Por Charles Haddon Spurgeon
Predicador Bautista del “Tabernáculo Metropolitano” de Londres
(1834-1892)
II. Y ahora seguiré con la segunda parte del asunto, sobre el cual debo ser más breve. En LA IGLESIA MISMA, vista como un cuerpo, esta plegaria debe ser un solemne e incesante ruego: “Oh, Jehová, aviva tu obra!”
En la era presente hay un triste descenso en la vitalidad de la piedad. Esta edad se ha vuelto la edad de las formas, en vez de la edad de la vida. Volvamos unos cien años atrás cuando se puso la primera piedra para construir este edificio donde adoramos a Dios. Eran los días de la vida divina, y del poder, enviado de lo alto. Dios revistió a Whitefield de poder: él predicaba con una majestad y una fuerza que pocos serían capaces de reproducir; no porque fuera él algo en sí mismo; sino porque Su Amo le dio estos dones. Después de Whitefield vinieron varios grandes y santos hombres. Pero ahora, señores, hemos caído en los malos tiempos. Ya casi no hay hombres en este mundo; ya casi no quedan. Casi no tenemos hombres en nuestro gobierno que manejen las políticas correctamente y casi tampoco con respecto a la religión. Tenemos quienes realizan las tareas, y de forma externa todo parece seguir la forma antigua, pero los hombres que se atrevían a ser singulares, es decir singulares en el sentido de que querían hacer lo correcto y aborrecían la impiedad, ya casi no se ven. En comparación con la era puritana, ¿dónde están nuestros maestros en Biblia y rectores? Aquellos Howes, aquellos Charnocks. ¿Podríamos juntar tantos nombres como antes que se podían listar más de cincuenta a la vez? No lo intentaría. Tampoco podríamos traer aquella galaxia de gracia y talento que siguió a Whitefield. Pensemos en Rowland Hill, Newton, Toplady, Doddridge, y tantos otros que no habría tiempo de mencionar. Se han ido, se han ido; Sus venerables cenizas duermen en el polvo, y dónde están sus sucesores? Preguntemos ¿Dónde? Y el eco nos responderá ¿Dónde? No hay ninguno. Sucesores de estos hombres, ¿dónde están? No los ha levantado Dios aun, y si lo ha hecho, no los habéis encontrado. Hay predicación, y ¿qué es esto? “Oh, Señor, ayuda a tu siervo a predicar, y enséñale por medio del Espíritu lo que debe decir.” Luego se lee el sermón. Un insulto al Altísimo Dios! Tenemos predicaciones pero de esta clase. Esto no es predicación. Esto es hablar muy bonito y muy finamente, con gran elocuencia, digamos en el sentido mundanal, pero ¿dónde está la predicación verdadera, como la de Whitefield? ¿Han leído alguna vez alguno de sus sermones? Ustedes no lo considerarían elocuente; más bien sus expresiones eran rudas, frecuentemente parecían desconectadas; y se dice mucho de la forma en que declamaba; lo cual caracterizaba en gran parte su discurso. Pero, ¿dónde estaba su elocuencia? No en las palabras que usted puede leer, sino en el tono en que las decía, en la sinceridad con que las expresaba, en las lágrimas que siempre corrían por sus mejillas, en el derramamiento de su alma mientras predicaba. La razón de su elocuencia radicaba en el significado de las palabras. Él era elocuente, porque hablaba de corazón – desde la profundidad del alma. Podemos notar que cuando hablaba de verdad creía lo que decía. No predicaba por contrato, como una máquina, sino que predicaba lo que sentía que era la verdad, y lo que no podía dejar de predicar. Si le escuchaban predicar, podía notarse que si este hombre no predicara se moriría, porque lo hacía como si fuera una necesidad imperante para él, y con todas sus fuerzas él llamaba a los hombres diciendo: “Ven, Ven!, Ven a Jesucristo, y cree en Él!” Ahora, esto es lo que falta en nuestro tiempo. ¿Dónde? ¿Dónde está la pasión? No la encontramos ni en el púlpito ni en las bancas, en la medida que la deseamos; y es una triste, triste edad, cuando se mofan de la pasión por el evangelio, y cuando el verdadero celo que debería caracterizar al púlpito se considera simple emoción o fanatismo. Pido a Dios que nos hiciera tales fanáticos aunque el resto de la gente se burle y despreciara nuestro entusiasmo. Consideramos el mayor fanatismo de este mundo dirigirse al infierno, el mayor entusiasmo de esta tierra el amor al pecado en vez de a la justicia; y no consideramos ni fanáticos ni emocionales a aquellos que buscan obedecer a Dios antes que a los hombres, y seguir a Cristo en todos sus caminos. Repetimos entonces, que una triste prueba de que la iglesia necesita avivamiento es la ausencia de esa pasión ardiente que alguna vez se veía en los púlpitos Cristianos.
La ausencia de sana doctrina es otra prueba de la necesidad de avivamiento. ¿Saben a quiénes llaman Antinomianos ahora? ¿A quiénes tildan de “hipers?” ¿De quiénes se burlan y rechazan por considerarlos con error en su fe? ¿Por qué lo que antes se llamaba “ortodoxo” ahora se trata como herejía? Podemos retroceder a los días de los padres Puritanos, a los artículos que alguna vez abrazó la Iglesia de Inglaterra, a la predicación de Whitefield, y podemos decir que esa predicación, es la que amamos; y las doctrinas que fueron antes proclamadas. Pero como escogimos proclamarlas ahora también, somos considerados extraños y raros; y la razón es que la sana doctrina ha decaído en gran manera. Veamos cómo empezó el descenso: Primero que todo, aunque las verdades fueron creídas, los ángulos fueron suprimiéndose. El ministro creía en la elección, pero no utilizaba esa palabra, por temor de que el diácono sentado en aquella banca se fuera a incomodar. Creía que todos los hombres estaban perdidos, pero no lo anunciaba positivamente porque si lo hacía, había una dama en desacuerdo, - y ella había dado tanto para la capilla – podría ser que no volviera a la iglesia; así que mientras él sí creía esta verdad, y la anunciaba en cierto sentido, trataba de pulir estas ásperas esquinas un poquito. Al final se llegó a esto. Los ministros decían, “Creemos estas doctrinas, pero no consideramos que sea apropiado predicarlas a la gente. Dijeron: “Es verdad, las grandes doctrinas de la Gracia, fueron predicadas por Cristo, por Pablo, por Agustín, por Calvino, y hasta esta era por sus sucesores, y son ciertas, pero es mejor evitarlas – hay que tratarlas con mucho cuidado; son muy elevadas y peligrosas, y es mejor no predicar de eso; aunque creemos que es verdad, no nos atrevemos a predicarlas. Después de eso vino algo aún peor. Dijeron para sí mismos, “Bueno, si estas doctrinas no se deben predicar, talvez no sean tan verdaderas”; y luego otro paso más y rehusaron por completo predicarlas. No lo dijeron expresamente, talvez, pero lo decían, pero insinuaban que estas doctrinas de la gracia no eran tan verdaderas, y como si los que sí las creíamos fuéramos los intrusos, “nos echaron de la sinagoga”. Así que pasaron de mal a peor; y si ustedes leen el estándar según los maestros en divinidad de esta época, y lo comparan con el estándar según los maestros en divinidad de los días de Whitefield, se darán cuenta de que no concuerdan. Ahora tenemos una “nueva teología”. ¿Nueva Teología? ¿Por qué? Es una teología que ha destronado a Dios y ha puesto al hombre en el trono, una doctrina de hombres, y no la doctrina del Dios Eterno. Necesitamos un avivamiento de sana doctrina una vez más en medio de la tierra.
Y la iglesia en general, es posible, que necesite una avivamiento de real compromiso en sus miembros. Todavía no somos los hombres de Dios que podemos pelear Sus batallas. Todavía no tenemos la entrega, el celo, que antes tenían los hijos de Dios. Nuestros ancestros fueron hombres de roble, hombres de sauce. Nuestro pueblo, ¿dónde está nuestro pueblo? Son fuertes en doctrina cuando andan con hombres fuertes en doctrina; pero débiles y titubeantes cuando andan con otros, y cambian tan frecuentemente a como cambian de compañía; a veces dicen una cosa, y a veces dicen otra. No son hombres que pudieran ir a la hoguera a morir; no son hombres que saben cómo morir diariamente para estar listos a enfrentar la muerte cuando se presente. Echemos un vistazo a nuestras reuniones de oración, con algunas excepciones aquí y allá. Usted entra, habrán seis mujeres; y si acaso suficientes miembros para hacer cuatro oraciones. Mírelos. Se llaman reuniones de oración; reuniones de evasión deberían ser llamadas, porque la mayoría no asiste, sino que las evitan. Y también son pocos los que concurren a las reuniones de compañerismo, u otras reuniones que tienen el propósito de ayudarnos unos a otros en el temor del Señor. ¿Cómo es la asistencia a estas reuniones en cualquiera de nuestras capillas en Londres? Se dará cuenta que son una o dos capillas las que mantienen estas reuniones. Ah! Amigos míos, son tan pocos los que van, que juntando los de todas las iglesias, una o dos capillas en todo Londres sería suficiente para acomodarlos. No tenemos entrega, no tenemos vida, como una vez la tuvimos; si la tuviéramos, nos pondrían más sobrenombres de los que tenemos; si fuéramos más fieles a nuestro Maestro; no estaríamos tan tranquilos y confortables como lo estamos, si sólo sirviéramos a Dios mejor. Estamos convirtiendo a la iglesia en una institución en nuestra tierra – una honorable institución. Ah! Pensaría alguno, es una gran cosa que la iglesia sea considerada una institución honorable! Yo pienso que cuando se comienza a considerar así, es decir, cuando el mundo considera a la iglesia como algo aceptable a sus ojos, es porque hemos decaído. La iglesia debe ser desestimada por el mundo, y hasta maltratada, hasta que venga el día, cuando su Señor la honre a causa de que ella lo ha honrado a Él – en el día de Su retorno.
Amados, ¿Creen que es cierto que la iglesia necesita avivamiento? ¿Sí o No? Me responden que No, “No al grado que lo está exponiendo usted! Pensamos que la iglesia está en buena condición.” Ustedes pueden suponer que la iglesia está en buena condición; si es así, por supuesto no simpatizarán conmigo por predicar sobre este texto, y exhortarles a orar de esta manera. Pero sé que hay otros entre ustedes que sí están dispuestos a clamar, “La iglesia necesita un avivamiento”. Permítanme amonestarles, en vez de quejarse por el ministro de su iglesia, en vez de buscar fallas en las diferentes partes de la iglesia; clamen “Oh, Jehová, aviva tu obra”, Oh!, Dice alguno, “si tuviéramos otro pastor”. Oh! Si el compañerismo fuera diferente. Oh! Si el culto fuera diferente!, Oh! Si las predicaciones fueran mejores. ¡¡¡Como si hubiera predicaciones del todo!!! Yo digo: Oh! Si el Señor viniera a los corazones de los hombres! Oh! Si Él llenara de poder las formas que ustedes usan!. Ustedes no necesitan nuevas maquinarias o nuevas formas de hacer las cosas, ustedes necesitan la vida que hay en lo que tienen. Si hay una locomotora en la vía férrea y alguien dice traigan otro motor, y luego, traigan otro, y luego otro, no es que se necesite otro motor para que el tren se mueva. Encienda el motor! Y échele combustible, esto es lo que se necesita, de lo contrario el tren no se moverá nunca. No necesitamos nuevos ministros, nuevos planes, nuevas formas, aunque se pueden inventar muchas; para hacer que la iglesia sea mejor; lo que necesitamos es avivamiento en lo que se nos ha dado. Ya sea el hombre que predica en la capilla y por el cual está casi vacía, la misma persona por la cual las reuniones de oración son escasas; Dios puede hacer que la capilla esté llena, abrir las puertas de la iglesia, y traerle miles de almas a ese mismo hombre. No es otro hombre lo que se necesita; lo que se necesita es que este hombre tenga la vida que Dios da. No clamen por algo nuevo; no será más exitoso que lo que ya tienen. Más bien, clamen: “Oh, Jehová, aviva tu obra!”; He notado esto en diferentes iglesias, que el ministro ha lidiado con este problema. Ha intentado un plan, pensando que tendría éxito, luego ha intentado con otro plan; y tampoco. Use el viejo plan, pero póngale vida a ese plan. No necesitamos de nada nuevo. “Lo viejo es lo mejor” – aferrémonos a la forma antigua, pero es preciso que lo hagamos con vigor, con vida, o destruiremos la forma antigua. Oh!, Que el Señor nos diera esa vida. La iglesia quiere avivamientos frescos, como en los días de Cambuslang otra vez, cuando Whitefield predicaba con poder. Oh! Cuando cientos de personas se convertían bajo sus sermones. Se ha documentado que hasta dos mil casos creíbles de conversión ocurrían en un solo discurso. Oh! Anhelamos las épocas en que los oídos estaban listos a recibir la palabra de Dios, y cuando la gente deseaba beber de la palabra de vida, como en verdad lo es, la verdadera agua de vida, que Dios le da al alma moribunda! Oh! Anhelamos la época del verdadero sentir- la era de la profunda y continua pasión espiritual! Roguemos a Dios por esto; pidámoslo en súplica. Talvez Él tiene al hombre, o los hombres, en algún lado, que harán temblar la tierra de nuevo; talvez incluso ahora Él va a derramar su poderosa influencia sobre los hombres, que va a hacer que la iglesia sea en esta era tan gloriosa como lo fue en cualquier época pasada.
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