su misma conciencia hable dentro de ustedes. Mi conciencia hablará y así debe hablar la de ustedes. ¿No nos hemos olvidado de Cristo? ¿No hemos vivido demasiado sin tomarlo en cuenta? ¿No hemos estado bien contentos con el mundo, en vez de tener deseo por Cristo? ¿No hemos sido todos nosotros esa oveja querida, que ha bebido de la copa de su amo y se ha alimentado de su mesa? Entonces, ¿cómo es que preferimos irnos a alimentarnos lejos a las montañas, en vez de venir al hogar? Me temo que muchos de los pesares de nuestro corazón provienen de nuestra falta de comunión con Jesús. No muchos de nosotros somos la clase de hombres que, al vivir cerca de Jesús, conocen sus secretos. Oh! No; vivimos tan lejos de la luz de su rostro; y tan felices lejos de Él. Hagamos pues juntos esta oración, porque estoy seguro de que la necesitamos en alguna medida: “O Jehová, aviva tu obra!” Ay! Pero me parece escuchar por ahí a algún profesor decir: “señor, yo no necesito ningún avivamiento en mi corazón; soy todo lo que quiero ser”. ¡Arrodílllense hermanos míos! ¡Doblen sus rodillas por el que así piense! Él es el que necesita más oración de todos. Dice que no necesita avivamiento en su alma; pero necesita un avivamiento en su humildad, en cualquier medida. Si supone que él es todo lo que debe ser, y reconoce que es todo lo que quisiera ser, entonces su noción del Cristianismo es bastante pobre, o de lo que debe ser un Cristiano, además de ideas muy inadecuadas de sí mismo. Porque los que están en mejor condición espiritual, aún así desean avivamiento, y reconocen su situación y gimen por ella.
Ahora que creo que he argumentado con suficientes pruebas mi queja; permítanme notar en el texto algo que todos nosotros tenemos. No solo hay mal implícito en las palabras – “O Jehová, aviva tu obra”; más bien es evidente. Habacuc sabía cómo clamar. Oh Jehová, decía él, “aviva tu obra!”, Ah, y hay muchos de nosotros que queremos ver avivamiento, pero pocos de nosotros tenemos un verdadero sentimiento de necesidad por Él. Es una bendita marca de la vida interior, cuando sabemos cómo lamentar nuestro alejamiento del Dios viviente. Es fácil encontrar por cientos, a los que se han apartado, pero con dificultad hallamos a los que de verdad lamentan haberse alejado. El verdadero creyente, sin embargo, cuando se da cuenta que necesita avivamiento, no se sentirá feliz; sino que comenzará esa continua e incesante necesidad de clamar a Dios, el cual finalmente escuchará, y traerá la bendición del avivamiento sobre él. Este creyente no parará durante días y noches, no tendrá descanso, siempre clamando “¡Oh, Jehová, aviva tu obra!”
Permítanme mencionar algunos tiempos de clamor, que siempre ocurrirá al Cristiano que necesita avivamiento. Estoy seguro de que clamará siempre, cuando mire lo que el Señor ha hecho en su vida desde antes. Cuando medite en los montes Mizar y Hermón, aquellos lugares donde el Señor se le ha aparecido, diciendo, “Con amor eterno te he amado”, estoy seguro de que el Cristiano no puede recordar esas épocas sin derramar lágrimas. Si es lo que debe ser como Cristiano, o si piensa que no está en una correcta condición, siempre llorará al recordar el amor bondadoso de Dios que le ha sido mostrado en el pasado. Oh, siempre que el alma ha perdido la comunión con Jesús, no puede soportar recordar los “carruajes de Aminadab”; no puede pensar en “la casa del banquete”, porque hace tiempo que no ha estado allí; y cuando piensa en ello ha de decir,
“Las horas de paz que entonces disfruté,
cuán dulce memoria aún guardan.
Pero han dejado un vacío doloroso
Que el mundo jamás podrá llenar”
Cuando escucha un sermón que se relaciona con la gloriosa experiencia del creyente que está en estado saludable, querrá tapar sus oídos y decir, “Ah! Esa fue mi experiencia una vez; pero aquellos días felices han pasado. El sol se ha puesto; aquellas estrellas que una vez alumbraron mi oscuridad se han ido; Oh! Si yo pudiera sostenerlo de nuevo; Oh! Si yo pudiera ver su rostro una vez más!; Oh! Anhelo aquellas dulces visitas de lo alto; Si esta es tu situación, te sentarás por los ríos de Babilonia y llorarás. Llorarás al recordar cuando subías a Sión – cuando el Señor era precioso para ti, cuando Él llenaba tu corazón de la plenitud de Su amor. Aquellos tiempos serán tiempos de clamor, cuando recuerdes “las lágrimas en la mano derecha del Altísimo”.
También, para un Cristiano que desea avivamiento, las ordenanzas serán momentos de clamor. Subirá a la casa de Dios; pero dirá cuando salga, “Ah! Qué cambio tan terrible! Antes iba con la muchedumbre que guarda el día del Señor y lo santifica como precioso. Al elevar las canciones mi alma tenía alas, y arriba subía teniendo su nido en las estrellas; cuando se ofrecía la oración, yo podía decir con devoción, ‘Amén’; pero ahora, el predicador da el sermón como antes, mis hermanos se edifican como antes; pero el sermón me parece seco, sin sentido. No está la falta en el predicador, la falta está en mí mismo. El himno es el mismo – la misma dulce melodía, como armonía pura; pero mi corazón está pesado; las cuerdas de mi arpa se han reventado, y no puedo cantar”; y aquél Cristiano volverá a los benditos medios de gracia, suspirando y sollozando, porque sabe que desea avivamiento. De forma específica, en la Cena del Señor pensará, cuando se siente a la mesa, “Oh! Qué bellas temporadas tuve aquí antes! Al partir el pan y beber el vino que mi Señor me presenta.” Añorará los tiempos en que su alma era llevada como al séptimo cielo y se convertía la casa verdaderamente en “casa de Dios y puerta del cielo”. Pero ahora, dice, “es pan, solo pan seco para mí; es vino, vino sin sabor, sin dulzura alguna del paraíso en él; Bebo, pero en vano. No estoy pensando en mi Cristo. Mi corazón no se levanta; mi alma no eleva pensamientos como debería acerca del Él!” y entonces el Cristiano comenzará a clamar de nuevo – “Oh, Jehová, aviva tu obra!”
Pero no los detendré más en este asunto. A aquellos entre ustedes que saben que son de Cristo, pero sienten que no están en la condición que desean, porque no le aman lo suficiente, y no tienen aquella fe en Él que deserían tener, solo les preguntaría: ¿Se lamenta usted de esto? ¿Puede clamar ahora? Cuando siente que su corazón está vacío - ¿se trata de un vacío que duele? Cuando siente que sus ropas están sucias - ¿puede lavarlas con sus lágrimas? Cuando piensa que su Señor se ha ido - ¿levanta usted la bandera negra del duelo y grita, “Oh, mi Jesús! Oh, mi Jesús! No me dejes? Si no hace esto, entonces le exhorto a que lo haga. Hágalo, hágalo; y quiera el Señor darle la gracia para continuar haciéndolo, hasta que venga el momento en que su alma reviva.
Y recuerde, en último lugar, con respecto a este punto, que el alma, cuando de verdad es traída a reconocer su propio estado, por causa de su alejamiento de Dios, nunca disfrutará a menos que clame y se vuelva en oración y ruego, y hasta que no ore como estamos diciendo: “Oh, Jehová, aviva tu obra”. Algunos de ustedes dicen talvez, “sí señor, siento mi necesidad de avivamiento, y tengo la intención de comenzar esta tarde, en cuanto salga de aquí, de revivir mi alma” NO lo diga, y, sobre todo, no trate de hacerlo, porque nunca lo logrará. No tome decisiones con respecto a lo que va a hacer; sus buenos propósitos van a quebrarse en cuanto los formule, y sus propósitos mal logrados solo servirán para aumentar el número de sus pecados. Yo les exhorto, en vez de tratar de avivar sus propias almas, ríndanse en oración. No digan, “Me voy a avivar”, más bien clamen “Oh, Señor, aviva tu obra!” Y déjenme decirles esto con toda solemnidad, ustedes nunca se habrían percatado de la triste situación de sus almas y de cuánto se han alejado de Dios, hasta que ustedes mismos hablen de la necesidad personal de avivamiento. Un soldado herido en batalla no se cura a sí mismo sin tener medicina, ni va a un hospital por sí mismo cuando ha sido herido en la batalla. Esto es lo mismo que pensar que usted se puede reavivar a sí mismo sin la ayuda de Dios. Te advierto que no lo intentes, no busquen hacer cosa alguna para reavivar sus almas, hasta que hayan reconocido que lo primero que se debe hacer es dirigirse al Señor en humilde oración suplicando Su poder – si usted no ha clamado “Oh, Jehová, aviva tu obra”
Recuerde, es Aquel que primero le dio vida, el mismo que lo puede mantener con vida; y Aquel que lo ha mantenido con vida ha de restaurar su vida también. Aquel que lo ha preservado de caer en el fondo del abismo, cuando sus pies casi han resbalado, es el único que puede ponerlo sobre la roca, y establecerte con seguridad. Comience, entonces, por humillarse renunciando a toda forma de auto-confianza o esperanza de reavivarse a sí mismo como Cristiano, en vez de esto, hay que empezar con firme oración y sincera súplica delante de Dios:
“Oh, Señor, lo que yo no puedo hacer, hazlo tú! Oh, Jehová, aviva tu obra!”
http://jesustesalvo.blogspot.com/2008/09/la-verdadera-esencia-del-avivamiento.html
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