"Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro"
2.ª Pedro 1:19

sábado, 17 de julio de 2010

El concepto de Autoestima y las Escrituras - Dave Hunt

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Extractos del libro Más allá de la Seducción
— Editorial Portavoz — Grand Rapids, Michigan
www.portavoz.com
Traducción del inglés:
Santiago Escuain


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Ideas similares a estas están siendo impulsadas por líderes cristianos que arguyen que la meta primaria del evangelio ha de ser suplir «la más profunda necesidad de cada persona —su hambre de autoestima, de propia valía, y de dignidad personal».[1] Pero muchos otros están igualmente convencidos de que la verdadera hambre del hombre es de Dios, y que lo que está en juego es la gloria de Dios, y no la dignidad y la propia valía del hombre.
Hay ciertamente un deseo legítimo que Dios ha puesto dentro de todas las personas para encontrar propósito y significado de su existencia. El error del humanismo y de la psicología estriba en buscar en el yo aquello que sólo Dios puede proveer. «Conozco, oh Jehová,» dijo Jeremías, «que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos» (Jeremías 10:23). Agustín dijo: «Oh Dios, Tú nos has hecho para ti mismo, y no tenemos reposo hasta que lo hallamos en ti.» El yoísta intenta encontrar este reposo no confiando en Dios sino en aquella autoconfianza que procede de una propia imagen positiva. Pascal habló del vacío en forma de Dios en nuestro interior que sólo Dios podría llenar. Pero en la actualidad este vacío interior es explicado como una falta de propia valía y carencia de autoestima; se ofrecen soluciones yoístas que no dan satisfacción a la sed espiritual por el mismo Dios.

Estamos de vuelta a un error principal que ya hemos tratado de una forma algo diferente: estamos viendo a Dios, de hecho, como poco más que un medio de propia realización y contemplando todo lo que Él ha hecho, incluyendo la cruz de Cristo, primariamente desde una perspectiva egoísta de qué es lo que nosotros conseguimos de ello. Es la misma antigua rebelión, pero ahora justificada por las teorías de la psicología. Al apartar la atención de Dios y dirigirla al hombre, el evangelio yoísta echa a un lado la gracia, que no puede tener parte alguna en la autoestima y propia valía. Como ha observado Jay Adams:

Muchos proponentes del movimiento de la propia valía están destruyendo la preciosa doctrina de la gracia para apoyar una teoría humanista y no cristiana....[2]



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Los redimidos no deberían pensar acerca de sí mismos, sino sólo acerca de agradar y glorificar a su Redentor. En el cielo, toda la atención nuestra se centrará en nuestro Señor, ninguna sobre nosotros. Ni querremos ninguna atención, porque volvernos a nosotros mismos destruiría el cielo. Es cierto que estaremos allí con cuerpos glorificados y que recibiremos coronas y recompensas y que oiremos de boca del Señor: «Bien, buen siervo y fiel ... entra en el gozo de tu Señor» (Mateo 25:21). Pero, ¿nos dará esto acaso una propia imagen positiva, un sentido de propia valía y de autoestima, y nos hará sentirnos cómodos con nosotros mismos? C. S. Lewis responde a esto:
El niño al que se le dan unas palmadas en la espalda por haber hecho bien la lección, la mujer a la que su amante le alaba su belleza, el alma salvada a la que Cristo le dice: «Bien hecho», se complacen, y deberían complacerse.

Porque ahí la complacencia reside no en lo que tú eres, sino en el hecho de que has agradado a alguien a quien querías (y querías de manera muy justa) agradar.

El problema comienza cuando pasas de pensar: «Le he agradado; todo está bien,» a pensar, «¡Qué excelente persona soy yo por haberlo hecho así!» [3]

Lo que Lewis está diciendo ha sido el consenso general de la iglesia desde su inicio. La teología de la autoestima ha llegado sólo en los últimos tiempos a la escena y está intentando de manera desesperada demostrar que de hecho es «la fe que ha sido una vez dada a los santos». Aprendemos mucho de la doctrina establecida de la iglesia en base de himnos que han resistido el paso del tiempo. Consideremos estas palabras, que fueron inspiradas por las cartas de Samuel Rutherford y escritas por Anne Ross Cousin hace unos cien años, y observaremos no sólo lo enfrentadas que están a la nueva teología centrada en el yo, sino cuánto mejores son:

No contempla la novia su vestido,
Sino el rostro de su Amado;
No miraré yo a la gloria,
Sino a mi Rey de Gracia lleno:
No a la corona que otorga Él,
Sino a Su horadada mano.
El Cordero es toda la gloria
En la tierra de Emanuel. [4]

¡Aquí no hay pensamiento alguno acerca del yo! Difícilmente podría uno decir que debido a que Cristo sea «toda la gloria» que por ello mismo hemos perdido algo, al no «sentirnos cómodos acerca de nosotros mismos.» Un hombre que estaba verdaderamente lleno del amor, de la paz y del gozo de su Señor, Samuel Rutherford murió en 1661 repitiendo triunfante estas palabras: «¡Toda la gloria en la tierra de Emanuel! ¡Toda la gloria!» Podemos estar bien seguros de que Rutherford no estaba pensando en sí mismo, sino en su Señor.



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El intento de bautizar la psicología humanista para introducirla en la cristiandad va en contra de todo el tenor de la Escritura. No hay ni un héroe o heroína de la fe en toda la Biblia a quien se pueda señalar como ejemplo de una persona que mantuviese una propia imagen positiva o que sufriese debido a la carencia de cualquiera de los propulares yoísmos actuales. Y la promoción del «yoísmo» está tan ausente de los escritos de los santos a lo largo de toda la historia como lo está de la Biblia misma. Entre sus muchas «propias afirmaciones» el gran apóstol Pablo se designó como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15), un «mísero hombre» (Romanos 7:24) y «menos que el más pequeño de los santos» (Efesios 3:8).
Pablo apremió a los Filipenses (y con ellos también a nosotros) a que pensasen «con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Filipenses 2:3). Advirtió a los creyentes en Roma con estas palabras: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener» (Romanos 12:3). En ninguna parte de la Biblia se nos advierte a que no pensemos más humildemente de lo que debiéramos, pero debería haber muchas de estas Escrituras si nuestro problema fuese la falta de autoestima. Evidentemente, no es este nuestro problema; sí que ciertamente lo es el orgullo. C. S. Lewis reconoció que lejos de carecer de autoestima y de amor propio, su problema era precisamente el contrario:

¿Pienso bien en mí mismo, opino que soy un buen chico? Bueno, me temo que así es a veces (y estos son, indudablemente, mis peores momentos)....

Doy un paso más. En mis momentos más clarividentes no sólo no pienso que soy una buena persona, sino que sé que soy verdaderamente horrible. Puedo contemplar con horror y asco algunas de las cosas que he hecho.[5]

Esta sinceridad permite que uno se abra a la perspectiva bíblica del yo. Cuando Dan Denk la aplicó en su actividad de consejería, el efecto fue liberador. «Comencé a examinar a fondo la psicología del mí-ismo», cuenta Denk, «cuando daba orientación como pastor y más adelante como maestro en una universidad cristiana. Doug vino a hablar un día conmigo (como lo había hecho muchas veces antes). Se sentía otra vez deprimido, abrumado por sus propias faltas. En anteriores ocasiones había tratado de ayudarle a mejorar su concepto de sí mismo. Esto funcionaba por un poco de tiempo —y luego volvía a hundirse en la depresión.» Denk prosigue diciendo:

Esta vez me llamó la atención lo absorto que Doug estaba en sí mismo. No necesitaba centrar más la atención en sí mismo.

«Doug,» le dije, «no creo que tu problema sea que tengas un pobre concepto de ti mismo. Creo que en realidad eres bien orgulloso. La razón de que te sientas inadecuado y miserable en ocasiones se debe a que lo eres ... lo mismo que todos nosotros. ¿Por qué no aceptas lo que eres y sigues adelante con tu vida? Olvídate de ti mismo por un tiempo e interésate en otras personas y en sus preocupaciones.»

La expresión del rostro de Doug cambió de la sorpresa al horror, a la incredulidad ... y luego se relajó en una sonrisa. Nunca había oído un consejo así. Desde luego, no esperaba que iba a oírlo de mis labios. Pero, al seguir hablando, sus ojos comenzaron a iluminarse, y le sobrevino una nueva libertad —libertad de la esclavitud del ensimismamiento en el yo, la libertad que viene de contemplarse uno a sí mismo con sinceridad por primera vez.[6]

No yo, mas Cristo

La cuestión a la que hacemos frente es mucho más grande que los pros o los contras de las teorías psicológicas yoístas. Si nos tomásemos en serio a Jesús, la diferencia entre Su mandamiento que Sus discípulos han de negar el yo y la promoción del nuevo evangelio del amor propio, de la autoaceptación y de la propia estima podrían significar la diferencia entre el cielo y el infierno (Mateo 16:24, 25). Evidentemente, hacemos frente a una cuestión de la mayor importancia. Es asombroso darse cuenta de que la psicología ha influenciado a la iglesia hasta tal punto que un tema principal en la iglesia es ahora la honra del yo. Dave Wilkerson observa:

Ve a cualquier librería y cuenta el número de libros que tratan de los dolores humanos —como la depresión, el temor, el rechazo, el divorcio y nuevo matrimonio, la soledad, etc. Asiste a cualquier seminario o campaña evangelística y obtendrás muchos conocimientos acerca de como hacer frente al dolor y angustia personales.

Pero, ¡cuán poco se escribe o enseña acerca de compartir los padecimientos de Jesucristo, el Señor! [7]

Georgi Vins, tanto tiempo preso de los soviéticos hasta aquel histórico intercambio que lo trajo a Occidente, nos reta con la elección que él y otros cristianos soviéticos hicieron en 1962 en obediencia a Cristo: «Por todo el país, los creyentes estaban tomando postura contra la apostasía. La perturbadora condición espiritual de nuestras iglesias nos llevó a examinar nuestras propias vidas.» El arrepentimiento trajo una decisión a basar «todas las cuestiones de vida y de fe» a partir de entonces únicamente «en base de la autoridad absoluta de la Biblia».[8] Aquello fue el origen de un avivamiento que prosigue hasta el día de hoy. Aunque ha sufrido mucha persecución y está encarcelado ahora, observemos el gozo y la victoria en esta declaración de Gennady Kryuchkov, presidente de las iglesias bautistas no registradas en la URSS:

Lo dejamos todo atrás y salimos de en medio de ellos, sin poseer nada más que nuestra fe y las promesas de Dios, y entramos en la abundancia de la bendición de Dios.

Que el Señor continúe Su poderosa obra entre nosotros hasta que Él venga, que nuestro cántico de alabanza a Él, comenzado en este valle de lágrimas, pueda proseguir por toda la eternidad en Su Reino celestial.[9]

Es bien evidente que no es el yo lo que está en juego —ni su estima ni su amor, ni su valía ni su aceptación— sino sólo Cristo. Si queremos permanecer fieles a nuestro Señor, entonces debemos comenzar a practicar un cristianismo puramente bíblico. Y este cristianismo lo encontramos descrito en las cartas que el apóstol Pablo escribió desde la cárcel en su época. Se expresa también en las cartas procedentes de las cárceles escritas por muchos del pueblo de Dios sufriendo incluso ahora en campos de trabajo comunistas por todo el mundo. Consideremos esta, de Vladimir Kosteniuk, un predicador de 57 años de una iglesia no registrada en Ucrania, sirviendo su segundo período en el Gulag y amenazado con una extensión de la sentencia:

Es el deseo de mi corazón que el Señor me haga instrumento de Su paz, para que donde hay odio, yo pueda sembrar amor; donde hay duda, fe; donde haya desesperanza, esperanza; donde haya dolor, gozo; que en todo Él conceda que mi vida sea un buen ejemplo....

Mis amados, hay tanto que querría deciros en esta carta.... ¡Lo más que quiero es estar siempre listo para la venida de mi Salvador! Estoy tan agradecido al Señor que Él me esté llevando por este camino y que Él no me dejará de Sus manos.

Cuando contemplamos el camino que anduvieron Cristo y Sus seguidores, nuestras dificultades parecen pequeñas e insignificantes. Porque lo más importante en la vida de un cristiano es esto: ¿Qué llevaremos con nosotros cuando estemos delante de Dios? ¿Qué tendremos para poner a Sus pies?[10]



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¿Cuál es la base de todos estos yoísmos?

...

Un psicólogo cristiano destacado cita el Salmo 139 y sugiere que «la maravillosa pauta de crecimiento, plenitud y desarrollo» que «Dios introdujo en nuestros genes ... es la base última de la autoestima».[11] Ciertamente, el ingenio revelado en el código genético debería llevarme a postrarme y adorar ante la sabiduría y el poder de Dios, pero, ¿autoestima? Ver las maravillas del poder creador de Dios en mis genes no es más causa de autoexaltación que ver el poder creador de Dios en los genes en general o en una puesta de sol o en una hermosa flor —yo no he tenido nada que ver con la creación de ninguna de estas cosas.
La maravillada contemplación de las hermosuras y maravillas de la creación no potencia mi autoestima ni me hace sentir cómodo acerca de mí mismo, sino que me mueve a adorar al Creador. «Los cielos cuentan la gloria de Dios,» no mi gloria. Si lo que Dios ha hecho al crear el universo es para Su gloria, ¿no ha de ser también para Su gloria lo que Él ha hecho en mí y por mí como nueva creación en Cristo? Habría de ser evidente que la autoestima no juega papel alguno en el gran designio de Dios ni respecto a mí, ni respecto al resto de la creación.

Incluso si yo estuviese mejor dotado física o mentalmente que ninguna otra persona en el mundo, esto, según Pablo, no sería una base para jactarme: «Porque, ¿quién te distingue?», preguntó él. La respuesta es, evidentemente, Dios, aunque no debo achacarle a Él los defectos que haya heredado de mis antepasados pecadores. Pero en cuanto a sus talentos y oportunidades, y acerca de cualquier cosa buena que se manifestase en su vida (y en particular en su apostolado), Pablo declaró: «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1 Corintios 15:10). ¡Aquí no hay base alguna para la autoestima! Y prosigue diciendo: «¿O qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7). La himnología de la iglesia nos dice cuál ha sido el consenso. Esta estrofa fue escrita por James M. Gray hace unos cien años:

Nada poseo que no haya recibido;
La gracia ha dado desde que he creído.
La jactancia excluida, el orgullo yo abato;
Solo un pecador soy por la gracia salvo.
Esta es mi historia: a Dios toda la gloria,
Solo un pecador soy por la gracia salvo.

Nadie sino pecadores salvados entrarán en el cielo. Y este glorioso hecho jamás será olvidado. Cristo llevará eternamente las marcas del Calvario. Las cicatrices de lo que Él sufrió por nuestros peeados jamás serán quitadas.

¿Osaremos pensar que jamás podremos borrar de nuestras memorias el hecho de que somos pecadores salvos por la gracia? ¿Quién querría olvidar la deuda que tenemos contraída con Aquel que nos ha redimido? El trono de Dios será para siempre conocido también como el trono del Cordero (Apocalipsis 22:3). Nuestro glorificado Señor y Salvador se mostrará en Su cuerpo de resurrección por toda la eternidad como el Cordero inmolado, y nuestro cántico será para siempre: «¡Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre!» El Salvador crucificado y resucitado que lleva las marcas del Calvario será la gloria del cielo. Lloyd-Jones lo ha expresado bien:

El orgullo es siempre la causa de nuestros problemas, y nada hay que tanto daño le haga al orgullo del hombre como la cruz de Cristo.

¿Y cómo lo hace esto la cruz de Cristo? ¿Qué ha sucedido que haya habido la necesidad de una cruz? Se debe a que somos unos fracasados, debido a que somos pecadores, debido a que estamos perdidos.[12]

El cristiano no es una buena persona. Es un vil miserable que ha sido salvado por la gracia de Dios. [13] ....

Perversión de las virtudes

El Espíritu Santo revela la sórdida realidad a fin de ayudarnos a ver la misma soberbia en nuestros propios corazones que lo cierto es que la soberbia es el pecado dominante de la raza humana. Y a pesar de ello, los líderes cristianos insisten en que tanto la Cristiandad como el mundo secular están acosados por una epidemia de «un deficiente concepto del yo», ¡y para la que el remedio preciso es la promoción de un alto nivel de autoestima!

Se trata de un enfoque humanista. Después de observar que el orgullo «procede directamente del Infierno», C. S. Lewis señala cuál extrechamente se relaciona con el respeto a uno mismo, o autoestima y al sentido de la propia dignidad:

El orgullo puede a menudo emplearse para aplastar los vicios más simples. De hecho, los profesores apelan frecuentemente al propio respeto de un muchacho para hacer que se comporte de una manera decente; muchos han vencido a la cobardía, o los apetitos carnales, o el mal genio, aprendiendo a pensar que son cosas por debajo de su dignidad: es decir, por el Orgullo.

El diablo ... se siente perfectamente feliz de ver que te vuelves casto y valiente y templado, siempre y cuando, con todo ello, establezca sobre ti la Dictadura de la Soberbia ...[14]

Incluso el amor, la bondad y todas las demás virtudes han sido pervertidas por el egocentrismo que nació en Edén. El joven sentado en el auto y que le dice apasionadamente a la joven que le acompaña: «¡Te amo!», puede que no se dé cuenta de que lo que realmente quiere decir es «Me amo a mí mismo, y a ti te deseo.» Y la muchacha puede que descubra esta verdad demasiado tarde. Quizá ninguno de los dos se dará nunca cuenta de por qué el ideal que los dos buscan parece siempre escapárseles por entre los dedos. Como W. H. Mallock dijo de los primeros Fabianos hace más de cien años, las modernas influencias han destruido la fe que habían tenido, y sus «corazones están anhelando dolidos el Dios en el que ya no creen»[15] y que insensatamente han sustituido con el ídolo «Yo».

Muchos maridos o mujeres han encontrado que su cónyuge ya no era «atractivo» y han ardido de pasión por alguna otra persona, convencidos en el calor de su egoísta concupiscencia que la felicidad no podía encontrarse de otra manera que librándose del primero para tener lo segundo. Es la misma seducción a la que sucumbió Eva.

Una nueva visión de la felicidad

Los egoístas deseos carnales nos privan de la felicidad misma que buscamos. La pasión tras nuestra voluntad nos ciega al hecho de que la verdadera dicha se encuentra sólo en hacer la voluntad de Dios. La «dicha» que esperaba encontrar un adúltero o una persona que se haya divorciado de su cónyuge para casarse con otra persona queda finalmente destruida por la culpa que conlleva haber pisoteado el honor y el compromiso y el verdadero amor. ¿Cómo puede uno ser feliz, por mucha riqueza que se haya adquirido o por mucho placer que se haya gozado (sexual o de cualquier otro tipo), sabiendo que él o ella lo ha robado de otra persona y se ha burlado de Dios? Un «gozo» así se transformará finalmente en una «boca ... llena de cascajo» (Proverbios 20:17) y será sustituido por un remordimiento eterno en todos los que no hayan hallado arrepentimiento y perdón en Cristo.

Que cedamos o no a la la tentación depende mucho de nuestra perspectiva. Estas concupiscencias son llamadas «deseos engañosos» (Efesios 4:22) y «codicias necias y dañosas» (1 Timoteo 6:9) porque nos seducen con placeres breves e involucrando desobediencia a Dios, y con ello llevan a largo plazo al sufrimiento. Aquellos que se concentran en sí mismos piensan en los mandamientos de Dios en términos de placeres que les son negados. Pero los que han negado el yo encuentran un placer verdadero y duradero en la obediencia. Hay un gozo que proviene de agradar a Dios que está tan más allá de todo placer de este mundo, que en relación con él la tentación pierde todo poder.

La nueva teología nos niega este camino de victoria. Su gozo es un gozo totalmente egoísta. El deseo de agradar a Dios difícilmente puede ser nuestra sincera motivación si no hay la negación del yo. Uno no puede negarse a sí mismo y al mismo tiempo amar, estimar y aceptar el yo. En cambio, del nuevo «evangelio positivo» se nos dice que «es la senda de Dios a la dignidad humana».[16] Poner al hombre en el centro trastorna todo fuera de su sitio. Cosa asombrosa, la propia negación se torna en propia realización:

¿Hemos de creer que la propia negación significa la negación del placer, deseo, realización y prosperidad personales? Durante demasiado tiempo los líderes religiosos han sugerido esto con resultados trágicos....

Estas actitudes son peligrosas distorsiones y falsas interpretaciones destructivas de versículos esparcidos de la Biblia burda y erróneamente leídos por lectores de la Biblia de pensamiento negativo que proyectan su propia imagen negativa sobre las páginas de la Sagrada Escritura....

Por negación de uno mismo, Cristo no significa el rechazo de aquella emoción positiva que llamamos autoestima —el gozo de experimentar mi propia valía....[17]

El «gozo de experimentar mi propia valía» es un mísero sucedáneo del gozo mucho mayor de conocer que Dios me ama a pesar de lo indigno que soy. La experiencia del amor redentor y eterno de Cristo —la maravillosa intimidad de conocerle— está mucho más allá de cualquier gozo que jamás podría proceder de la estimación de mí mismo. En verdad, quedar lleno de Cristo implica quedar vaciado del yo.


http://www.sedin.org/propesp/masseduc.htm

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