"Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro"
2.ª Pedro 1:19

miércoles, 9 de febrero de 2011

LAS DEMANDAS DE LA FE SIEMPRE AUMENTAN

¿Por qué la fe continúa demandando más grandes pruebas de nosotros? ¿Por qué nuestras aflicciones se vuelven más intensas, más severas, mientras más nos acercamos a Cristo? Justo cuando salimos de una prueba en la que nos hemos mantenido fieles, y nuestro corazón declara, “Señor, confiaré en ti en todas las cosas”, luego viene otra prueba, aumentada en intensidad.

Esta experiencia es común en Cristianos alrededor del mundo. Yo veo esto en mis viajes, de continente a continente, y nuestro ministerio recibe cartas regularmente de personas que testifican de un aumento en la intensidad de sus pruebas.

Un Pastor devoto me dijo recientemente,
“Yo nunca he amado a Jesús tanto como lo amo ahora. Y sin embargo yo nunca he sido probado tan severamente. Las pruebas por las que estoy atravesando me han dejado atónito, sin saber qué decir. Nunca me he sentido tan incapaz, tan falto de sabiduría. Y humanamente no veo ninguna salida a mis dificultades. Yo simplemente no sé qué decir. Me encuentro anhelando que desde el cielo venga un descanso a este conflicto.”

El hecho es que, cada santo que crece acercándose al corazón de Dios, encontrará que sus cargas y pruebas se vuelven más intensas. Yo llamo a esta experiencia Las demandas de la fe siempre aumentan. Y es un patrón que vemos en todas las Escrituras.


1. Considere el aumento en las demandas de la fe de Abraham.

Cuando primero leemos sobre Abraham, Dios le pide que tome a su familia y viaje hacia un destino no revelado. Esta tuvo que haber sido una prueba increíble para Abraham, y también para sus seres queridos. Pero por fe Abraham obedeció. Fue por fe que él vivió rodeado de personas desconocidas en tierras extrañas, y no fue dañado y fue bendecido. Y por fe Abraham fue rescatado de cada crisis, a través de sueños y visiones sobrenaturales que le dio el Señor.

En una ocasión, Dios le dijo a Abraham que mirara al cielo lleno de estrellas, diciéndole: “Mira ahora los cielos y cuenta las estrellas, si es que las puedes contar…así será tu descendencia” (Génesis 15:5). En otras palabras: “Abraham, ésta es la cantidad de hijos, nietos y familia que tendrás. Serán tan numerosos como las estrellas.”

Qué promesa tan increíble. Esta palabra para Abraham estaba más allá de la comprensión de un ser humano. ¿Cuál fue la respuesta de Abraham a esta promesa? “Abraham creyó a Jehová” (15:6).

¿Cuál fue el resultado de esta fe de Abraham? ¿Qué significó a los ojos de Dios esta confianza profunda y perdurable? Encontramos la respuesta en un solo verso: “Abraham creyó a Jehová y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6 mis cursivas). Una y otra vez Abraham puso su fe en Dios, y fue considerado justo a los ojos del Señor.

Para cuando Abraham cumplió sus 100 años de edad, el había soportado toda una vida de pruebas increíbles de fe. A través de todas ellas, dicen las Escrituras, él confió en Dios. Y ahora Dios decía lo siguiente sobre este hombre obediente: “Pues yo sé que mandará a sus hijos, y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová haciendo justicia y juicio” (18:19).

¿Ve usted lo que Dios mismo dijo de este hombre? El declaró, “Yo confío en Abraham. El tiene una fe probada”. Esto causó que el Señor dijera, “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” (18:17). Cuando Dios dijo esto, él estaba por hacer un trabajo importante. El estaba declarando en esencia, “¿Cómo podría esconder algo tan importante de un hombre tan fiel?” Así fue que Dios compartió un secreto con Abraham del cual ningún otro ser humano tenía conocimiento: Sodoma iba a ser destruida.

En su vejez, Dios le entregó a Abraham el hijo que le había prometido. El nombre de Isaac significa “risa,” y por un tiempo, el nombre de este niño parece describir la vida de Abraham. Toda indica que Abraham disfrutó la última etapa de su vida libre de pruebas. Parecía que Dios le había dado un descanso de las pruebas. Nos formamos la idea de un hombre muy viejo, bien respetado y disfrutando un tiempo de paz en su vida.

Pero, otra vez leemos: “Aconteció después de estas cosas, que Dios probó a Abraham.” (Génesis 22:1). Después de los muchos años de luchas – todas las aflicciones, las pruebas, las demandas de fe que aumentaban – el devoto Abraham, tan amado y confiado de Dios, enfrentó la prueba más ardua de su fe.

Dios le dijo al patriarca. “Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto” (22:2).

Mientras leo esto, mi razonamiento humano clama: “Señor, éste hombre ya ha sido probado hasta el límite. El no tiene que probar su fe. ¡Tú ya conoces su corazón! Tú mismo declaraste que su confianza en ti ha sido probada. El está en una época maravillosa de su vida ahora. El sueño de su vida se ha hecho realidad para él, tu promesa ha sido cumplida en sus últimos años. ¿Por qué tiene él que soportar otra prueba ahora?

“Este hombre pronto estará contigo en la gloria. ¿Quién se va a beneficiar de esta prueba? ¿Quién de la generación de Abraham va a escuchar de esta prueba, ya que toma lugar en una montaña desierta? Tú sabes que Abraham va a confiar en ti. El ya te lo ha probado muchas veces. Así que, ¿de qué se trata esta prueba? ¿Es esta una reprimenda? ¿De qué tienes que corregirlo a Abraham? El es un hombre viejo. El tiene una historia de oración y de confianza en ti en todas las cosas.”

Usted conoce la historia. Dios detuvo a Abraham, y substituyó a un carnero para el sacrificio. ”Ya sé que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo…por cuanto has hecho esto…de cierto te bendeciré…tu descendencia se adueñará de las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:12, 16-18).

En efecto, Dios le dijo a Abraham: “Yo sé ahora que tú nunca me negarás algo, ni aún tu preciado hijo. Yo sé que soy todo para ti, Abraham. Y por que has probado esto, te voy a bendecir”.

Escuche usted lo que el Espíritu Santo está diciendo en este pasaje: “Otras personas tal vez nunca sabrán de tus pruebas de fe que siempre aumentan. Tal vez sufrirás solo, apartado, sin que nadie se beneficie de tu testimonio de fe y perseverancia. De hecho, tal vez serás juzgado por tu sufrimiento cuando otros piensen “¿Por qué le está pasando todo eso? No veo propósito en esto. Me pregunto en qué habrá fallado en su vida. ¿Qué pecado habrá cometido para que este sufrimiento le venga?”.

Abraham ya estaba en la gloria cuando estas promesas fueron cumplidas por el Señor. Pero su familia, la nación de Israel, y eventualmente toda la humanidad se beneficiaría de su fe probada. De igual manera, tal vez usted ya no esté allí para presenciar las bendiciones de Dios sobre sus hijos y también sobre sus hijos espirituales. Pero el Señor pone muy en claro para cada siervo que soporta con fe en él: “Esto terminará en bendición”.


2. Considere las demandas de fe que siempre aumentaban para David.


David era conocido como un hombre que confiaba plenamente en Dios. El declaró lo que era el tema de su propia vida cuando escribió. “Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón. Con mi cántico lo alabaré” (Salmo 28:7).

Para David, estas no eran sólo palabras. Las Escrituras contienen eventos tras eventos en la vida de David cuando él demostró gran fe en situaciones imposibles. Por fe, David mató a un león y a un oso con sólo sus manos. Poniendo su fe en Dios, David mató a Goliat, el gigante Filisteo. Por fe, él escapó de los atentados de Saúl para matarlo. Y por fe él ganó grandes victorias sobre sus enemigos. Después, por fe y arrepentimiento David fue restaurado al trono después que su hijo Absalón trató de matarlo. Para decirlo simplemente, David vivió y respiró con fe en el Dios vivo.


A través de todas estas cosas, David dijo vanagloriándose del Señor: “¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres!” (Salmo 31:19). Por eso no es de asombrarse que las Escrituras llaman a David un hombre conforme al corazón de Dios.


Pero también sabemos por las escrituras que este hombre bendecido fue gravemente tentado. David fue vencido por el adulterio. El pasó días, semanas, meses en angustia y dolor sobre otras pruebas. Hubieron momentos en la vida de David cuando él estaba tan atormentado y afligido que él pidió morir. Ciertamente, David sufrió episodios severos de depresión. El estaba tan abatido que ningún consejero podía consolarlo. El menciona que se durmió llorando muchas noches, debido a la soledad intensa, y a su espíritu abatido.


Pero a través de esos años de pruebas y aflicciones intensificadas, David nunca perdió fe. Muy pocas personas en las Escrituras fueron puestas a prueba como David lo fue. Y él salió de todas las pruebas con una fe en aumento.

Hemos visto cuántas pruebas y tribulaciones soportaron Abraham y David, cada uno de ellos siendo un gran hombre de fe.


Mi pregunta es esta:

¿Existe algún punto en nuestro caminar con Dios cuando llegamos a ser tan dignos de confianza, por haber sido fieles a través de años de pruebas, que podemos anticipar tener un descanso de las luchas espirituales? ¿Habrá alguna vez una vacación de los problemas, un tiempo cuando podamos relajarnos libres de las pruebas? ¿Después de una vida de encarar las demandas de la fe, nos hacemos merecedores de una “salida con permiso” de la batalla? ¿Es posible no tener nada más que probar, alcanzar un punto en la fe donde la prueba ya no es necesaria?

La respuesta de acuerdo a las Escrituras es, no. De hecho, lo opuesto es cierto: Las pruebas de las personas fieles aumentan y se vuelven más severas y problemáticas. La Biblia confirma esto una y otra vez, desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo.


Una vez más, miro el ejemplo de David. En 1 Crónicas 21, encontramos a David ya un santo de edad avanzada. Las Escrituras nos dicen que en este punto de su vida él es completamente amado por Dios, admirado por los ángeles, un hombre probado con gran fe. Mientras yo considero este cuadro, mi razonamiento humano dice:

“Oh Señor, David ya ha estado suficientemente en los fuegos de aflicciones. Una y otra vez él luchó hasta caer cansado. Su vida es un testimonio establecido de tu fidelidad. Por favor Señor, dale a este hombre una salida con permiso. Deja que él disfrute este tiempo con sus nietos. Tú ya conoces su corazón. ¿Por qué no lo dejas que se jubile en paz? Que ya no pase por conflictos este hombre fiel”.



¿Era ese el plan de Dios para su amado siervo? De ninguna manera. En lugar de eso, leemos, “Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel” (1 Crónicas 21:1).

David, en un acto de orgullo condujo un censo, para saber cuán poblada se había vuelto Israel. Para un hombre que había vivido su vida entera por fe en el Señor, esto era puramente un acto de la carne. Y Dios se disgustó sobre esto. David entonces encaró una prueba terrible, tal vez la peor aflicción de su vida.



Una peste azotó a Israel, causando la muerte de 70,000 hombres. Cuando David se dio cuenta que esto estaba sucediendo debido a su pecado, él se cubrió de cilicio y se postró en un arrepentimiento angustiado. El oró sin cesar, entregándose completamente a la misericordia de Dios, y el Señor detuvo la peste.

Una vez más, yo me pregunto: ¿Por qué Dios le permitió a Satanás que tenga tal acceso a un hombre que había sido probado y oraba? ¿Por qué probar la fe de un santo envejecido que está cerca de morir? Me imagino que David ya avanzado en años tuvo mucha dificultad para arrodillarse en arrepentimiento. ¿Por qué fue puesta esta increíble demanda sobre su fe? ¿Qué era lo que Dios quería lograr con David?

Yo estoy convencido que esta misma pregunta viene a las mentes de muchos santos devotos y fieles sobre sus propias vidas: “Señor, tú conoces mi corazón. He confiado en ti a través de años de pruebas y conflictos atroces. Tú y yo sabemos que confiaré en ti sin importar lo que tenga que enfrentar en mi vida. Entonces, ¿qué estás tratando de lograr? ¿De qué se trata esta prueba tan terrible?”



Tengo dos respuestas a esta pregunta, y las he sacado de lo que veo en las Escrituras.

1. La primera razón por estas continuas pruebas es bien conocida por todos los Cristianos. Para decirlo de una manera simple, nosotros nunca alcanzamos un punto donde no necesitamos más a Dios. La idea de una “licencia de nuestras pruebas” presume una “licencia de no tener necesidades”. Y nunca llegará el día en que nuestras necesidades son suplidas por nuestras circunstancias. El Señor es nuestra fuente, nuestro todo en todo.



La Biblia nos muestra en instancia tras instancia, que cuando las necesidades de Israel fueron suplidas, las personas dejaron de depender de Dios. Ellos se preocuparon de que sus necesidades fuesen provistas, cuando Dios ya había prometido que supliría todas sus necesidades. Como Jesús nos dice, nuestro propósito no es buscar que nuestras necesidades sean suplidas, sino ser alimentados de toda palabra que sale de la boca de Dios (ver Mateo 4:4).


2. Estoy convencido que una razón adicional detrás de nuestras aflicciones que siempre aumentan – nuestras pruebas que demandan cada vez más fe – va mucho más allá de cualquier cosa que tenga que ver con este mundo. Por lo que leo en las escrituras, los elegidos de Dios están siendo preparados para ministerios en la gloria. Y nuestras pruebas hoy día son para traer victoria a los propósitos del Señor en la eternidad.

Esto está más claramente demostrado en la vida de del apóstol Pablo. En él encontramos nuestro ejemplo del Nuevo Testamento de que las demandas de la fe van en aumento.


3. Considere cómo aumentaban las demandas a la fe de Pablo.

Todos hemos leído sobre los peligros que Pablo enfrentó. En 2 de Corintios 11:24-28 él enumera todas las aflicciones que soportó, de los de “afuera” y de los de “adentro”:

“De los Judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he sido náufrago en alta mar; en caminos, muchas veces.

“En peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez.

“Y además de otras cosas, yo enfrento cada día la preocupación por todas las iglesias” (mi parafrase).

Pablo indicó que ninguna de sus aflicciones lo desvió, y su vida prueba esto.

Verdaderamente, cada vez que él iba a entrar a una ciudad, el Espíritu Santo le recordaba sobre las cadenas y aflicciones que le esperaban. Pablo dice en corto, “Mi sola presencia alborota las cosas en cualquier lugar donde voy. Yo enfrento sufrimiento físico intenso en cada ciudad. Un mensajero de Satanás ha sido delegado para molestarme.” Pero él podía soportarlo todo, dice él, por que “ni estimo preciosa mi vida para mí mismo” (Hechos 20:24).

Los problemas más intensos y profundos de Pablo, tenían que ver con las cargas de otros. El lloraba por aquellos en la iglesia que pasaban grandes aflicciones. El decía en otras palabras “Los azotes y los naufragios no me pueden afectar, por que yo no valoro mi propia vida. Pero, son las cosas de adentro – las batallas mentales, el dolor emocional, sobre mis amados – las que me causan tanto dolor.”

Yo me identifico con Pablo en Hechos 20. Aquí encontramos al apóstol en Éfeso, despidiéndose de de los santos de aquella ciudad. En aquél punto, Pablo estaba en los últimos tramos de su carrera. El había peleado la buena batalla, y había mantenido la fe, y ahora estaba de ida a Jerusalén. Así que se despidió de los creyentes de Éfeso, diciéndoles: “no verán más mi rostro”.



Pablo entonces profetizó sobre estos creyentes un mensaje profundamente doloroso, con llanto y angustia: “Por que yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar tras de sí discípulos” (Hechos 20:29-30).

Qué verdad tan atroz que Pablo tenía que enfrentar al final de sus días. Cuán destrozado debió de haber estado el corazón de este hombre de Dios. No me puedo imaginar cuán difícil esa reunión fue para este amoroso pastor que había dado todo por aquellos creyentes.

Mientras podemos mirar a Pablo que se aleja en la embarcación, mi carne quiere decir, “Señor, ¡él ya ha peleado suficiente batallas! Deja que él vaya a Jerusalén y que tenga un tiempo de descanso sin problemas. Deja que disfrute del amor y comunión de los santos allí. Deja que sus días finales sean llenos de paz y tranquilidad, libres de dolor y aflicción.”

Pero, ni una semana pasó desde la llegada de Pablo a Jerusalén, cuando fue sacado a rastras del templo, causando un gran alboroto en toda la ciudad. Una vez más, el apóstol fue encadenado. Después de haber soportado tantas dificultades y sufrimientos, aquí vinieron más demandas en aumento a la fe de Pablo. Esto significó otro encarcelamiento, otra vez estar ante la corte, otro juicio.



Debido a que Pablo apeló al Emperador, ahora él esta siendo llevado a Roma. Pero antes de que esto sucediera, Pablo enfrentó más sufrimiento. El barco en el que navegaban fue destrozado por una gran tormenta, y todos tuvieron que nadar hasta la costa. Ya en la orilla, Pablo fue mordido por una serpiente venenosa, causando que las personas pensaran que él estaba maldito. Fue como si Satanás estuviera diciendo, “Ahora morirás, apóstol”. Pero Pablo sacudiendo a la víbora en el fuego, no tuvo ningún efecto del veneno mortal.

El grupo se embarcó nuevamente y Pablo eventualmente llegó a Roma. Finalmente, pensamos, “Aquí hay un descanso, una licencia con permiso para Pablo”. En lugar de eso, él pasó dos años bajo arresto domiciliario, encadenado a un soldado Romano en una casa pequeña alquilada y de pésimas condiciones. Fue en estas circunstancias que Pablo murió como mártir.

Las aflicciones que van en aumento, demandan cada vez más de una fe inamovible, y llegan a ser un tropiezo para muchos creyentes.

Pablo fue acusado por muchos Cristianos de ser castigado por Dios. Dijeron que sus sufrimientos fueron un resultado de su falta de fe, o por algún pecado secreto que estaba escondiendo. Aún más, el mensajero que Satanás dispuso para molestar a Pablo, nunca dejó de hacerlo, abofeteando al apóstol hasta la hora de su muerte.

Cuando vemos a Pablo pasar sus últimos días en aquella pequeña casa donde estaba preso – alcanzando a los judíos que lo visitaban, uno por uno, con las buenas nuevas de Jesús – encontramos difícil de explicar el por qué este amado siervo tuvo que soportar tales pruebas extremas después de tantos años de sufrimiento. Humanamente, no podemos comprenderlo.



Personalmente, yo pienso que simplemente no podemos explicar por qué muchas personas justas enfrentan sufrimientos insoportables. Nunca podremos definir las razones por las cuales las dificultades aumentan para aquellos que aman profundamente a Dios. Podemos pensar, “Es para enseñarnos paciencia.” O, “Le enseña al pueblo de Dios a confiar más en él.” Pero muy a menudo cuando decimos estas cosas, no son más que un cliché. Ciertamente, están carentes de sentido para aquellos que están soportando crisis muy difíciles.

Yo quiero ofrecerles una palabra especial a todos aquellos que han pasado por los ríos caudalosos y por los hornos de fuego de las aflicciones, y que están enfrentando pruebas que siempre van en aumento. Yo creo que es posible que su tiempo de prueba no tenga nada que ver con el castigo. En lugar de eso, yo creo que es lo siguiente:

Algo eterno –algo que tiene que ver con su vida en el nuevo mundo que viene – está en el centro de su prueba. La batalla que usted está soportando ahora, no tiene que ver con este mundo, ni con la carne, ni con el diablo. En lugar de eso, la lucha que está enfrentando es una preparación para su servicio eterno en la gloria. Usted está siendo preparado para servir en el la eternidad.


Piense en ello: El mismo día que usted comprometió su vida a confiar en Dios, sin importar el costo, él sabía que vendría una prueba para usted. El sabía desde ese día – y usted lo sabe ahora – que usted lo amaría a través de todo lo que venga. Por gracia, usted está determinado a ser un vencedor.


Yo estoy convencido que lo que usted está enfrentando ahora mismo, apunta a la Nueva Jerusalén. El apóstol Juan escribe sobre ese tiempo que viene: “Y no habrá más maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en ella, sus siervos lo servirán” (Apocalipsis 22:3). “Allí no habrá más noche…y reinarán por los siglos de los siglos” (22:5). “(El) nos ha hecho para nuestro Dios un reino y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (5:10).

Todo esto habla de actividades. Sugiere que Dios está preparándonos para lo que él quiere encomendarnos en el nuevo mundo. Dicho de una manera simple, él tiene planes para nosotros que van más allá de nuestro entendimiento. Pablo habla de esto cuando dice que serviremos a Dios continuamente, con toda alegría: “Juntamente con él nos resucitó y así mismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios 2:6-7 mis cursivas).


Piense en eso: oiremos testimonios de las bondades misericordiosas del Señor por toda la eternidad. Y habrá un gran y poderoso cantar. Imagínese la reunión de alabanza que tendrá lugar cuando todos los ángeles canten de los pecadores que ahora son salvos. Si esos seres celestiales se regocijan por un pecador salvo, según nos dice Jesús, ¿cómo será el sonido cuando millones de los redimidos de todos los siglos entren marchando?En un periodo reciente de gran prueba yo le pregunté al Señor: “Si hay lecciones que debo de aprender debido a esta prueba, por favor enséñame”.

El Espíritu habló claramente a mi corazón: Tu aflicción presente no tiene nada que ver con castigo. No tiene nada que ver con este mundo. Tu larga e intensa prueba tiene que ver con la eternidad. Te estoy preparando para servicio y para ministerio en mi reino.”


Amado santo. Yo creo que estamos siendo apartados de todo lo que es de este mundo. El dolor que estamos experimentando ahora, son contracciones terribles de parto. Dios nos ha permitido ser debilitados en nuestras fuerzas humanas para que dejemos nuestros esfuerzos y le permitamos que él nos lleve el resto del camino.

Hay una antigua canción cristiana que dice:

“En la eternidad
Cuando llegue la mañana
cuando todos los santos de Dios se reúnan en casa
Contaremos la historia de cómo vencimos
Y lo entenderemos mejor
En la eternidad.”

Yo he testificado sobre la bondad de Dios toda mi vida. Y en el nuevo mundo que viene, yo también seguiré contando mi historia por todo el cielo, de cuán real, cerca de mí y misericordioso Jesús ha sido en mis peores momentos. ¡Gloria a Dios!


David Wilkerson

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