"Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro"
2.ª Pedro 1:19

lunes, 21 de marzo de 2011

PROPOSITO DE LA VIDA DE ASAMBLEA

Paul Fuzier

La doctrina de la Asamblea ha sido presentada y desarrollada abundantemente en muchas obras, o aun más, en muchos artículos de esta revista [1]. Como enseñanza, esta ha sido mantenida; sin embargo suceden circunstancias, por medio de las cuales Dios nos hace poner el dedo en la llaga, cuando, a menudo en la práctica, actuamos como si ignoráramos tales enseñanzas. Estas no son sino señales que, en la vida de la Asamblea, permiten medir la decadencia de la misma. ¿Podemos estar sorprendidos — aunque sólo la imperfección nos caracteriza siempre cuando se trata de poner en práctica lo que la Palabra nos enseña y no conviene tratar de determinar las causas? — ¡Que haya en nosotros al menos este ejercicio! Este ejercicio nos será de utilidad solamente si nos conduce a sentir nuestras miserias, de ver de donde provienen y a remediar el mal. En cualquier medida, damos gracias a los recursos que Dios coloca siempre a nuestra disposición, pero que sabemos utilizar tan poco.

Conocimiento práctico
Se ha oído decir muchas veces: «Si nuestra marcha individual y colectiva deja mucho que desear, es porque tenemos demasiados conocimientos. Porque en lo que respecta a la doctrina, somos «sabios», pero desearía mejor que supiéramos menos y que colocáramos en práctica lo que hemos aprendido».—¡Que tengamos que humillarnos tanto por faltar en nuestra conducta, es muy cierto!. Pero si es totalmente efectivo que nuestra marcha esta lejos de corresponder a lo que debería ser, es también efectivo que sufrimos de un exceso de conocimientos luego ¿es necesario ver allí la verdadera causa de nuestras faltas? ¿Somos tan avezados en cuanto a doctrina? Deberíamos ser «doctores, en vista del tiempo», ¿lo somos? — Es fuerte el temor, muy por el contrario, que no estamos caracterizados por una ignorancia, mas o menos grande, de verdades que nos han sido presentadas. ¡Ciertamente, que aquellos que nos llaman «darbistas», aseguran que nadie puede ser admitido en comunión a la Mesa del Señor si no tiene previamente profundizado los escritos de J.N.Darby! Afirmación gratuita que desmienten los hechos: la mayoría de entre nosotros, ¡desgraciadamente! apenas ha leído las obras de este venerado siervo de Dios y es probable que un poco número lo que la han meditado pacientemente. Y por lo tanto, nos glorificamos tan fácilmente de nuestros conocimientos y decimos gratuitamente: «Yo soy rico, y me he enriquecido» (Apoc. 3:17). Pero si es correcto que Dios a dado, hace poco tiempo atrás, un ministerio de una gran riqueza, mostrándonos muchas verdades olvidadas durante siglos, también es correcto que apenas sabemos apropiarnos de tal tesoro. Los conocimientos que predominamos sin poseerlos son, en efecto, aquellos que Dios dio a nuestros antecesores, hace un poco más de un siglo. Y las cuales a menudo abrazamos tan poco. — El espíritu de Laodicea conduce a decir: «Estoy rico, y me he enriquecido, en la ignorancia de saber cual es su verdadero estado: «tu no sabes que tu eres un desgraciado y miserable, y pobre, y desventurado, y…». En lugar de hablar de nuestros conocimientos, humillémonos de nuestra ignorancia, ignorancia también culpable puesto que Dios a colocado a nuestra disposición todo que Él sabía que podía sernos necesario.
No tenemos bastante piedad y temor de Dios. ¡Desgraciadamente es así! Mucho conocimiento, Si. — Ciertamente el conocimiento no lo es todo; puede presentar igualmente peligros, conducirnos al orgullo espiritual… Pero esto no debe conducirnos a rehusar hacernos creer que nuestras miserias son la consecuencia de conocimientos desarrollados en exceso. Lo que no deberíamos perder de vista, para evitar los peligros que puede contener, es que el conocimiento debe siempre ejercitar la conciencia. ¿ no hay también una trampa peligrosa de que el conocimiento está en la cabeza y no toca ni el corazón ni la conciencia?—El conocimiento desarrollado aumenta las responsabilidades. ¿Desearíamos rechazar el conocimiento con el fin de eludir responsabilidades ?

Dios nos llama a obedecer como Cristo, hombre perfecto, ha obedecido en este mundo: hemos sido elegidos «por la obediencia….de Jesucristo» (º1ª Pedro 1:2). Para hacer la voluntad de Dios, primeramente es necesario conocerle. Cristo, hombre aquí abajo, pudo decir por el Espíritu profético: «El me despertará cada mañana, despertará mi oído para que oiga comos sabios . El Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás » (Isaías 50:4 y5). El no rehúsa ser instruido en el conocimiento del pensamiento de Aquel que El ha venido a glorificar aquí en la tierra, y El encontraba sus delicias en obedecer: «el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón » (Salmo 40: 8).

Para que en la vida de la Asamblea, todo sea hecho según las enseñanzas de la Palabra, es necesario saber « como es preciso conducirse en la casa de Dios, que es la Asamblea del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad» (1ª Timoteo 3:15). Es necesario primeramente saber antes de hacer, conocer antes de obedecer, aprender antes de servir .

Sin duda, muchos de entre nosotros poseen en diversos grados, un conocimiento teórico de la Asamblea y de las diversas actividades que se ejercen en su seno, sea para los servicios, sea para su administración. Un cierto conocimiento nos ha sido comunicado por el ministerio escrito u oral, conocimiento que está fundado sobre la Palabra de Dios, puede ser igualmente, que a veces lo recibimos únicamente por medio de la Palabra, sin intervención del ministerio de otro. ¿Qué hacemos nosotros? ¿No somos «oidores olvidadizos» mas a menudo que «hacedores de obras» ? ¿No es verdad que frecuentemente el conocimiento teórico nos basta mucho más? Nos contentamos, olvidando que si Dios nos hace conocer Su voluntad, es para hacerla. El apóstol pedía a Dios que los Colosenses fueran «llenos del conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para andar de una manera digna del Señor para agradarle en todos los aspectos. Llevando fruto en toda buena obra, y creciendo por el conocimiento de Dios» (Colosenses 1:9 y 10).

No se puede hacer Su voluntad sin conocerla. Pero si Dios nos da el conocimiento de Su voluntad, somos responsables en cumplirla.

Existe el peligro de alimentarse de los escritos que nos presentan la «sana doctrina» sin asimilar este alimento. Esto nos conduce muy a menudo, a servirse de eso como hacerlo de un «Reglamento general» o de un «Código»: ¡cuando sobreviene una dificultad, se busca una línea que« expresa a la letra», como si dos dificultades absolutamente idénticas puedan presentarse y aun, en circunstancias y medios exactamente semejantes en todos los puntos! Así es el ministerios escrito no puede ser utilizado. Han sido dados por Dios para alimentar nuestras almas, para instruirnos, para desarrollar nuestro «hombre interior» a fin de que no quedemos como «niños » (Efesios 4:11al 16: Hebreos 5:12 al 14). En presencia de dificultades, tendremos siempre el discernimiento conveniente y, ejercitados ante Dios, recibiremos de él, por su Espíritu, la sabiduría necesaria para actuar según su pensamiento. Lo que Él nos dará será exactamente lo que conviene para el caso particular colocado ante nosotros y en pleno acuerdo con las enseñanzas de su Palabra. Decir que Dios nos ha mostrado lo que era necesario hacerlo de tal manera, en tal circunstancia, cuando esta línea de conducta no está de acuerdo con las enseñanzas de las Escrituras, sería seducirnos nosotros mismos y tomar nuestra propia voluntad por la de Dios.

¿Quién es mas censurable: el perezoso que retrocede delante del esfuerzo que tiene que hacer para apropiarse de lo que está puesto a su disposición, y que sin embargo se glorifica de tener conocimientos que podría tener, o igualmente si los tuviera—aún no tendría ningún derecho a vanagloriarse, (1ª Corintios 4:7) — o aquel que , cuando no actúa según las enseñanzas de la Palabra, puede creer excusar su falta pretendiendo su ignorancia— o bien, aquel que conoce la Palabra y que, en lugar de poner en práctica, camina según sus propios pensamientos?—No sabríamos que decir. Pero cualquiera que sea, por ignorancia o abandono, culpables el uno o el otro, conducen inevitablemente, también lo uno o el otro, al desorden y a la confusión. ¡Este es un camino de una completa ruina!

Cuando se trate de nuestro andar individual o de nuestro andar colectivo, no podemos glorificar al Señor si no somos gobernados interiormente por la Palabra. Dejémonos dirigirnos por ella, nuestros caminos estarán bien arreglados y el orden según Dios será mantenido en la Asamblea.

Desorden y confusión son la señal de nuestro estado. Si estas cosas humillantes son manifestadas, es porque hay un juicio que hacer en nuestros caminos, en nuestros corazones, en nuestras conciencias; y Dios permite que sean manifestadas con el fin de que este juicio puede ser hecho. ¡Dejemos que Dios haga el trabajo en nosotros, sin que nuestros razonamientos y pensamientos de nuestros propios corazones vengan y pongan un impedimento! Dios desea bendecidnos y El es la fuente de su gloria en la Asamblea, aquel que Él ha adquirido por la sangre e su propio Hijo (Hechos 20:28). ¡Es aun una prueba de su gracia que Él nos deja, nos conduce a considerar nuestra miseria y nos invita al arrepentimiento! Meditemos lo que se le dice a la Iglesia responsable, igualmente que sea al comienzo o al final de su historia: «Recuerda, por tanto, de donde has caído, y arrepiéntete , y has las primeras obras: pues sino, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de tu lugar, si no te hubieras arrepentido » .—« Yo, reprendo y castigo a todos los que amo ; se pues celoso, y arrepiéntete » (Apoc.2:5; 3:19). Yo reprendo y castigo… ¿Hemos quedado sordos a muchas de estas reprensiones? Porque Él nos ama con un amor invariable, Dios entonces es conducido a castigarnos. No endurezcamos nuestros corazones, sino al contrario, escuchemos su voz: «He aquí, estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apoc. 3:20) ¡El es fiel y cumplirá sus promesas!





Podríamos justamente preguntarnos si es útil escribir todavía unas cosas sobre la Asamblea. Sin pretender agregar algo que ya nos ha sido enseñado, deseamos solamente hacer notar ciertas verdades las cuales en su mayoría son muy conocidas, pero que es manifiesto que son a menudo poco vividas.

Consideremos en primer lugar un punto en el cual es humillante para nosotros tener que volver a recordar. Ninguno de nosotros ignora que Dios está presente en la Asamblea por su Espíritu y que el Señor, siempre fiel a su promesa, esta en medio de los dos o tres reunidos en su nombre, pero ¿en que medida lo efectuamos? ¿Decir que el Señor está en medio de nosotros., es una afirmación insignificante y, en una cierta medida, sin sentido a fuerza de ser repetida sin que sea siempre efectuada—o bien, nuestros corazones prueban la solemnidad de esta presencia y esta produce resultados que surgen necesariamente en la reunión?

Deseamos detenernos sobre temas de orden práctico. Permítansenos pues estas preguntas: ¿desde el momento cuando entramos al local de la Asamblea se reúne, tenemos el pensamiento de que el Señor está allí y esto hace nacer en nosotros pensamientos de temor y de respeto que convienen a Su presencia— o bien, no teniendo esa conciencia, entramos y permanecemos en ese lugar como que no importara el salón o las personas que se encuentran reunidas?

Tratar de remediar aquello que no conviene por obediencia a un modo de mandamiento o de orden, no tendría mayor valor y no revelaría nuestro nivel espiritual. Actuar sobre los efectos nunca ha influido sobre las causas Es necesario que Dios actúe en nosotros a fin de que nuestros corazones sean sensibles a la realidad de la presencia del Señor en la reunión, cono todo lo que en ella incluye. Sin esfuerzo ni molestia, sin ninguna santidad fingida, seremos entonces conducidos muy naturalmente a observar la actitud que conviene a Su presencia —. Une tema a veces que toda insistencia sobre este punto provoque actitudes fingidas. Pero, ¿podemos curar un mal cayendo en otro? Y, ¿para evitar caer en otro mal, jamás trataremos por tanto curarlo del mal?

Ni el abandono ni el fingimiento convienen en la presencia de Dios. Es preciso que la conciencia sea ejercitada, de un corazón tocado por el amor de Cristo, de tal manera de que vengamos a la reunión para encontrarle a Él y para gozar de Su presencia por sobre toda otra cosa. Esto determinara nuestra entrada en el lugar de reunión y toda nuestra actitud a lo largo de las reuniones. Esto marcará igualmente la acción ejercida en la Asamblea: actuar «como de parte de Dios, ante Dios … (2ª Cor. 2.17), en el temor de Dios y en la dependencia del Espíritu Santo, producirá siempre bendición. Y no solamente esto, sino que toda la vida de la Asamblea lo resentirá.

En una asamblea local donde esto fuera así, muchas preguntas que turbarían a veces la comunión entre los hermanos no se plantearían igualmente y aquellas que podrían provocar a una disputa serían arregladas según el pensamiento de Dios, sin que resulte el menor choque— ¡Con que tristeza somos conducidos a reconocer con humillación que sabemos muy poco efectuar la presencia del Señor en la Asamblea! No habrían sido permitidas en vano si ellas nos conducían a encontrar la realidad de esta presencia y podríamos decir una vez mas: «El impío hace obra falsa» (Prov.11:18).

La promesa de la presencia del Señor esta para todos los tiempos, no solamente en los bellos días del comienzo de la historia de la Iglesia, sino aun en los días de ruina en las cuales estamos: Ella está asegurada en «los dos o tres» que «están reunidos en su nombre» por el poder del Espíritu Santo (Mateo 18:20). La Asamblea es pues, en su reunión, el lugar donde somos llamados a gozar de la presencia del Señor, y esto es verdadero en todos los tiempos. Ella es también «la morada de Dios por el Espíritu» (Efesios 2:22). De esto resulta para nosotros una seria responsabilidad relativa a todo lo que concierne la vida de Asamblea: con toda humildad y dulzura, con longanimidad, soportándonos los unos a los otros en amor; cuidando de guardar la unidad del Espíritu con le vínculo de la paz (Efesios 4:1 al3). Somos edificados juntamente para ser una «morada de Dios por el Espíritu», nuestra marcha, individual y colectiva, entonces es digna de un tal llamado. Decimos que somos « la morada de Dios por el Espíritu», es afirmar que Dios está presente en la Asamblea pro su Espíritu. Nada podrá conducirnos a manifestar los caracteres de Efesios 4:2 mas que la conciencia del hecho de que estamos en la presencia de Dios. Ante Dios somos guardados en humildad, no tenemos ningún derecho de hacernos valer y la dulzura nos caracteriza; podemos manifestar una gran paciencia y soportar en lo que respecta a los hermanos. No hay ningún conflicto en el seno de esta «morada de Dios por el Espíritu»: el estado normal es «la paz»; unidos los unos a los otros por este«vinculo de paz», los hermanos y hermanas pueden «guardar la unidad del Espíritu». Para guardar esta «unidad del Espíritu», una «solicitud» constante es necesaria: ese es, en efecto, el efectuar que estamos en la presencia de Dios.

La marcha y el culto están estrechamente ligados lo uno y lo otro: si los caracteres de nuestra marcha no son aquellos que nos son presentados al comienzo de Efesios 4, ¿Cómo efectuaremos la adoración en común? Aarón debía encender las lámparas y ordenarlas antes de encender los inciensos sobre el altar de oro (Éxodo 30:7 y8). En otros términos: los creyentes deber brillar como «luminarias en este mundo» (Filipenses 2:15 y 16) si desean poder ir al altar de oro para rendir culto. Las «lámparas» corresponden, se ha dicho, a la manifestación de los caracteres de Dios, en el poder del Espíritu Santo. Hemos recibido la vida divina, somos responsables de mostrarla en nosotros y no lo podemos hacer sino en la medida cuando dejemos actuar en nosotros el Espíritu Santo: el ocupándonos de Cristo, desarrolla en nosotros la vida nueva que nos ha sido comunicada y es así que podremos ser «imitadores de Dios como hijos muy amados» (Efesios 5:1). Si cada uno de los creyentes lo efectuara, todos juntos guardaríamos «la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» y podríamos dar culto en el altar de oro en el poder del Espíritu Santo.

A pesar de nuestra extrema debilidad y aunque estemos en los «últimos días», el Espíritu Santo no cesa de habitar ni en el creyente ni en la casa de Dios. En su servicio con respecto a los santos, hay dos actividades principales: el juzga todo lo que es de la carne en nosotros y el exalta a Cristo. En efecto, él debería cumplir solamente el segundo servicio, sin embargo a menudo está muy ocupado con el primero. Si el Espíritu Santo es contristado no puede cumplir la función que es la suya por excelencia, según Juan 16:13 al 15, ¿tenemos verdadera conciencia cuando continuamos actuando como si no fuera nada? En este último caso, puede que nos serviremos de muy bellas expresiones, pero que no corresponden a la realidad. ¡Que triste estado es ese! Se puede tener la boca llena de las más bellas declaraciones de la Escritura, sin embargo ellas no traducen nada de lo que hay en el corazón. Cuando es así, ¿podemos hacer encender los inciensos sobre el altar de oro? ¡Desgraciadamente! No presentaremos más que un fuego extraño (Levítico.10).

Supongamos el caso de una asamblea donde las reuniones no aportan ningún frescor, donde se siente un aburrimiento casi en la indiferencia; la actividad espiritual se hace en un acto rutinario; las almas son mal alimentadas y por consecuencia decaídas. Se manifiesta que el Espíritu Santo está contristado. ¿Lo tomamos como parte nuestra o hay un ejercicio ante Dios, queridos hermanos y también hermanas? ¿Le pedimos a Dios, con solicitud, que Él coloque en evidencia el mal escondido que pueda existir, y que, no juzgado, es un obstáculo para la libre acción del Espíritu Santo? ¿Le pedimos a Él que manifieste el estado de nuestros corazones, el estado de la asamblea? ¡Ese puede ser la razón este mal estado cuando el mal ha quedado escondido! ¿Le pedimos que nos de el remedio según Él?

Si la responsabilidad de los hermanos es primordial en este dominio, no disminuimos sin embargo en nada el papel que nuestras piadosas hermanas pueden tener, llamadas a juzgar; serán ayudas extremadamente útiles, si lo hacen con Dios en el secreto de su corazón y si interceden a favor de la asamblea. Ellas tienen a menudo percepciones espirituales muy desarrolladas y pueden así tener la inteligencia de pedir a Dios lo que conviene,

¿No es verdad que tal servicio, es tan precioso para las asambleas, y muy poco reconocido, menos aun realizado?—Por el contrario, ¿no se ve a hermanas saliéndose de su lugar, deseando ocuparse de los asuntos de la administración de la asamblea y buscando puede ser igualmente imponer su pensamiento en tal o cual asunto? No podemos justificar semejante actitud por medio de la Palabra, se tratará de hacerlo a través de otros medios: buscando ejemplos aquí o allá y se citará tal caso de una hermana piadosa que ha podido ser consultada en ocasión de ciertas dificultades, con el motivo de hacer aprobar la intromisión de las hermanas en la administración de la asamblea. Verdaderamente, puede suceder que haya en una asamblea local una hermana piadosa, viviendo delante del Señor, una «santa mujer» (Tito 2:3), verdadera «madre de Israel» (Jueces 5:7), hermanas que estarán felices de poder conversar con tal hermana en una circunstancia difícil y, requerida para hacerlo, dará lo que el Señor le haya dado. Actuando así, ella no se sale de su lugar y sería, sin ninguna duda, la primera en censurar y reprender a aquellas que abandonan la posición de sumisión que Dios le ha dado a la mujer.

Coloquemos el dedo en la llaga. El lugar que toman las hermanas en la administración de una asamblea local—los sea en secreto o a la vista— es generador de desorden: existe siempre el desorden cuando los diversos miembros del Cuerpo no cumplen su propia función. Esto es también una causa de debilidad y al mismo tiempo una consecuencia de la debilidad de la asamblea local. Si tal actividad puede ejercerse sin que le sea puesto término, es en razón del estado de la asamblea; y por otra parte, esta actividad acentúa este estado de debilidad.—Uno ha conocido asambleas que han sufrido una grave decadencia después de la partida de una fiel hermana que, teniendo el corazón en el testimonio, oraba con ardor y perseverancia; se ha conocido a otras asambleas que no han podido encontrar su bienestar, tanto que ha habido en su seno una o dos hermanas que tomaron en la vida de la asamblea un lugar que no les pertenecía.

«No he visto nunca a una mujer mezclarse en los asuntos de la iglesia, sin que lo hayan hecho mal, Ellas son benditas y muy útiles en su lugar, pero ese lugar (de administrar) no les pertenece» (Cartas de J.N.D. Octubre 1877).

La asamblea como tal es también llamada a ejercer la disciplina, lo que no se desea decir, repitámoslo, excluir al culpable, porque la disciplina es precisamente el conjunto de medios puesto en práctica para prevenir la exclusión. En el espíritu de muchos, lo hemos señalado, la disciplina de la asamblea es la exclusión; por consecuencia, no se sabe generalmente ejercer las disciplinas apropiadas que, en muchos casos, podrían evitar la exclusión. Tanto es así que se cree a veces que la asamblea no tiene nada que hacer hasta el momento cuando es necesario colocar «al malo» fuera de comunión. Luego, 2ª Tesalonicenses 3:14 y 15 nos habla de una disciplina de asamblea y no de un colocar fuera de la comunión; está escrito, en efecto, a propósito de alguno que anda en desorden: «el malo», sea quitado de en medio de ella por la asamblea, no es llamado «un hermano» sino «un tal hombre», igualmente después de su restauración permite considerar su reintegración en la comunión de la asamblea (2ª Cor.2:7).—esta disciplina de la asamblea consiste en no «tener comercio» ( en otros términos: nada de relaciones) con aquel que es el objeto de exclusión. Allí aun, así como lo hemos señalado, la disciplina presentada en Romanos 16:17 es de una misma naturaleza que aquella que está en cuestión en 2ª Tesalonicenses 3:14 y 15. La epístola a los Romanos está dirigida «a todos los muy amados de Dios que están en Roma»y la segunda epístola a los Tesalonicenses «a la asamblea de los Tesalonicenses». Luego es la asamblea que es llamada a ejercer una semejante disciplina. — ¿No es verdad que ella lo hace muy raramente? De hecho. Se puede llegar a resultados tales como aquellos: o del desorden—o de exclusiones que se hubieran podido evitar si, en el tiempo oportuno la disciplinada adecuada hubiera sido ejercida.

La disciplina es una «prerrogativa de amor» (J.N.D. — Tratado sobre la disciplina , p.4). He allí el punto que es apenas comprendido. No tener «comercio» con aquel que es objeto de una disciplina en la asamblea es generalmente considerada como una actitud severa, dura, poro fraternal en todo caso. ¿Como levantar a aquel que está cercano a caer, se dice, sino se le rodea? Pero rodearlo de afecto no es sinónimo de rodearlo de atenciones que pueden ser interpretadas en perjuicio de aquel que se trata de restablecer. Rodearlo de atenciones, es comprender mal las enseñanzas de la Palabra y esto conduce a una desobediencia formal, que debería necesitar, a su alrededor y según 2ª Tesalonicenses 3:º4 y 15, el ejercicio de la disciplina: ¿deseo desobedecer a lo que Dios declara «no os juntéis con él»? Sucede muy frecuentemente que no se comprende cual es la actitud que conviene observar con respecto a aquel que ha sido excluido. Cuando las enseñanzas de 1ª Cor. 5:9 al 11 son sin embargo tan claras; ¡la mas fuerte razón es que estamos poco dispuestos a tomar la posición que es según Dios, cuando se trata de advertir «como un hermano» a aquel con respecto del cual la disciplina a debido ser ejercitada! Un verdadero amor no retrocederá nunca delante de la acción susceptible de conducir a aquel que ha faltado a tener« vergüenza». Pero si somos poco inclinados a someternos a la Palabra, nuestro corazón razonará y haremos, en el fondo. Nuestra propia voluntad, aunque sea animado por las mas buenas intenciones y pensando así andar en amor.

¿Cuales son, dirá alguno, las faltas que pueden ocasionar el ejercicio de esta disciplina en la asamblea? En algunos casos es preciso aplicar Romanos 16:17 y 2ª Tesalonicenses 3:14 y 15?— Es muy claro que esto es dejado a la responsabilidad de cada asamblea local, pero que deben ser guiadas por dos consideraciones esenciales: el cuidado de la gloria del Señor en la asamblea y la búsqueda del bien de aquel que ha faltado. Conviene medir el grado de gravidez de la falta; variará según las circunstancias y la responsabilidad propia del culpable, puede ser también según el estado de la asamblea local. Este servicio debe ser efectuado por los sacerdotes, según las enseñanzas de Levítico 13 y 14. El sacerdote permanece en el santuario; allí, y solamente allí, está al cuidado de todas las influencias exteriores: vínculos familiares, afinidades personales, simpatías particulares. Es así que el podrá tener el pensamiento de Dios. Permanecer en el santuario es indispensable para el ejercicio de la disciplina, cualquiera que sea la forma que revista. Si no lo efectuamos, estaremos en el gran peligro de olvidar que «no conocemos a nadie según la carne» (2ª Cor. 5:16), arriesgaremos mucho de dejarnos guiar por nuestros sentimientos personales y, por consecuencia, no actuaremos como sacerdotes, lo mismo como cristianos. —Si no actuamos totalmente como convendría hacerlo, puede ser pensando que en esto mostramos de la gracia y del apoyo, en realidad, faltamos de un amor verdadero, aquel que es manifestado por la obediencia a la Palabra.

La conciencia de los hermanos en la asamblea debe estar ejercitada cuando aparece necesaria una disciplina, lo mismo que si se actuara en un caso donde la asamblea debe purificarse del mal quitando al «malo» de en medio de ella La acción será ejercida siguiendo el nivel espiritual de la asamblea. — ¡Se dice a veces que los casos son resueltos diferentemente según ellos sean de tal o cual asamblea y se iría mas allá posiblemente hasta pretender que hay dos pesas y dos medidas! Notemos en primer lugar que no puede haber dos casos absolutamente idénticos: en grandes líneas pueden ser las mismas, pero las circunstancias de detalles diferentes la una de la otra. Diferente también los niveles espirituales de los hermanos y de las asambleas llamadas a ocuparse del asunto. Es necesario siempre tener en cuenta el estado de las asambleas que han de examinar casos en apariencia idénticos y de la inteligencia espiritual de los hermanos; guardémonos pues de enfrentar a dos asambleas la una a la otra porque ellas han de actuar diferentemente en dos casos que nos parecen idénticos; decimos simplemente que, a pesar de las diferencias, los casos eran diferentes, como también puede ser el grado de espiritualidad de las asambleas—lo que no quiere decir, ¡es una pena necesaria señalar, que una de las dos asambleas pueda ser considerada como superior a la otra!

Puede ser, es bueno decir una palabra a propósito de esta expresión, a menudo empleada como motivo de decisión de exclusión: tomar nota del hecho de que tal o tal ha sido quitado de en medio de la asamblea. —A primera vista, parece justo: he aquí que alguno abandona la reunión; la asamblea toma nota y el no está mas en comunión en la asamblea. ¿Pero donde se habla, en las Escrituras, de alguno que se ha quitado a si mismo de en medio de la asamblea? Es a la asamblea que se le dice: «quitad al malo de en medio de vosotros» . Por consecuencia, solo la asamblea puede cumplir tal acto. — Se puede objetar que: la asamblea es invitada a quitar al «malo», pero, ¿por el simple hecho de que alguno abandone la reunión, se puede decir que es un «malo», y por consecuencia, la asamblea está fundada, según la Palabra, a quitarle de en medio? Por otra parte, es necesario que le orden sea mantenido en la asamblea; si pues alguno abandona la reunión, conviene constatar el hecho, y luego tomar nota. —En apariencia, todo esto es justo. ¿Pero en realidad? Si alguno abandona la reunión, es necesario primeramente hacerse la pregunta: ¿hemos hecho, para consigo, todo lo que se haya debido hacer? Puede ser, en efecto, que se haya fallado en ocuparse de esta alma, ayudarla, alentarla, rodearla con los cuidados pastorales… Si todo esto hubiera sido hecho como conviene, es posible que esta alma no hubiera nunca abandonado la reunión. ¿Entonces la asamblea no se tiene que humillar? Enseguida, ¿no hay servicio para ejercer después para aquel se ha alejado? Una oveja que se aleja del rebaño, se dice, es una oveja enferma. Es necesario entonces examinar su estado y cuidarla. Pastor y sacerdote tienen allí la tarea colocada delante de ellos. Si no ha habido un pecado grave, que necesita la purificación de la asamblea, si la oveja enferma está herida por el ejercicio de los cuidados pastorales, ella se reúne al rebaño y la asamblea no tiene más que regocijarse del retorno de la oveja enferma. Si al contrario, todo que se hace para volverla a traer es en vano, si las advertencias quedan sin efecto, si la reprehensión es ineficaz, si la oveja perdida se obstina en su alejamiento, esta obstinación manifiesta el estado en que ella se encuentra. La asamblea, después de diversos ejercicios, puede entonces considerar a aquel que abandona la reunión como siendo «el malo» de 1ª Corintios 5 «porque la rebelión es como el pecado de adivinación, y la obstinación como una idolatría…» (1ª Samuel 15:23). El servicio que debía ser cumplido ha sido y a puesto en evidencia ele estado de aquel que ha abandonado al reunión: en adelante, está caracterizado como «el malo» y la asamblea es responsable de quitarlo de en medio de ella, según las enseñanzas de 1ª Corintios 5.

¡También es grave tolerar el mal en una asamblea, de cubrirlo, en lugar de ejercer, en cada caso, la disciplina apropiada! Por lo tanto es necesario que nos soportemos los unos a los otros en todo lo que se trata de nuestras imperfecciones y en la debilidad que nos caracteriza, tanto como sea necesario para que seamos vigilantes con respecto al mal, comenzando por cuidar primeramente por nosotros mismos. La indulgencia por el mal asocia a aquellos actúan mal y se manifiesta que no están «puros en el asunto» (2ª Corintios 7:11).— Ciertamente, el Señor que tienen la fuente de su gloria en su Asamblea, sabrá intervenir en el momento conveniente, pero es el lado de Dios y aquello no es de nuestra responsabilidad; por otra parte será una pérdida para aquel por el cual la disciplina ha debido ser ejercida, para aquellos que han debido ejercerla, para la misma asamblea también.— Si una asamblea falta gravemente en su responsabilidad y cuando todos los hermanos y hermanas toman su partido, el Señor podrá abandonar la asamblea, «quitar su lámpara de ese lugar» ( Apocalipsis 2:5).

Se ha dicho que si alguno cubre el mal, Dios sabrá descubrirlo. Es necesario, sin embargo acotar, que lo que acabamos de decir sobre este asunto sea apropiado para provocar «descubrir» algo que es necesario evitar para traerlo al conocimiento de todos. «Lo que seria algo horroroso es el ser obligado a conducir toda especie de mal al conocimiento de todos. Tal no es ciertamente la tendencia, tal no es el efecto del amor: por el contrario, el amor«cubrirá multitud de pecados» ( Santiago 5:20) Si con amor en nuestro corazón, vemos a un hermano en un pecado que no sea de muerte, oraremos por el: y ese pecado puede que jamás salga a la luz, que jamás llegue a ser un problema en el cual la Iglesia se haya ocupado» (J.N.D.— Tratados sobre la disciplina, p.10)— Es necesario actuar con mucha sabiduría. Saber discernir aquello que debe ser soportado según Colosenses 3:12 al 15 y que si, siendo un pecado netamente caracterizado, necesita del ejercicio de una disciplina apropiada. En este último caso, lo repetimos aun, es importante primero estar en relación con Dios por lo que nos concierne. Además nuestro propio estado tiene que estar ajustado como el de nuestro hermano y antes que el de nuestro hermano. Enseguida, pero enseguida solamente, estaremos calificados para ir a verle y podremos, sea para «ganarlo», sea para «enderezarlo», como sea el caso. Es posible que tales resultados no puedan ser obtenidos en razón del estado en que se encuentra aquel que ha «pecado»o que«si ha sido sorprendido en alguna falta», pero, a menudo, esto es lo contrario porque aquel que es conducido a intervenir actúa en un espíritu que no es el que conviene; esto produce entonces la irritación y arriesga agravar aquello que se había procurado remediar.



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No hemos hecho una numeración completa de todo lo que puede dejar de desear en la vida de las asambleas, si nos hubiera sido posible, por otra parte no hubiéramos deseado hacerlo,

Nuestro fin no fue otro que escribiendo estas líneas padeciera que si Dios quisiera servirse de eso para detenernos un momento, y así conducirnos a considerar delante de Él, por una parte nuestros caminos y por otra, las enseñanzas de la Palabra, con el fin de que seamos conducidos a realizar un andar «digno del llamamiento por el cual hemos sido llamados» (Efesios 4:1 al 3).

Si tan poco ponemos en práctica lo que Dios nos da y si por lo tanto lo hacemos generalmente mal cuando buscamos hacerlo, es porque no vivimos ante Cristo, es porque a menudo andamos según la carne en lugar de realizar que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo.

No tratemos primeramente de cambiar un comportamiento que a veces sin embargo deja mucho que desear; dejemos que la Palabra actúe en nosotros y Dios, por sus medios, cumplirá su trabajo en nuestros corazones y en nuestras conciencias. Enseguida, muy naturalmente, sin esfuerzo ni molestia, conformaremos nuestras vidas a lo que Él nos enseña.

Reconozcamos nuestro real estado, no pretendamos tener más fuerza de la que nos permite nuestra extrema debilidad y que seamos profundamente ejercitados ante Dios sobre esto. Pidámosle que sea nuestra ayuda y que nos conduzca a realizar una andar tal que podamos, en el seno mismo de la ruina y cuando se acentúe la decadencia, recibir antes del rapto, «el testimonio de haber agradado a Dios» (Hebreos 11:5)




[1] Traducido de “El Mensajero Evangélico”

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