"Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite", Lucas 11:8.
"También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar… Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia", Lucas 18:1, 6-8.
NUESTRO Señor Jesús pensó que para nosotros era tan importante comprender la necesidad de la perseverancia y la importunidad en la oración que presentó dos parábolas para enseñarnos esa verdad. Esto prueba de manera suficiente que este aspecto de la oración encierra la mayor dificultad y el poder más grande. El quiere que nosotros sepamos que en la oración, no todo será fácil y halagüeño. Tenemos que esperar dificultades, que solo pueden dominarse mediante la perseverancia persistente y determinada.
En las parábolas, nuestro Señor representa las dificultades existentes por parte de aquellas personas a las cuales se les hace la petición. Se necesita la importunidad para vencer la renuencia de dichas personas a oír. Entre Dios y nosotros, sin embargo, la dificultad no está en el lado de él, sino en el nuestro. En la primera parábola, él dice que nuestro padre celestial está más dispuesto a dar buenas cosas a los que se las pidan, que un padre terrenal a darle pan a su hijo. En la segunda, él asegura que Dios anhela hacer justicia a sus escogidos pronto.
La oración urgente no se necesita por el hecho de que hay que hacer que Dios esté dispuesto o quiera bendecir. La necesidad está por completo en nosotros. Sin embargo, no fue posible hallar ninguna ilustración de un padre amante o de un amigo dispuesto, en los cuales pudiera basar su enseñanza de la necesaria lección de la importunidad. Por tanto, él usa al amigo indispuesto y al juez injusto para estimular en nosotros la fe de que la perseverancia puede vencer todo obstáculo.
La dificultad no está en el amor ni en el poder de Dios, sino en nosotros mismos y en nuestra propia incapacidad para recibir la bendición. Pero por el hecho de que hay esta dificultad en nosotros, esta falta de preparación espiritual, también hay la dificultad en Dios. El, en su sabiduría, su justicia, y aun en su amor, no se atrevería a darnos lo que nos perjudicaría si lo recibiéramos demasiado pronto y con demasiada facilidad.
El pecado, o la consecuencia del pecado, que hace imposible que Dios nos dé lo que pedimos de inmediato, es una barrera que está tanto por el lado de Dios como por el nuestro. El intento de quebrantar este poder del pecado en nosotros mismos o en aquellos por los cuales oramos, es lo que hace que el esfuerzo y el conflicto de la oración se conviertan en tal realidad.
A través de la historia, los hombres han orado con la conciencia de que en el mundo celestial hay dificultades que vencer. Le han pedido a Dios que quite los obstáculos desconocidos. En esa súplica perseverante, ellos llegaron a un estado de absoluto quebrantamiento e impotencia, de entera resignación a él. Luego fueron vencidos por completo los obstáculos que había en ello mismos y en el cielo. Cuando Dios los venció a ellos, ellos vencieron a Dios. Cuando Dios prevalece sobre nosotros, nosotros prevalecemos con él.
Dios nos constituyó de tal modo que cuanto más claramente veamos lo razonable que es una petición, tanto más nos rendiremos de corazón a ella. Una causa grande de nuestra negligencia en la oración es que parece haber algo arbitrario, o por lo menos algo incomprensible, en el llamado a tal oración continua. Necesitamos comprender que esta aparente dificultad es una necesidad divina y que por la misma naturaleza de la cosas, es una fuente de indecible bendición. Luego debemos estar dispuestos a entregarnos con alegría de corazón a la importunidad continua. Tratemos de entender que el llamamiento a la importunidad y la dificultad que ella nos presenta en el camino constituye uno de nuestros mayores privilegios.
¿Se ha dado cuenta alguna vez de la parte importante que juegan las dificultades en nuestra vida natural? Ellas producen el poder del hombre como ninguna otra cosa puede hacerlo. Pueden fortalecer y ennoblecer el carácter. Se nos dice que una de las razones de la superioridad de las naciones nórdicas (por ejemplo, Holanda y Escocia) en cuanto a la fuerza de voluntad y propósito, en relación con las naciones del soleado sur, como Italia y España, es que el clima de éstas últimas ha sido demasiado benigno; la vida que este clima estimula es demasiado fácil y descansado. Las dificultades con las cuales han tenido que luchar las naciones del norte han sido la causa de su mayor prosperidad.
Dios arregló la naturaleza de tal modo que al sembrar y cosechar, así como al buscar carbón u oro, nada se halla sin trabajo y esfuerzo. ¿Qué es la educación, sino un diario desarrollo y disciplina de la mente por medio de las nuevas dificultades que el alumno tiene que vencer? Tan pronto como una lección llega a ser fácil, el alumno pasa a una que es más elevada y más difícil. Tanto de manera colectiva como individual, los mayores logros se hallan cuando nos enfrentamos a las dificultades y las vencemos.
Así mismo ocurre en nuestra relación con Dios. Imaginemos cuál sería el resultado si el hijo de Dios sólo tuviera que arrodillarse, pedir, recibir, y marcharse. ¡Qué pérdida indecible para la vida espiritual sería el resultado! En la misma dificultad y en la demora, que exigen oración perseverante, se hallarán la verdadera bendición y la bienaventuranza de la vida celestial. Allí aprendemos cuan poco nos deleitamos en la comunión con Dios y cuál poca fe viviente tenemos en él. Descubrimos que nuestro corazón es aún muy terrenal y que no es espiritual, que tenemos muy poco del Espíritu de Dios. Es allí donde llegamos a reconocer nuestra propia debilidad y nuestra indignidad, y donde un rendimos al Espíritu de Dios para que ore en nosotros. Allí tomamos nuestro lugar en Cristo Jesús y permanecemos en él como nuestra única defensa ante el Padre. Allí quedan crucificadas nuestra voluntad, nuestra fuerza y nuestra bondad. Allí resucitamos con Cristo a una nueva vida, pues ahora toda nuestra voluntad depende de Dios y está para su gloria. Comencemos a alabar a Dios por la necesidad y la dificultad de la oración importuna, como uno de sus medios de gracia preferidos.
Pensemos lo que nuestro Señor Jesús quedó a deber a las dificultades que se le presentaron en el sendero. En Getsemaní, aquello era como si el Padre no oyera. El oró entonces de manera aun mas intensa hasta que "fue oído". En el camino que él abrió para nosotros, aprendió la obediencia por las cosas que sufrió y así fue hecho perfecto. El entregó su voluntad a Dios. Su fe en Dios fue probada y fortalecida. El príncipe de este mundo, con toda su tentación fue vencido. Este es el camino nuevo y vivo que el consagró para nosotros. En la oración perseverante andamos con su mismo Espíritu Santo y somos hechos participantes con él. La oración es una forma de crucifixión, y nuestra comunión con la cruz de Cristo, una forma de entregar la carne a la muerte.
Oh, cristianos, ¿no nos avergonzaremos de nuestra renuencia a sacrificar la carne, nuestra propia voluntad y el mundo, como claramente lo demostramos por nuestra renuencia a orar mucho? ¿No aprenderemos la lección que la naturaleza y Cristo nos enseñan por igual? La dificultad de la oración importuna es nuestro más alto privilegio. Las dificultades que hay que vencer en ella nos traen las más ricas bendiciones.
La importunidad tiene varios elementos. Los principales son la perseverancia, la determinación y la intensidad. La importunidad comienza cuando uno no acepta con facilidad que se le rechace la petición. Esta actitud de rechazo se desarrolla hasta convertirse en una determinación a perseverar, a no ahorrar ni tiempo ni esfuerzo hasta que llegue la respuesta. Luego, esta determinación se convierte en una intensidad en que todo el ser se entrega a Dios en ruego. La osadía hace acto de presencia para asirse de la fortaleza de Dios. En un momento, ésta es tranquila y apacible: en otro, apasionada y osada. En un punto espera con paciencia, pero en otro, reclama de una vez lo que desea. En cualquier forma, la importunidad siempre habla en serio y sabe que Dios oye la oración; tiene que ser oída.
Recordemos los maravillosos ejemplos que tenemos de la importunidad en los santos del Antiguo Testamento. Pensemos en Abraham, cuando ruega por Sodoma. Vez tras vez renueva su oración, hasta que la sexta vez dice: "No se enoje ahora mi Señor". El no cesa hasta saber que Dios condesciende en cada ocasión con su petición, hasta saber cuan lejos puede ir, hasta donde ha entrado en la mente de Dios, y hasta dónde ha reposado en la voluntad de él. Por ello fue que se salvó Lot. "Dios se acordó de Abraham, y envió fuera a Lot de en medio de la destrucción”. Nosotros que tenemos la redención y que para los paganos tenemos promesas que Abraham nunca conoció, ¿no rogaremos más a Dios a favor de ellos?
Pensemos en Jacob cuando tuvo miedo de encontrarse con Esaú. El ángel del Señor se encontró con él en la oscuridad y luchó con él. Cuando el ángel vio que no podía con Jacob, le dijo: "Déjame". Jacob le contestó: "No te dejaré". Así que el ángel lo bendijo allí. Esa osadía que declaró: "No te dejaré", que obligó al reacio ángel a bendecirlo, le agradó tanto a Dios que le dio un nuevo nombre a Jacob: Israel, que significa el que lucha con Dios, "porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido".
A través de los siglos, los hijos de Dios han entendido que lo que enseñan las dos parábolas sobre Cristo es que Dios se retiene y trata de escapar de nosotros hasta que sea vencido aquello que es carne y egoísmo y pereza. Luego podemos prevalecer ante él hasta que pueda y tenga que bendecirnos.
¿Por qué hay tantísimos hijos de Dios que no desean este honor de ser príncipes de Dios, de luchar con él y prevalecer? Lo que nos enseñó nuestro Señor: "todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis" no es otra cosa que la expresión de las palabras de Jacob en otros términos: "No te dejaré, si no me bendices". Esta es la importunidad que él enseña. Tenemos que aprender a reclamar y a recibir la bendición.
Pensemos en Moisés cuando Israel hizo un becerro de oro. Moisés se volvió al Señor y le dijo: "Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado,… que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito". Moisés prefería la morir, y no que muriera el pueblo que se le había dado. Eso fue importunidad.
Cuando Dios lo hubo oído y le hubo dicho que enviaría su ángel con el pueblo, Moisés acudió a él de nuevo. El no se contentaría hasta que, en respuesta a su oración, el mismo Dios fuera con ellos. Dios le dijo: "También haré esto que has dicho". Después de eso, en respuesta a la oración de Moisés: "Te ruego que me muestres tu gloria" (Éxodo 33:12, 17, 18). Dios hizo pasar todo su bien delante de él. Entonces Moisés una vez más comenzó a rogar: "vaya ahora el Señor en medio de nosotros". “Y el estuvo allí con Jehová cuarenta días y cuarenta noches" (Éxodo 34:9, 28).
Como intercesor, Moisés usó la importunidad ante Dios, y prevaleció. El demuestra que el hombre que verdaderamente vive cerca de Dios, y con quien Dios habla cara a cara, participa del mismo poder de intercesión que hay en Jesús, quien está a la diestra de Dios y vive siempre para orar.
Pensemos en Elías. El oró primero para que descendiera fuego, y luego, para que descendiera lluvia. En la primera oración, su importunidad clama y recibe una respuesta inmediata. En la segunda, se postró en tierra, y puso su rostro entre sus rodillas. Luego le dijo a su criado que mirara hacia el mar. Y este le trajo el mensaje: "No hay nada". Entonces Elías dijo a su siervo: "Vuelve siete veces". Ahí estaba la importunidad de la perseverancia. Elías le había dicho a Acab que habría lluvia. El sabía que la lluvia venía. Aún así, el oró siete veces.
Precisamente, basado en lo que le ocurrió a Elías en esta oración, Santiago enseña: "... orad unos por otros… Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras…La oración eficaz del justo puede mucho". ¿No habrá algunos que se sientan constreñidos a exclamar: "¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?" ¿Dónde está este Dios que estimula una oración tan eficaz y la oye de manera tan maravillosa? Sea su nombre alabado. ¡El espera aún que se le haga esa pregunta! La fe en un Dios que oye la oración hará que el cristiano ame la oración
Recordemos las características del verdadero intercesor tal como se enseñan en esta parábola: una comprensión de la necesidad de las almas, un amor como el de Cristo en el corazón una conciencia de la incapacidad personal, fe en el poder de la oración, valor para perseverar a pesar de que sea denegada la petición, y la seguridad de una abundante recompensa. Esta son las cualidades que transforman a un cristiano en un intercesor y originan el poder de la oración que prevalece.
Estos son los elementos que caracterizan la vida cristiana y la llenan de belleza y salud. Hacen apto al hombre para ser una bendición en el mundo, y lo convierten en un verdadero obrero que obtiene de Dios el pan del cielo para distribuirlo a los hambrientos. Estas son las actitudes que producen las virtudes más elevadas y heroicas de la vida de fe.
No hay nada a lo cual deba más la nobleza del carácter natural que al espíritu emprendedor y osado que lucha con las dificultades en el viaje o en la guerra, en la política o en la ciencia, y vence. Por amor a la victoria no se escatima ningún trabajo ni ningún gasto. Así nosotros como cristianos debemos ser capaces de enfrentarnos a las dificultades con las cuales nos encontramos en la oración. Cuando nosotros trabajamos y nos esforzamos en la oración, la voluntad renovada afirma su derecho real de pedir en el nombre de Cristo lo que quiera, y de usar el poder que Dios le ha dado para influir en el destino de los hombres.
Los hombres del mundo se sacrifican en buscar su comodidad y su placer. ¿Seremos nosotros tan cobardes y flojos que no lucharemos para abrirnos camino hacia el lugar donde podemos hallar libertad para los cautivos y salvación para los que perecen? Que cada siervo de Cristo aprenda a comprender su vocación. Su Rey vive siempre en nosotros para orar. El Espíritu del Rey vive siempre en nosotros para orar. Las bendiciones que el mundo necesita hay que hacerlas descender del cielo, mediante la oración de fe, perseverante e importuna. En respuesta o la oración, el Espíritu Santo desde el cielo tomará completa posesión de nosotros para hacer su obra a través de nosotros.
Reconozcamos que nuestro mucho quehacer ha sido en vano a causa de nuestra poca oración. Cambiemos nuestro método y oremos más, mucho más, incesantemente. Que ésa sea la prueba de que nosotros acudimos a Dios para todo, y de que creemos que él nos oye.
La batalla continúa
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